Lya: Elige su Destino (todas las entradas)


Cartel promo by CHARRO



¿Qué es esto??

Esto es una historia interactiva ambientada en el Universo de La Flor de Jade (Saga épica fantástica de Vilches&Charro) en la que el lector decide los pasos a seguir mediante la votación de una de las sugerencias de guión propuestas.

Según la elección de los propios internautas su protagonista es Lya, una prostituta en la Sirena Varada, un exquisito burdel de lujo en la ciudad de Las Bocas del Dar, conocida como la Ciudad del Pecado. A través de vuestras elecciones desarrollaremos giraremos esta trama de aventuras, sexo, sangre y traición en el universo épico de La Flor de Jade
Juega con nosotros.

¿Qué puedo encontrar en esta ventana?

Si te has enganchado tarde a esta historio o solo por el placer de leer de un tirón, aquí te encontrarás en orden y seguidas todas las entradas desde el inicio de la historia. Es decir, Aquí podrás leer de continuo toda la historia hasta el momento de la última entrada en la que puedas elegir así como todas sus imágenes.

Disfruta de ellas y participa!



Comenzamos....



Lya in chains By CHARRO (fragmento)


Acto I

Oscuridad



Dolor
Dolor en las sienes. Es pulsante y martillea. Se extiende sobre los ojos. Creo que son sus punzadas las que me hacen despertar…
Parpadeo.
La cabeza me da vueltas y la imagen tarda en enfocarse. Ni siquiera tengo consciencia de mi posición. Estoy tumbada. Me duele todo el cuerpo. Estoy sobre un colchón o eso parece. Hay manchas de sangre por todos lados. No sé si es mía.
Mi visión no es nítida y me cuesta abrir los ojos por completo.
Es una estancia oscura y fría. Hay humedad y apenas un leve haz de luz rompe la monotonía. Las paredes están desnudas, igual que yo.
Trato de levantar la cabeza pero el vértigo es insoportable y vuelvo a caer. Me siento derrotada por un instante. Percibo el silencio horrible que lo envuelve todo. Es ahora cuando noto que tengo las muñecas apresadas a la espalda. Estoy encadenada al camastro.
¿Cómo demonios he llegado hasta aquí?

No puedo recordar nada. No reconozco este lugar. No sé qué ha pasado.
Mi nombre es Lya, me digo. Es como un pensamiento primario, como una voz que me advierte un punto en la conciencia al que agarrarse cuando todo lo demás se ha desvanecido.
Lya… pero es un eco en el vacío. Tras ese nombre no hay nada más.

Me concedo un instante de tregua para valorar una situación que no se presenta nada halagüeña. Estoy encadenada y desnuda, probablemente en una celda. El cuerpo me duele a morir, por lo que quien me haya traído hasta aquí, por la razón que sea, ya ha empezado a divertirse conmigo.
Una parte de mi se enfurece, la otra está aterrada.

Hace frío, un frío húmedo y cruel. El frío de la soledad y el miedo.
Giro. Me posiciono. Hay combate, rebeldía. Es un arrebato que gasta energías innecesariamente y me produce aún más dolor. Trato de ver hasta dónde dan de sí las cadenas que me aprisionan. Con mucho esfuerzo consigo sentarme. Quien me haya traído hasta aquí se ha asegurado que no pueda ir más allá de este sucio camastro. Tengo los muslos cuajados de moretones. O me resistí o alguien se lo ha pasado en grande.
Dentro de mí el orgullo se revela. Sentirse prisionera y títere puede más que el dolor en las costillas, las nauseas y el sabor de la sangre en mi boca.
Mi vista se aclara un poco aunque la punzada en las sienes continúa machacándome.
No consigo tener pensamientos cercanos. No consigo traer de vuelta nada que explique cómo he podido llegar a esta situación. Veo imágenes en mi mente. Son difusas: Un lugar que reconozco. Hay música, color. Está lleno de gente, de hombres en su mayoría. Ese lugar me pertenece o yo le pertenezco.
Me recuerdo bailando. Los hombres me miran. Sus miradas de deseo se me pegan a la piel. Me gusta hacerlo. Me gusta provocarles esas miradas. Tengo poder sobre ellos. Sobre el escenario… ¡es un escenario! Yo tengo el mando.
Recuerdo una conversación. Me señalan a un hombre. Es alguien poderoso, temido.
Debo ir con él, pero ese pensamiento no me asusta. Voy confiada pero no me recuerdo ingenua. Tengo recursos. Tengo mis recursos.
Hay una certeza que cruza mi mente en ese instante de serenidad. No es un pensamiento concreto, es como una seguridad que me sobreviene sin explicación: la tranquilidad de saber que en realidad estas cadenas no me retienen. En realidad estoy libre.

Ni siquiera lo pienso. No es un acto meditado es casi un impulso reflejo. De un movimiento preciso mi pulgar se disloca de su sitio y mi mano derecha sale limpiamente de sus grilletes. La izquierda le sigue con la misma facilidad.
Necesito tragar saliva.
Tengo que mirarme las manos libres para creerlo. La imagen de mis dedos fuera de su sitio no me impresiona, como si estuviese acostumbrada a verlos así, pero no lo estoy. Ni siquiera era consciente de que podía hacer eso. Todo es extraño. Tampoco tengo que pensar el movimiento preciso para devolver los pulgares a su posición original.
Las marcas de los grilletes en mis muñecas me escuecen. Las froto. Vuelven a llegarme las dudas.
¿Qué hago aquí? ¿Cómo he acabado aquí? ¿Qué lugar es exactamente «aquí»?
Es una celda, ya no tengo la menor duda. Un pequeño haz de luna se cuela por una abertura circular en el techo de piedra cruda. La puerta de metal oxidado no deja lugar a dudas.
Me levanto, camino descalza por el suelo húmedo. Es frío pero me libera momentáneamente del ardor de mi cuerpo. No sé si es fiebre y el temblor que me recorre es producto de ella. En algún momento mis tobillos debieron también estar prisioneros también. Las mismas marcas de los grilletes en mis muñecas abrasan mis tobillos.
Mi caminar es lento al principio, inseguro. Avanzo tres pasos que parecen años. Palpo mis costillas a la espera de encontrarme la fractura, pero tengo suerte. Me abrazo en un gesto de defensa. Noto que se escurre una lágrima por mi mejilla. Quiero pensar que es a causa de este dolor que me devora.

¿Y ahora?
Tengo que salir de aquí… Si me encuentran libre de las cadenas puedo darme por muerta. Algo me dice que huir de esta ratonera no va a ser tan fácil como seguramente llegué a entrar.
Piensa… piensa en algo Lya…
Mis pensamientos han huido. Hay un enorme vacío en mí. Todo es oscuridad.
Un nombre viene a mi cabeza. De súbito. Aparta todos los pensamientos y se cuela dentro, como un corsario.
Jäak Vihyau

¡¿Quién es Jäak Vihyau?! ¿Por qué recuerdo su nombre?


¡Pasos!
El sonido sordo de botas que se acercan me saca de una bofetada de mis preocupaciones. Tiemblo, mi pecho se agita sin control. Los pasos avanzan rápidos. Son más de una persona.
Entre tres y cinco, en concreto. Deben ser hombres de buena estatura y peso… van armados y acorazados. Armaduras recias pero no son de metal. Uno de ellos es liviano… ¿una mujer? Viene desarmado, desprotegido. No sé por qué puedo tener certeza de estos detalles solo por el eco de sus pasos. Es como si mi mente activase recursos que desconozco, que no conecto pero que están ahí, cubiertos de polvo, pero existentes y me ofrecen información.
Mi corazón bombea como un caballo a galope. Desesperada por la proximidad de las pisadas vuelvo a aquel camastro. Me siento. Pongo mis manos a la espalda y agarro los grilletes. Agacho la cabeza. No puedo dejar de temblar. No puedo dejar de temblar… pero a la vez hay una extraña seguridad en mi cabeza…
No estoy desarmada, no estoy desarmada.
El arma… el arma…
¡El arma soy yo!

Ya están aquí.
No quiero levantar la cabeza aún. Oigo las llaves hurgar en la cerradura. Una voz de hombre hace una broma a mi costa. Me llama «gatita». Le parece divertido encontrarme despierta… Algo se me arruga en el estómago.
Los pasos resuenan en la celda. Han entrado. Algunos, al menos. Mi mente solo piensa que la puerta está abierta. Como si simplemente pudiese salir caminando por ella…
Levanto los ojos levemente y les miro entre mis cabellos enredados. Solo alcanzo a ver hasta la cintura de las figuras. Dos soldados han entrado. Llevan cotas recias de cuero remachado, se arman con mazas de hierro. Dos han quedado fuera de la celda.
Tenía razón, hay una mujer con ellos. Lleva un emblema que reconozco: La Orden de Ylos. Es una informadora.
Hay otra figura. Un hombre delgado. Lleva puesto un delantal de cuero crudo, como el que usan los carniceros. Abre una pequeña banqueta y saca un estuche de piel enrollada en el que hay punzones y hojas de distintos tamaños y formas. Tiene una piedra de afilar. No habla. Está concentrado en el proceso. El rasgar de la primera cuchilla en la piedra me produce un escalofrío.
Esto va a ser un interrogatorio… y no va a gustarme.

La mujer avanza un paso. Mis ojos pasan raudos del estuche de punzones a la puerta abierta. Algo me dice que mi oportunidad está ahí por inconcebible que parezca. Mi mente está calculando posibilidades sin mi permiso. Ha comenzado una secuencia de movimientos… la sangre me hierve a borbotones en las venas.
¡Pero son seis! ¡Seis! Soldados entrenados y armados ¿Estoy loca? Estoy desnuda y mi cuerpo está machacado. No es posible salir así de aquí. No lo es. Soy bailarina, por Yelm ¿En qué locura pienso? Pero entonces por qué… por qué algo me dice que si, que puedo y que ellos no lo esperan.

La mujer me dirige la palabra.
—Hay dos formas de hacer esto, Lya. A mi manera y me cuentas lo que quiero saber…o a la suya —y señala al tipo de la piedra de afilar.
El corazón me va a estallar en el pecho.

Cuando levanto la mirada tengo muy claro qué hacer…


Lya in chains by CHARRO.


Opciones:

1—. Hay una tercera vía, zorra: A mi manera. 
(¡Ataca ahora Lya! Antes de que nadie reacione, no des tiempo).

2—. (Lya, estás loca?? Son seis ¡Estás desnuda y desarmada!) 
Bien, soy una persona razonable. Hagámoslo a tu manera. Hablemos.


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Elección seleccionada por el público (48% votaciones):

1—. Hay una tercera vía, zorra: A mi manera. 
(¡Ataca ahora Lya! Antes de que nadie reacione, no des tiempo).




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Acto II 
Sangre
¿Quien Soy? (Fragmento) by CHARRO


No sé por qué, solo una idea se aloja en mi mente. Es la más descabellada. Es la más desesperada. Es una idea imposible… quizá por eso sea la única idea que funcione. Lo único que me perturba es por qué tengo la sensación de que va a funcionar. En las grietas de mi memoria parecen esconderse secretos. Son esos secretos los mismos que siembran todas mis dudas y todas mis certezas.
Recojo mis piernas amoratadas en un gesto de defensa. Mi rostro se arruga en una mueca de miedo visceral. Se rompe de terror y las lágrimas no tardan en surcar mis mejillas. Me pego todo lo que puedo a la pared para esconder mis manos fuera de sus grilletes.
—Por favor —suplico —, por favor. No más. No me hagáis más daño. Por favor…
Evito mirarla a la cara. Mi rostro se tuerce, se quiebra. Tiemblo, me acurruco, demuestro toda mi indefensión y debilidad. El hombre delgado ha terminado de afilar sus cuchillas y hace un gesto de aprobación que yo no veo, pero que intuyo. Los guardias se sienten confiados. Ella avanza lo suficiente para quedar a mi altura.
El cebo ha funcionado.
Es ahora cuando extrañamente mi respiración se calma. Dentro de mí hay una inexplicable serenidad. Mis pensamientos se vacían. Sin saber cómo, entro en un proceso mental tan focalizado que todo lo demás pierde sentido. Hay tal claridad que me asusta porque no parece pertenecerme. Algo surge de ella. Me hace ver una evidencia que me produce escalofríos: las fuerzas están desequilibradas, pero nadie imagina aún qué parte es la que tiene la ventaja. Yo sí lo sé.
Noto su proximidad y mi mente me alerta de que ha entrado en zona de peligro pero me invita a esperar solo unos segundos más. Percibo cómo los soldados también avanzan. Mi visión perimetral ya ha situado también al tipo de las cuchillas. Hay un orden perfecto y preciso en mis cálculos. Todo encaja como piezas de relojería. Soy la primera en sorprenderse ante ello.
Una mano suave acaricia mi mejilla. Hay una falsa dulzura en ese gesto…
—Pobre niña —casi susurra —esto va a dolerme a mi más que a ti.
Es entonces cuando la miro.
Mis ojos se cruzan con los suyos y en una décima de segundo compruebo que sus pupilas han descubierto el cambio en mi mirada. Veo cómo se dilatan con la sorpresa. Cómo, de haber tenido margen de tiempo suficiente, toda su expresión de seguridad y confianza se hubiese venido abajo.
—Ni lo dudes, zorra. 
Mis movimientos compiten en rapidez con la picadura de un áspid. Mis manos revelan su secreto tan veloces que nadie puede reaccionar más rápido. Apartan de un manotazo su mano de mi cara y apresan su cabeza.
Ni lo pienso.
No sé de dónde saco la sangre fría pero giro aquel cuello en un movimiento preciso y se hace añicos entre mis manos como si fuese de cristal. Aquella cabeza con el gesto congelado de sorpresa acaba mirando a su espalda. Ni aún entonces esos hombres armados son capaces de reaccionar a tiempo.
Recogí mis piernas para poder tener impulso de salto. He contenido hasta ahora todas las fuerzas que aún poseía y las libero de un solo golpe. Me propulso, aún con aquel cuerpo retorcido en mis manos y lo empujo con fuerza. En su trayectoria impacta con dos de aquellos hombres y les rompe toda reacción que no sea quitárselo de encima. Eso me proporciona un tiempo de ventaja imprescindible. Para entonces, mis ojos ya están presos en mi siguiente objetivo.
            El tipo del delantal está aún más desorientado. Ni siquiera miraba la escena, más pendiente del estado de sus filos que de una chica desnuda y amoratada encadenada a un camastro. Imagino que habitualmente sus víctimas no suelen ofrecer mucha más resistencia que pataleos inútiles y súplicas que nunca escucha.
No está preparado para esto.
No sabe reaccionar ante alguien que no tenga sus manos y sus pies firmemente atados. Por eso apenas hay lucha cuando mis manos atrapan sus muñecas y llevo su propio filo hasta su garganta donde se clava limpiamente hasta la empuñadura. Me muevo rápida sin soltarle. Giro hacia su espalda conforme aquella cuchilla destinada a mis carnes abre las suyas. La presión de sus dedos disminuye y pronto son los míos los que sostienen el puñal. Mi giro de posición acaba en un brusco movimiento que saca el filo de su garganta. Su yugular de abre como una vieja cañería de desagüe saturada por la riada. Una cascada de sangre se vomita desde el cuello alcanzando las paredes. Siento como su cuerpo laxo inicia su caída pero para entonces yo ya no estoy ahí.
Ruedo por el suelo para salir de la zona de proximidad. La fría y húmeda piedra me da la bienvenida mordiendo mi cuerpo dolorido. El contacto con cada protuberancia del empedrado es como una puñalada desesperada a la que no tengo tiempo de atender. Cuando vuelvo a la verticalidad estoy casi encima de su mesita desplegable y de su instrumental de interrogatorios.
Es ahora cuando percibo el primer movimiento en el resto de los presentes. Es ahora cuando parecen darse cuenta de la verdadera amenaza que represento para ellos. Un parpadeo y aquella indefensa chica de las cadenas tiene dos cadáveres en el suelo y está armada.
            La reacción de los hombres de la puerta es avanzar mientras llevan manos a sus armas. Eso me da unos dos o tres segundos de iniciativa: es un tiempo letal si sabes emplearlo. Los hombres a mi espalda aún necesitarán cinco o seis para apartar el cuerpo de la informadora, girar y tener listas sus armas.
            No sé cómo mi cerebro es capaz de precisar al milímetro esos pensamientos. No tengo ni idea de cómo consigo tener movimientos tan precisos y organizar de un modo tan calculado mis posibilidades, pero igual que un experto jugador de keppa va tres o cuatro movimientos por delante, mi mente me advierte que sólo voy a tener que enfrentarme a uno de ellos si consigo ser certera en mi siguiente jugada.
            Hay un ángulo imposible en juego.
Un escaso, casi imperceptible hueco que puede darme una ventaja aún mayor. En un instante de lucidez soy consciente de que el tiro es de una dificultad extrema y precisa habilidad de maestro. Es ahora o nunca porque ese hueco, esa fisura, ese ángulo va a desaparecer de inmediato.
            Actúo.
Mi muñeca lanza el arma que hasta ahora me proporcionaba la única defensa. Se escurre de mis dedos en giros letales. No tengo tiempo de comprobar si he lanzado con la precisión necesaria para mi golpe de efecto, pero un pequeño brillo en mi pensamiento me indica que el tiro ha sido perfecto. Mis manos ya se encaminan al cuero desplegado y pretenden sacar de sus fundas un par de punzones agudos.
El cuchillo viaja en espiral hacia sus víctimas. Su posición es perfecta. Su proximidad es una ventaja incontestable. El giro de la hoja desgarra el cuello del primero en un beso letal. Secciona carne lo suficiente como para ser una herida mortal. Las manos de aquel soldado están obligadas a soltar el arma y agarrar la brecha de la que se escapa su vida. Vivirá. Al menos unos minutos más que el resto, pero ha dejado de ser una amenaza. Peor suerte tiene el hombre tras él. El final del viaje de ese cuchillo es hundirse justo bajo su tráquea.
Mis manos se arman ahora con los afilados punzones. Enfilo al primer adversario capaz de ofrecer batalla mientras dos cuerpos se desploman tras de mí, al lado de la puerta. Alza su maza pesada pero en el tiempo que necesita para levantar su peso mi cuerpo ha entrado en su radio de acción. Soy como un escorpión que lanza su aguijón a una velocidad imposible para el ojo humano. Sus placas de cuero duro no son rival para un punzón afilado que se cuela entre ellas buscando un corazón que traspasar. Ya está herido de muerte cuando mi otro brazo lanza su picadura que le entra en ángulo por el hueco del oído hasta el cráneo.
Extraigo. Un cuerpo se derrumba ante mí. Me deja ver lo que hay a su espalda
…y ahí está el adversario, el único que dispone del tiempo y oportunidad para asestar un golpe antes que el mío.
Tampoco lo hace. La pelea vuelve a estar desequilibrada. No ha contado con un factor, con un aliado a mi causa: El miedo.
Lya. Sangre (fragmento) by CHARRO
Apenas han pasado diez o doce segundos desde que viese a una chica maniatada en un camastro sorprender a todos revelándose libre. Quizá le ha dado tiempo de parpadear tres o cuatro veces. Solo ha tenido la oportunidad de encadenar uno o dos pensamientos primarios, casi instintivos. Ahora hay cinco cuerpos sobre el suelo y la responsable de sus muertes se halla frente a él, mirándole a los ojos. Y esa mirada es fría. Es la mirada impávida de la misma muerte. Por eso el terror le consume, le engarrota la mano, no le deja pensar y pierde su oportunidad.
Pero el áspid, el escorpión no juegan a regalar oportunidades. Me lanzo sobre él y mis punzones se ensañan con su cara. Es el único instante en el que pierdo la conciencia del tiempo y me invade una furia que no me permite mantener la frialdad hasta ahora. Sé que puedo permitírmelo. Sé que está pagando por todos la humillación y abusos que se han cometido conmigo.
Cuando mi rabia se consume tengo la sensación de regresar a mi cuerpo. Vuelve el temblor y la agitación a mi pecho.

Soy plenamente consciente de lo que ha sucedido en ese lugar y tal certeza me resulta imposible de asimilar en un golpe. Miro mis manos ensangrentadas y temblorosas que dejan caer los punzones. Doy dos pasos hacia atrás aterrada ante la visión de la cara desfigurada de mi último adversario. Tropiezo con un cuerpo a mi espalda que he olvidado que está allí. Pierdo el equilibrio y toda la escena se dibuja ante mis ojos. Es una escena terrible.
Seis cuerpos siembran la piedra, la inundan de sangre. Uno de ellos aún gorgotea y se mueve mientras el color de su cara palidece conforme vierte el fluido vital desde su garganta. Me mira con un horror inhumano en el rostro.
No puedo soportarlo y me derrumbo.
Caigo al suelo y quedo sentada con los ojos abiertos y temblando.
Esto es obra mía. Yo los he matado. Yo los he matado.
No puedo explicarme cómo he podido hacerlo. No tengo la menor idea de cómo he podido hacer lo que he hecho. Por un instante no sé quien soy. Me aferro el rostro. Desespero y apreso mis cabellos manchados de sangre.

Acto II Lya: "¿Quién soy?" by CHARRO


Un millar de imágenes y un catálogo de pensamientos colapsan mi mente. Es como si abriesen el grifo de mis recuerdos, aunque ninguno explica lo que ha pasado.
Chicas, baile. Una cama, sexo, sudor. Hombres. Muchos hombres pasan por esa cama. Rostros familiares que recuerdo. Sus nombres.
La Sirena Varada.
Soy Lya, prostituta en la ciudad de Las Bocas del Dar. La seducción y el sexo son mis herramientas de trabajo. La Sirena Varada es un prostíbulo de lujo. Nuestros clientes son poderosos. Tengo una gran reputación en lo que hago. A veces lo que hago es un poco más complejo e ilegal que cobrar por ofrecer placer, pero…
Nada explica cómo he llegado aquí ni cómo he sido capaz de matar a seis personas de esta manera, en apenas uno o dos minutos.
Estoy confundida. Me sobreviene una oleada de nauseas y vomito sobre el suelo en un acto reflejo.
Hay un solo segundo de paz tras ello. Un segundo que me invita a salir de allí y buscar las respuestas más tarde. Se llama instinto de supervivencia.
Tan rápido como mis manos temblorosas son capaces, desnudo a la agente de Ylos tratando de que no me impresione su cabeza vuelta hacia la espalda.
Sé que habrá más guardias en el exterior así que mi coartada debe ser lo bastante creíble como para impresionarles.
La Orden de Ylos tiene tal reputación que una soldadesca ramplona no se va a arriesgar a enfadar a una agente. Hay demasiado miedo y respeto. Sin embargo, llegados a este punto prefiero tener un as en la manga. Cuando acabo de vestirme vuelvo a agarrar el cuchillo. No tengo ninguna duda de quién me va a proporcionar el último regalo.
Salgo de la celda y cubro mi cabeza con la capucha de la capa del uniforme. Cuanto menos se me vea el rostro tanto mejor. El cuerpo me duele horrores y tengo que morderme la lengua para evitar quejarme. Eso me recuerda lo que llevo en la mano. Paso algunas galerías pero no tardo en encontrar la sala de guardia.
Un soldado más se sienta en una banqueta al pie de unas escaleras que ascienden y terminan en una puerta de madera. Frente a él hay otro en una mesa próxima. Respiro hondo. Mi actitud debe ser sólida. Lleno mis pulmones de aire y avanzo para delatarme.
Los hombres me miran al entrar en la estancia pero yo me dirijo con frialdad hacia la puerta. El de la banqueta se levanta. El de la mesa pregunta.
—¿Tan rápido?
—Mi trabajo aquí ha terminado. Abridme.
Por el momento no parecen sospechar nada. El de la banqueta trastea un manojo de llaves. El de la mesa sonríe con sarcasmo.
—¿Qué tal la gatita? No ha tardado en soltar la lengua, por lo que veo.
Giro levemente mi mirada. Juego con la tensión del silencio unos segundos. Voy hacia él de dos pasos tan firmes que percibo su miedo. Golpeo sobre la mesa tan fuerte como puedo. Le miro a los ojos. Sé que puede ver la sangre en mi cara oscurecida por el pulsar de sombras de las antorcha.
—No, no ha tardado en soltarla —le digo.
Levanto la mano de la mesa y sus ojos casi se salen al descubrir lo que he dejado sobre la madera. Se le hace un nudo en la garganta al descubrir una lengua amputada como regalo.
—¿Alguna pregunta más?  —Se levanta de un brinco instintivo y hunde la mirada.
—No, señora.
—Abre la maldita puerta. Este lugar huele a cerdo.
—Por supuesto, señora.
Algo dentro de mí disfruta sabiendo que ese tipo va a necesitar cambiarse de calzones. Ordena al acompañante que me abra y que me acompañe al exterior. Vuelvo a morderme para no delatar que cada paso me desata terribles dolores.
El fortín de las mazmorras es un edificio separado del resto, pero anexo a una gran mansión. Es de noche en el exterior pero la brisa fresca me resulta un bálsamo. Mi silencioso escolta me lleva hasta una verja que delimita el final del recinto y me deja en una calle grande. Se despide con escrupulosidad marcial pero yo no le devuelvo palabra.
Comienzo a alejarme manteniendo toda la dignidad de lo que represento. Tengo que hacer esfuerzos para no correr a pesar de mi dolor. Después de algunas calles de distancia encuentro un callejón lo suficientemente estrecho y sinuoso como para sentirme segura.
Allí el mundo se cae a mis pies. Allí derramo toda la tensión y todo mi miedo. Allí vuelvo a ser la mujer desesperada que despertó desnuda y encadenada a una cama.
Me siento un poco mejor después de eso. Con la claridad suficiente, al menos, de tratar de poner un poco de orden. No tengo muchas alternativas:
Podría regresar a la Sirena Varada. Se supone que es mi hogar. No consigo orientarme pero no creo tardar en encontrar el camino. Otra opción es pedir refugio en alguno de los templos o capillas. Allí podrían tratarme las heridas. Probablemente no hagan preguntas. El problema es que no ubico ninguno en las cercanías y podría andar a ciegas durante un buen rato. No es muy aconsejable caminar a ciegas y en mi estado por una ciudad como las Bocas.
Necesito pensar con frialdad…
Acto II Lya: "Sangre" by CHARRO













Opciones:

1.- (Vuelve a casa Lya. Allí seguro que pueden explicarte muchas cosas) 
Sirena Varada.
2.- (Desaparece por un tiempo, Lya, hasta que todo se aclare mejor que nadie sepa de ti). 
Asilo en un templo.
3.- (¿Por qué quedarse en el callejón no va a ser buena idea? Descansa un rato y decide más tarde. Llevas un uniforme de la Orden de Ylos. Nadie va a meterse contigo.) 
Quedarse y descansar un rato.


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Elección seleccionada por el público 
(62% votaciones)

1.- (Vuelve a casa Lya. Allí seguro que pueden explicarte muchas cosas) 
Sirena Varada.



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Acto III

Resurrección


Lya "Resurrección" by CHARRO



La Sirena Varada luce su descaro a ojos de la luna. Fue una antigua mansión y mantiene aún esa elegancia aristocrática en su fachada. Se sitúa en la frontera del puerto y el barrio alto, casi como frontera de dos mundos antagónicos.

He llegado por pura inercia. Casi por intuición.
Las Bocas nunca duerme y si lo hace, nunca es durante la noche. Sus calles son un hervidero de actividad y excesos. La Sirena es esa dama imposible que jamás pierde su elegancia. Tres plantas acogen todos los vicios concebidos disponibles solo para bolsas sin fondo en la Ciudad del Pecado. Aquí todo puede hacerse, aquí todo puede ganarse, si puedes pagarlo.

Este es mi hogar. Lo sé, pero no lo recuerdo.

Mis recuerdos inconscientes me han traído aquí sin error. No he dudado en una sola calle, en una sola esquina. La fachada de estilo Tyriano me produce una sensación encontrada. Sus luces y su bullicio me despiertan una cálida sonrisa. Como la de reencontrarse con un viejo amigo al que hace tiempo dejaste de ver.
Me detengo cerca del Boulevar de las Tres Reinas y observo el ostentoso recinto desde una distancia prudente.
Tengo un instante de duda que me atenaza la garganta.
La sensación de que me han estado siguiendo me persigue desde que comencé a caminar. Supongo que el uniforme que visto me hace un objetivo poco apetecible. Nadie quiere molestar a un informador. Vuelvo la cabeza hacia atrás pero no descubro nada que levante la menor sospecha o mejor debería decir que todos en estas calles parecen sospechosos. Respiro hondo y comienzo a caminar en dirección a la Sirena mientras me aseguro de que mi rostro queda oculto bajo la capucha. No sé qué voy a encontrarme ni cómo reaccionar ante lo que encuentre. Pero lo que más me preocupa es cómo reaccionarán aquellos que me conocen.
Una cerca dorada de varios metros de altura rodea la fachada y delimita unos bellos jardines al interior. Esa cerca tiene su propia «frase hecha» en las Bocas: Tener suficiente influencia como para cruzar la Cerca Dorada. Eso dice mucho del lugar en el que supuestamente trabajo.
Me quedo aún a distancia prudente, entre la masa de gente que curiosea al exterior o hace cola para entrar, aún entrevestida de sombras de los callejones aledaños. También observo mucho oportunista mezclado entre los que esperan. Carteristas, ladrones… toda una fauna habilidosa que pulula alrededor de la opulencia y el exceso como moscas sobre un cadáver.
Los jardines interiores también se llenan de clientes. Hay mesas y fanales de luz tenue que crean una atmósfera íntima y placentera. Algunos músicos tocan melodías que se escapan más allá de los barrotes.
Tengo fogonazos de memoria que me hablan del interior que aún no he visto. Lujo, madera labrada, paredes estucadas o pintadas al fresco con motivos florales. Las tres plantas y sus docenas de salas y habitaciones. Tengo imágenes de rostros que conozco y frases que se me pierden en la memoria…
Avanzo un poco más, hacia la gran cerca. Hay hombres armados en los accesos. Es entonces cuando identifico también al interior muchos otros hombres. Tienen rostros duros y cuerpos corpulentos. Los del interior disimulan sus armas y visten más acorde con el lujo que les rodea, pero tienen la misma función. Son matones. Proveen la seguridad.
Ando tratando de rescatar alguna información en los huecos de mi mente cuando alguien tropieza conmigo. Me desequilibra y me obliga a mirarle. También va embozado y se aparta pronto de mi para seguir su camino. El golpe me hace resentirme del dolor en las costillas.
—Mira por donde vas, estúpido —le grito enfadada. A cierta distancia, él se gira despacio. No puedo verle la cara pero parece un hombre robusto. Su voz agravada taladra mi memoria.
—¿Y tú? ¿Sabes realmente dónde vas?
           
            Queda un instante manteniéndome la mirada desde unos ojos inexistentes tras su embozo y dejándome envuelta en dudas, se gira y continúa su camino. Tardo en reaccionar. Cuando lo hago me descubro a mi misma demasiado cerca del grupo de entrada y de los hombres que la custodian. Percibo que algunos de ellos me miran con desconfianza. Pienso por qué puede ser y saco en conclusión que se trata de mi uniforme. Supongo que creen que soy una informadora y andan tensos. Uno de los hombres que guarda la entrada se aproxima hacia mí.
Trato de pensar con frialdad.

—Señora, ¿Algún problema? ¿Podemos ayudarla en algo?
Noto que su tono es, con toda probabilidad, mucho más amable de lo que suele ser con los desconocidos que husmean en los alrededores. Mi uniforme le intimida. Con todo, me juego la carta.
—Soy Lya. Tengo que entrar.
            —L… ¿Lya?

Me arriesgo a levantar un poco la capucha y observo su cara palidecer cuando contempla mi rostro aún con rastros de sangre. Da un par de pasos hacia atrás. Y me hace un gesto para que aguarde allí.
            Le veo regresar a la puerta de la cerca y hablar con otros hombres. Uno de ellos se vuelve hacia el interior y se apresura a llegar a la mansión. Se pierde en ella.
            Espero unos minutos que se me hacen eternos.
Cuando regresa, lo hace acompañado. En un hombre joven de rostro magnético. Sus gestos me advierten que tratan de disimular una urgencia que busca pasar inadvertida. Los ojos de ese nuevo acompañante se escapan de cuando en cuando hacia mi dirección, tratando de confirmar mis rasgos, imposibles de adivinar en la distancia. Llegan a la cerca y el guardia queda en su posición y vuelve a sus tareas de controlar el acceso mientras que el joven la cruza y se aproxima hacia a mí, decidido.
            Levanto un poco mi capucha y a unos pasos de llegar, le cambia la cara. Es como si hasta entonces dudara de que la información que tuviera fuera cierta.
            Me mira con los ojos muy abiertos.
            —¡Lya! ¿Dónde estabas? Y… ¿Qué haces vestida así?
            Su rostro me es muy familiar pero no le reconozco. Ningún nombre se asocia a sus rasgos en mi cabeza.
            —Es una larga historia… —le confieso.
            —¿Y toda esa sangre?
            Trata de rodearme con sus brazos. Su mano llega a mi cintura y mi cuerpo se agita en un intento de controlar el gesto de dolor. Él la retira de inmediato.
            —No toda es mía.
            —¿Qué quieres decir? ¿Estás herida?
            —El asunto se ha descontrolado un poco.
            —Vamos adentro. Me lo explicas por el camino.
            «Ojalá pudiera explicarlo», pienso mientras le acompaño hacia la entrada.
            No hay problemas para atravesar la carismática verja pero noto la presión de las miradas y el silencio que se ha hecho alrededor. Enseguida cambiamos la dirección. No nos dirigimos hacia la puerta principal y atravesamos los jardines internándonos en las sombras.
            —Entraremos por el servicio. Con esa ropa ahuyentarás a la clientela.
            Es cierto.
He comprobado como algunos que esperaban su turno para acceder han comenzado a marcharse disimuladamente. Nadie quiere estar cerca de un agente de Ylos identificado y mucho menos en un lugar como la Sirena.
            —Lo siento, no he tenido muchas opciones.
            —Pero ¿qué ha pasado? Lo último que sé de ti es que te fuiste con el Príncipe de la Hoja Escarlata. 
            —Es complejo de explicar.
            El joven parece tener paciencia y no me insiste. Me mira con preocupación mientras me conduce entre setos y fuentes a otro extremo del enorme prostíbulo.
            —Diva Yhara empezó a preocuparse cuando no supo nada de ti esta mañana. Xan estaba hecha una furia. Te ha sustituido en tu actuación, creo que ahora está con un cliente pero no sé si podrás verla pronto.
            No relaciono sus nombres.
Diva es un apelativo élfico, así que debe tratarse de una elfa, probablemente alguien importante. No contesto a su comentario, me limito a quejarme levemente por el paso apresurado y él lo entiende, reduciendo el ritmo.
            Entramos por las cocinas.
Un enjambre de cocineros y sirvientes se cruzan a nuestro paso. Algunos nos miran con estupor pero continúan con sus quehaceres. Hay todo un mundo de actividad tras aquellas paredes. Es como estar entre las bambalinas de una gran obra de teatro. Pasamos varias habitaciones y pasillos hasta llegar a un recibidor con escalera mucho menos concurrido. Las subimos despacio. Nos cruzamos con algunas chicas que nos miran con gesto extraño y pasan rápido junto a nosotros.
              Alcanzamos una de las habitaciones que mi acompañante abre con una llave.
            —Tu habitación.
            Es amplia y lujosa, mucho más de lo que esperaba. Una gran cama con dosel de gasa domina la estancia. Hay un gigantesco armario de madera oscura, tocador, espejos… Una bañera de patas doradas se atisba tras un biombo de la misma madera oscura que el armario. Yo avanzo con la expresión en el rostro de quien entra en aquel lugar por primera vez. Él queda en el umbral.
            —¿La echabas de menos?
            Me vuelvo entresacada de mis ensoñaciones. Aquello es una habitación de princesa.
            —Mucho —le digo.
            Él asiente amablemente con una sonrisa.
            —Pediré que te preparen el baño. Cámbiate antes de que Diva te encuentre así o va a desmayarse. A ella sí tendrás que explicarle cómo has vuelto vestida con un uniforme de la orden de Ylos. Tienes tu ropa en el armario.
           
Se marcha con una sonrisa y me entorna la puerta. Yo me tomo un instante para asimilar la situación y curiosear brevemente por el lujoso espacio privado en el que supuestamente vivo. Hay perfumes en el tocador y hermosos vestidos en el armario. Tengo una extensa colección de sandalias, también.
            Cuando observo mi aspecto en el espejo me sobresalto de la impresión.
La primera de las chicas con agua caliente llega a mi puerta y pide permiso para entrar con la cabeza agachada. Se lo concedo sin mucho entusiasmo y la dejo vertiendo el líquido en la panza de nácar de la bañera.
            Comienzo a desvestirme despacio. Mi reflejo empieza a mostrarme las señales de mi paso por la celda. Gruesos moretones cubren mi cuerpo. Al dejar caer la chaquetilla de mi uniforme algo se desprende de uno de sus bolsillos. Es un pequeño pliego de papel doblado.
Tengo curiosidad y lo recojo.
Hay algo escrito.
           
«¿Y tú? Estás segura de dónde vas? Si no estás completamente segura de con quién puedes hablar y con quien no, ven a esta dirección. Puede que tenga respuestas para tus preguntas».

            Lo firma: «J. V. Un amigo».
Hay una dirección abajo, es el distrito del puerto.
           
Recuerdo las palabras de aquel desconocido que se chocó conmigo en la calle, antes de entrar. No era simplemente un desconocido.
            ¡J.V! ¡Son las siglas del único nombre que recuerdo! Jäak Vihyau. Apresuradamente escondo el papel y todo vuelve a darme vueltas. No sé qué ha pasado ni de quién debo fiarme. Mi situación actual responde a algún asunto poco claro y no sé a quien puedo confesarle mi situación.

            —¡Santo Enoq! Alguien se ha divertido más de la cuenta.
            Me vuelvo.
El joven que me ha acompañado hasta la habitación ha vuelto. Su rostro está desencajado ante la visión de mi espalda amoratada.
            —¿Qué ha pasado?
            —Necesito ese baño.

Lya "Mirror" by CHARRO

Termino de desnudarme ante su mirada partida. Por una vez un hombre me mira desnuda con el gesto arrugado, más impactado por mis señales que por mis curvas.
            —¿Puedo ayudarte?
            En este tiempo un joven mozo ha vuelto a traer agua caliente de las cocinas. La bañera humea cálida y se torna ciertamente apetecible. Llego por inercia a la bañera y compruebo que mi acompañante no sabe muy bien qué hacer o cómo comportarse y vuelve al umbral. Yo me dejo sumergir en el agua ardiente que es un verdadero bálsamo para mi cuerpo helado y dolorido. Dejo que el agua me inunde la cabeza y se escurra por mi pelo. Tengo un instante suspendido en el tiempo.
            Escucho alboroto por el pasillo. El joven se vuelve hacia mí.
            —Es Diva. Viene alterada.

            Apenas unos segundos después aparece una mujer elfa. No es muy alta pero increíblemente bella y viste unos ropajes sofisticados. Se adorna con joyas que relucen a la luz de los candiles. Le acompañan una cohorte de curiosos. Chicos y chicas, probablemente compañeros de trabajo. Su rostro cambia radicalmente de expresión cuando me contempla derrotada en la bañera.
            —Lya, ¡por toda la corte de los Patriarcas! ¿Qué ha pasado? ¿Qué son esas marcas?
            —Ya estoy en casa —Es lo único que sale de mis labios y mis ojos se cierran.
            —Rápido, avisad al «Cirujano». Fuera de aquí, chicas. Tenéis trabajo —ordena con severidad— Täarom cierra esa puerta.
            Se acerca hacia mí con grandilocuente gesto maternal y me acaricia el rostro mientras me mira a los ojos. Pone su mano en mi frente y me acaricia tiernamente el pelo.
            —¿Qué te han hecho? Si ese canalla cree que mis chicas son juguetes a su antojo, va a pagarlo.
            —Estoy un poco cansada, Diva.
            Ella se levanta.
La noto un poco tensa por mi sutil cambio de conversación aunque noto en sus ojos que su preocupación es sincera.
            —Está bien. Descansa un poco —me concede—. Que te examine el Cirujano. Después del baño ven a mi despacho. Quiero saber qué ha pasado y si es lo que imagino, alguien más va a sangrar.
            Se vuelve hacia Täarom.
            —No la dejes sola. Atiéndela en todo lo que necesite.
Él agacha la cabeza en gesto de sumisión.
            —Como ordenes, Diva. Así será.
            Se aleja de mi y lo aparta un poco de la escena.
            —Avísame en cuanto esté lista. Dale ropa limpia y si hay algún contratiempo quiero ser la primera en enterarme. ¿Entiendes? La primera. No importa con quien esté o qué esté haciendo… y otra cosa. Que nadie le diga nada a Xandrila. Tiene un cliente importante y no quiero más sorpresas esta noche.
            —Claro, Diva. Ordenaré que así sea.
           
Ella sonríe satisfecha y se vuelve hacia mí.
            —Tómate tu tiempo, cariño. Hablamos cuando estés más repuesta.
            —Gracias, Diva —contesto con un hilo de voz.
            —Debo dejaros, hay una piara de cerdos depravados asquerosamente ricos a los que satisfacer.
            Me dirige una última mirada pero no dice nada. Aquella mujer de belleza imposible solo alcanza a morderse el labio inferior, quizá como delato de algún pensamiento interno. Sin más, se marcha.
            Täarom y yo cruzamos una mirada. La suya parece temerosa, preocupada, quizá.
            —Me sentaré por aquí —dice con cierto reparo—. Si necesitas algo, por favor, dímelo.

            Por un instante vuelvo a tener la fantasía de hallarme sola.
Cierro los ojos y mis pensamientos cabalgan sin control.
            He despertado en una celda a la que no sé cómo he llegado. Han maltratado mi cuerpo y habían planeado interrogarme a través de agentes de Ylos. He matado a seis personas, incluida la agente. Tengo un lapsus mental que me impide recordar incluso lo más básico. Y luego… está Jäak Vihyau. Un nombre que no me dice nada pero que me advierte de la inseguridad de este lugar y de las personas que ahora mismo me rodean.
            Alguien me ha tendido una trampa. Alguien no esperaba que regresase de aquella mazmorra. Puedo estar en grave peligro o puede que este sea mi refugio y a alguien le interese alejarme de aquí.
Tengo que pensar en mi jugada…
            Y tengo que pensarla rápido.





Opciones:

1.- (Sincérate con Diva, Lya. Eres una de sus chicas más rentables, no puede estar en el ajo). 
Hablar con Diva y contarle lo que ha pasado.

2.- (Nada ocurre en este lugar sin que Diva lo sepa. No te delates aún. Habla con Täarom, parece realmente preocupado por ti y te ayudará a recordar) 
Confiésate en secreto a Täarom.

3.- (No te fies de nadie. Sal de ahí y ve a la dirección del papel) 
Encuentra a Jäak Vihyau


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Elección seleccionada por el público 
(86% votaciones)


3.- (No te fies de nadie. Sal de ahí y ve a la dirección del papel) 
Encuentra a Jäak Vihyau




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Acto IV

Secretos

Lya Acto IV  Seduction by CHARRO


La dirección me llevó hasta una tortuosa y oscura calleja perdida entre la maraña de calles del puerto. La puerta estaba a medio descolgar y el edificio, de tres plantas y aspecto sólido, parecía abandonado. Desde luego no era un lugar que encontrar por casualidad. Comprobé por tres veces que estuviera en el sitio indicado.
Ni rastro de nadie por los alrededores ni dentro de aquel desvencijado edificio que olía a pescado descompuesto, humedad y salitre. La puerta estaba abierta.
De hecho, casi se me queda en las manos al tratar de empujarla. Llevé mis dedos a la empuñadura del cuchillo que me había atado al muslo para darme algo de seguridad. Aquello tenía mala pinta y no hablo, precisamente, del estado de las paredes. No esperaba una bienvenida con músicos en un palacete, pero tampoco encontrarme en mitad de este estercolero sola como una rata.
Había llegado hasta allí y no iba a largarme hasta llegar al final, aunque para ello tuviese que poner patas arriba hasta el último rincón podrido del distrito del puerto.
Entré.
La oscuridad era penetrante y apenas distinguía las estrechas paredes de un pasillo que parecía morir en una estancia llena de desperdicio y montañas de basura.
Creí intuir otra puerta en el extremo de una de las paredes. El olor era nauseabundo. Si aquello era un escondite, estaba claro que era uno bueno. Ni a las moscas se le hubiese ocurrido pulular por allí por propia voluntad, pero yo tenía motivos para no dar marcha atrás y no lo hice.
A poco que me alejé de la puerta de entrada escuché un «clic» que me hizo saltar todas las alarmas. Me giré aprisa sólo para ser testigo de cómo caía con estruendo una pasada plancha de metal que sellaba la puerta por la que había entrado, impidiendo mi retirada. Apenas un segundo después escuché un silbido muy cerca de mí y noté cómo las rodillas comenzaban a aflojarse y mis dedos se volvían pesados.
Gas
La pestilencia alrededor evitaba que oliese, si es que aquello tenía algún olor. Me sentí estúpida. Parecía tan obvio que iba a caer en una trampa que casi había descartado la opción.
Mi mente se perdió entre mis recuerdos recientes antes de apagarse…
Volví en un segundo fugaz a los instantes previos que me habían llevado hasta allí… 

***

Llegó el «cirujano» y yo estaba aún en la bañera en mi habitación de la Sirena Varada. El tiempo se había detenido para mí en la calidez del agua.
Era un tipo de aspecto extravagante. Pequeño de estatura y cuajado de extraños tatuajes que alcanzaban incluso su rostro. No tenía pelo y su cara estaba salpicada de perforaciones: labios, cejas y su nariz se atravesaban con varas de madera o remaches de metal. De sus orejas colgaban desmesurados aros de bronce que abrían y dilataban hasta un punto dramático la perforación de sus lóbulos. Deduje que habría de ser una especie de shamán. Lo que me inquietó fue no recordar a alguien con un aspecto tan llamativo. Eso me hizo ser consciente de la debilidad en la que me encontraba. Sin mis recuerdos era muy vulnerable.
Recordé aquel pedazo de papel que alguien se había tomado la molestia de hacer colar en uno de mis bolsillos. Recordé las siglas de aquel nombre. Para bien o para mal era el único nombre que por el momento había retenido mi mente. Eso no significa que fuese un amigo, pero comprendí que era mi único clavo ardiendo.
Dejé a aquel pintoresco personaje hacer su trabajo.
Usó magia ritual para sanar por encima mis lesiones. Cánticos, ungüentos, pictogramas pintados en mi piel desnuda. Me dijo que había tenido suerte. La mayor parte eran contusiones y abrasiones de la piel pero ninguna revestía daño de gravedad. Tampoco encontró lesiones en hueso. Me preguntó cómo me había hecho aquello. Eran los daños típicos de una paliza. Me hubiese encantado tener algo con qué responderle.
           
            Los grifos que había pintado en mi cuerpo harían su trabajo en las horas siguientes. Con todo, la mayor parte del dolor y las molestias desaparecieron con aquella primera intervención. Täarom se mantuvo allí, paciente y quieto. Notaba su mirada preocupada que, en cualquier caso, a veces se escapaba a rincones más íntimos pero que se esforzaba por reconducir y disimular. No dijo palabra tampoco mientras busqué una ropa adecuada que ponerme, después de que el «cirujano» se marchara.
Me tomé mi tiempo.
Trataba de valorar mis opciones, decidir si hablar allí y ahora me iba a perjudicar más que beneficiarme.
No tenía garantías de nada. Se supone que era mi casa, que aquella gente eran las personas más cercanas a mí, pero resulta angustioso no recordarlo. No saber qué diferencias o vínculos has tenido con ellos hasta ahora. Dudar de a quién debía ofrecer mi confianza. Quizá ninguno de ellos tenía nada que ver con lo que me había ocurrido, pero entonces… ¿por qué ese mensaje me lo hacía dudar? Quien lo escribía parecía tener mucho más claro que yo la implicación de la gente que me rodeaba en la suerte que había corrido en las últimas horas. Quien lo escribía sabía cosas que probablemente no iba a descubrir aquí. O eso, o era lo bastante listo como para sacarme del único lugar en el que iba a encontrar apoyo. Era un riesgo que debía correr o puede que estuviera haciéndole el juego a quien me había provocado la encerrona.
            Después de cambiar por quinta vez de sandalias, miré a aquél hombre que trataba de no parecer nervioso ante mi presencia. Acabé de anudarlas con parsimonia y acaricié delicadamente mi pierna hasta el muslo. Entonces alcé mi mirada hacia él que esquivó mis ojos sintiéndose cazado.
            —Si estás lista puedo decirle a Diva que…
            —Cierra la puerta —le insinué sin dejarle terminar.
Sé que le pareció extraña mi petición pero la cumplió sin chistar. Yo aproveché para llegar a su altura y quedar maliciosamente cerca para cuando se volviese. Su reacción fue exactamente la que buscaba cuando al girarse me encontró invadiendo su espacio y mirándole directamente a los ojos.
Noté su turbación. Casi podía masticarla.
            —Diva puede esperar un poco, ¿no crees? —dije avanzando unos centímetros más.
            —Bueno… hacerla esperar es… —Silencié su frase poniendo mi dedo índice sobre sus labios. Casi se traga las palabras. Había un punto divertido, lo reconozco.
            —He visto cómo me miras…  
Estaba tan nervioso ante mi proximidad que dio un paso hacia atrás solo para encontrarse con aquella puerta cerrada a su espalda.
Atrapado.
Un nuevo paso en su dirección.
Él gira la cabeza para no mirarme pero yo le fuerzo a mantenerme la mirada agarrándole suavemente de la mandíbula.
—¿Vas a negarlo?
Él balbucea.
—Lya… todo… todo el mundo te mira… así.
—Bueno… tú eres más discreto, más elegante. Me gusta cómo me miras… no te lo había dicho nunca antes… pero esta noche he estado a punto de morir y supongo que…
Le acaricio delicadamente el pecho con mis dedos. Dejo la frase en suspenso. Noto como su respiración se agita.
—Siempre te he considerado atractivo…
Se derrumba.
Acabo de tocar muro.
—A..aa… mi? ¿Yo? Osea… ¿tú… crees…?
—Me miras con delicadeza y eso me halaga. Estoy rodeada de cerdos, muy ricos, pero cerdos… sin embargo tú…
Sigo aproximándome, haciendo que mi cuerpo y el suyo cada vez tengan menos puntos sin contacto. Está temblando entre mis manos. Por una parte me hace sentir bien. Tengo más poder sobre él que nadie en este instante… por otro lado, noto su fragilidad. Hay algo en él que realmente me conmueve.
—Ly… Lya, si Xan entra ahora y me descubre así… contigo, soy hombre muerto, y lo sabes. ¿Por qué… por qué me dices esto ahora…?
¿Xan?
Algo me desconcierta. No esperaba ese ingrediente en el guiso.
Hay que salir deprisa.
—Un poco de riesgo lo hace todo más emocionante… ¿No crees?
—No, tratándose de la Xan que yo conozco… aunque… —Acerco tanto mi boca a la suya que casi percibo el temblor de sus labios—. No sé… no sé qué te pasa Lya… o tú no eres la misma persona de hace dos noches o debo estar soñando.
—Puede que no sea la misma persona —ni imagina hasta qué punto no lo soy —Lo cierto es que necesito que hagas algo por mi — modulo mi voz hasta casi el susurro muy cerca de su oído— y puedo hacer que no quieras despertar de tu sueño.
—Sabía… sabía que tramabas algo.
—Soy mala… pero puedo ser peor —le susurro.
—Eres cruel solo por diversión—. Noto que algo ha cambiado en su tono de voz que hace que me aparte un poco de su contacto. Le miro a los ojos y veo un poso de tristeza en ellos. —Sabes que haría lo que me pidieses sin necesidad de montar este teatro. Siempre lo he hecho, ¿no? Estoy aquí para eso.
Su mirada me rompe el corazón.
Me aparto y agacho la cabeza. La chica mala ha sido demasiado dura. Hay que sacar a la chica buena.
—La verdad es que necesito que me ayudes. Necesito volver a las calles.
—¿A las calles? ¿Ahora?
—Debo solucionar algo antes de hablar con Diva.
Alzo la mirada y trato que parezca lo más inocente posible.
—Esto no me gusta.
Parpadeo.
—Oh, Cleros, no tardaré en arrepentirme. ¿Qué esperas que le diga a Diva?
 —No sé, que he quedado dormida, que necesitaba descansar. Confío en que sabrás decirle lo más indicado. Solo serán unas horas. No tardaré. Nadie sabrá en realidad que he estado fuera.
—¿Y si te ocurre algo? Nos has tenido preocupados.
—He vuelto ¿verdad? —más parpadeo. He comprobado que es una buena arma. —Prometo volver rápido y sana. ¿Me cubrirás? Por favor…
—Maldición —rebusca en su cinto y extrae un amplio cuchillo—. Toma esto… y lárgate antes de que recobre el sentido.
Bajo los ojos, sonrío antes de tomar el puñal. Le miro con gesto agradecido.
—Hablaba en serio cuando dije que te encontraba atractivo.
Él sonríe y sacude la cabeza. Yo le guiño con un poco de malicia. Ese es el instante preciso en el que sé que no va a delatarme.
Confiaba en estar de regreso en unas horas.
No pudo ser…

"Secretos" by CHARRO

***


Despierto con pesadez. Tardo en ubicarme.
Estoy en una cama.
¡No, otra vez!
¡Espera!
Sigo vestida. No estoy encadenada…

La luz anaranjada de la habitación es tenue pero confortable. De la impresión, he acabado sentada en la cama. Aún me froto las muñecas, aliviada por no tenerlas prisioneras. Con la rapidez con la que muevo la cabeza no soy capaz de percatarme de una figura abrazada a medias por las sombras, sentada en un sillón cerca de los pies de la cama. Es su voz quien me la descubre.
—Bienvenida de vuelta, Lya.
Parpadeo. Enfilo la mirada y le encuentro.
No puedo apreciar sus rasgos con exactitud pero de primera impresión me parece un hombre maduro, recio de torso. Viste ropas elegantes aunque no especialmente caras. Tiene el pelo revuelto de un color rubio oscuro y luce una barba cuidada que le aporta magnetismo. Su voz es gruesa, sonora, casi sensual.
Su lenguaje corporal no es amenazante y yo no me hallo prisionera en algún modo, a pesar de que mi inconsciencia le ha dado la oportunidad de reducirme.
Me quedo en silencio y le observo. Mis ojos se percatan de que el cuchillo de Täarom está sobre las sábanas, justo a mis pies. Él nota cómo mis pupilas recorren el arma.
—Lo llevabas contigo, creo —me informa leyendo mis pensamientos—. Puedes tomarlo. No quiero que pienses que estás aquí en contra de tus deseos. Has venido por tu propio pie.
—¿El numerito del gas era necesario? —Me resuelvo a responderle con ironía—. Me hubiese bastado una bienvenida menos llamativa.
Él carcajea débilmente. Esa risa sutil activa algo en mi recuerdo dormido. Me es extrañamente cercana y familiar. 
—Lo era, para tu seguridad y la mía.
—Imagino que estoy hablando con Jäak Vihyou.
Él queda un instante en silencio. Su presencia tiene un aura que me intriga.
—Si lo preguntas, es porque no me recuerdas, aunque es todo un acontecimiento que hayas deducido ese nombre de unas simples siglas. No recuerdo habértelo mencionado en ningún momento. Parece que tu memoria lo ha mantenido a salvo. De alguna forma me siento halagado.

Lo cierto es que ese nombre es el único que se mantiene en mi cabeza y no doy explicación a ello. Lo he relacionado rápida y fácilmente, como si no hubiese otra posibilidad y no sé por qué.
—¿Interpreto que nos conocemos?
Él inspira sonoramente y mantiene un silencio dramático antes de contestar.
—Nos… conocemos. O al menos… nos conocíamos.
Me incorporo lentamente sobre la cama. Mi nueva visita al inconsciente me ha dejado de recuerdo cierta sensación de mareo.
Necesito sujetarme la frente. Solo dura un instante.
—Bien, hechas las presentaciones y en vista de que somos viejos amigos… ¿por qué no me cuentas de una maldita vez qué diablos está pasando y por qué no puedo recordar absolutamente nada de mi vida?
Él se levanta despacio. No se aproxima a mí. Se da la vuelta lentamente y comienza a andar por la habitación. Yo aprovecho ese instante en el que me ofrece la espalda para agarrar el cuchillo a mis pies. Prefiero andar armada, por si acaso.
—Temo que soy el responsable en parte de tu falta de memoria—. Me desvela volviéndose hacia mí. La dirección rápida de sus pupilas me hace saber que se ha dado cuenta de que el cuchillo ya no está a la vista. No tengo tiempo de reaccionar. La noticia me atrapa de sorpresa.
—Entonces tienes mucho que explicar.
—¿Has venido a eso, no? El cuchillo no te va a hacer falta para sacarme el resto de información, te lo aseguro.
Me siento cazada, pero prefiero tener el arma en mi mano.
—Has matado a un hombre. Por eso despertaste en una celda. Era un hombre poderoso en esta ciudad, muchos le deseaban muerto, pero te han utilizado a ti para acabar con él y su muerte complica mucho la situación, incluida la tuya.
Carcajeo nerviosa.
—No te creo. Soy prostituta. Es de las pocas cosas que he sacado en claro en estas horas. No soy ninguna asesina.
Él cruza los brazos.
—En eso te equivocas. Eres una asesina, una de las mejores… pero eso era algo que nadie debía de saber, incluida tú.
Un extraño calor me invade.
Hay una sensación de certeza absoluta en lo que dice. Algo dentro de mí me advierte que sus palabras son ciertas. Aquellos hombres en la celda. No podría haber acabado con ellos como lo hice si lo que este hombre cuenta no fuese cierto. Mis movimientos precisos, mi mente calculando sin mi permiso… pero entonces…?
Creo que mi rostro deja traslucir el enjambre de dudas que me invade.
—Entiendo que sea algo complejo de asumir —me consuela.
—¿Complejo? No sé si es la palabra adecuada…
—Algo dentro de ti te dice que es cierto. Probablemente alguien te ha usado para matar al Príncipe Escarlata, alguien cercano. Ha sido una muerte que tú no planeabas, no podías hacerlo. Te han usado… pero, que estés aquí ahora, que hayas salido de esa celda me hace entender que has tenido que recordar tus habilidades durmientes en un momento en el que tu vida corría serio peligro ¿me equivoco?
Respiro hondo.
Venía buscando respuestas y de momento solo tengo más preguntas.
—¿Quién eres tú y cómo sabes tanto? —En esta ocasión un impulso incontrolado me hace amenazarle apuntándole con el cuchillo en mis manos. Él observa la hoja sin inmutarse. Contesta muy despacio, sin el menor rasgo de alteración.
—Me llamo Jäak Vihyou. Hubo un tiempo en el que nos conocíamos. Un tiempo que para tu seguridad debí borrar de tu memoria. Empezaste una nueva vida, lejos de la anterior, lejos de todo vínculo conmigo. Así acabaste en la Sirena Varada. Aunque no las recordases, tus habilidades seguían ahí. Todo el mundo sabe que en la Sirena se compra y se vende algo más que placer. Te hicieron un encargo. Un encargo que no has cumplido. Alguien te ha usado para eliminar a uno de los Príncipes más influyentes del consejo de los 600 de esta ciudad. Quien lo ha hecho se encuentra cerca. ¿La razón? La desconozco pero ha activado algo en tu cabeza, algo que te pone en peligro. Tu pasado regresa Lya… y quienes te buscan lo van a aprovechar para cazarte.

—¿Cazarme? ¿Por qué.. para qué? ¿Quién me busca? ¿Qué se supone que hice para que vengan a por mí?
—Quienes te buscan son mucho más peligrosos que quienes te han encontrado. Y no es lo que hiciste, sino lo que dejaste por hacer lo que les importa.
—¿Qué no hice?
Jäak sonríe.
Mira hacia el suelo. Percibo que hay una batalla en su mente. Sabe que darme ese dato no es pertinente, pero quiere dármelo. Por alguna extraña razón quiere descubrirse.
—Lo que no hiciste fue… matarme.

Un escalofrío me recorre de parte a parte.




Opciones:

1.- (Ohh, Jäak, tienes mucho, mucho que explicar y lo vas a hacer ahora)
Consigue toda la información que puedas de este hombre por los medios que sean.

2.- (Ese es todo el problema? He matado a seis tipos en una noche, uno más…)
Mátale y acaba con esto.




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Elección seleccionada por el público 
(87% votaciones)



1.- (Ohh, Jäak, tienes mucho, mucho que explicar y lo vas a hacer ahora)
Consigue toda la información que puedas de este hombre por los medios que sean.



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Acto V

Verdades y Mentiras
fragmento de "Jäak" by CHARRO


—Espera, espera, espera… ¿De qué estás hablando? ¿Matarte?
La media sonrisa de Jäak Vihyou no está en consonancia con el gesto desencajado de mi cara. Parece que mi turbación le divirtiera y eso me enfurece. Me levanto casi de un salto, sin reparar que el cuchillo sigue en mi mano. No lo amenaza, pero se descubre. Casi lo había olvidado entre mis dedos. Compruebo que sus ojos pasan rápidamente hasta mis manos y evalúan el posible riesgo, sin que su gesto o su sonrisa se alteren.
    —Es algo que pertenece al pasado, Lya.
   —Es obvio que para mí, no.
   Ahora sí levanto el puñal contra él aunque solo fuese para dar mayor énfasis a mis palabras. Tengo la sensación de que está jugando conmigo.
  —No puedes hacerme creer que eres el responsable de mi falta de recuerdos, advertirme que me encuentro en peligro porque alguien me busca y que la razón de ello es que no acabé contigo cuando tuve la oportunidad. Si pretendes que tome eso como algo del pasado, estás muy equivocado, Jäak Vihyou, porque ese es mi único y maldito presente.

    Jäak baja durante un segundo la mirada al suelo de piedra de la habitación y permanece allí durante unos segundos. Luego la levanta despacio y me atraviesa con sus ojos verdes. Hay algo que me inquieta en su mirada: su profundidad. Está llena de palabras que no dice, de secretos que tienen que ver conmigo. Lo noto, lo percibo. Hay algo en esa mirada que me grita que es cierto. Aquel extraño y yo tenemos un pasado común, denso, salpicado de momentos que no recuerdo y, que si es cierto, él se encargó de borrar. No sé si eso es una buena o una mala noticia en este momento.

—Tienes razón. Supongo que mereces una explicación.
—Una larga, de hecho Hasta ahora solo has divagado.
Suena a exigencia.
Él suspira y en su suspiro se condensan un millar de emociones. Me da la espalda sin importarle que yo esté armada y le amenace abiertamente con la punta de mi puñal. Camina unos pasos despacio por aquella habitación pobremente iluminada. Se acerca de nuevo a su sillón y se sienta en él. Me mira. Yo estoy de pie, junto a la cama. Mi brazo sostiene rígido el puñal que bajo lentamente. Estoy impaciente por escucharle hablar.

—Formabas parte de una secta secreta de asesinos de élite vinculada a los templos de Aros, el Farsante. Una red secreta de asesinos, desconocida y considerada mito incluso por muchos de sus más altos jerarcas: Los Filos del Amanecer. Pocos saben que existen. No es fácil acceder a sus servicios. El ritual es complicado y los honorarios son extremadamente caros. El secreto, como comprenderás, es algo necesario en este oficio.
Hay algo en sus palabras que rebosa de convicción. No había oído hablar jamás de los Filos del Amanecer, pero no me cabe ninguna duda de que lo que cuenta es cierto. Es como si piezas inexistentes encajaran a la perfección en huecos imposibles de mi memoria.
—Continúa —le insto.
—Eras una de las mejores. Entrenada desde que tenías uso de razón y pudiste distinguir el filo de una daga de su mango. Habrás podido comprobarlo. Si tus habilidades han despertado en ausencia de tus recuerdos, supongo que para salir de tu cautiverio habrá hecho falta derramar un poco de sangre ¿me equivoco?
Recuerdo la celda. La facilidad con la que escapé de los grilletes. Mi mente calculando precisos movimientos sin que fuera realmente consciente de cómo podía hacerlo. Los movimientos certeros. Seis vidas sesgadas en pocos segundos. La sangre... 
Tiene sentido. Solo tiene sentido si lo que dice es cierto. Trago saliva.
—No te equivocas.
Él asiente apretando los labios y cerrando los ojos, como si su mente necesitase bucear en recuerdos intensos para continuar.
—Te encargaron eliminarme. Es evidente que no cumpliste tu parte del trabajo.
—¿Por qué?
Jäak queda muy serio en ese instante. Se muerde los labios. Vuelve a lacerarme con su penetrante mirada.
—Soy peligroso para ellos. Me enviaron su mejor carta, su mejor jugada. No querían fallos. No los esperaban. Quisieron darme una lección de crueldad eligiéndote precisamente a ti.
Le miré fijamente.
—No preguntaba por qué me lo encargaron a mi, sino porqué no lo hice. Por qué no te maté, si era la mejor.
Jäak desvía la mirada. 
Parece que hay duda en su mente. Una batalla. Al final decide concederme.
—Creo que no sería justo que fuese yo quien respondiese a eso.
Abro los ojos de la sorpresa. De todas las respuestas posibles, esa es el intento de quiebro más sarcástico que podría salir de aquellos labios.
—¿Justicia? ¿Me estás hablando en serio de justicia? Aseguras haber manipulado mi mente, haberme vaciado de recuerdos ¿Y te preocupas de la justicia? Tú habla y ya consideraré yo si es justo o no. Por lo que a mi respecta aún puedo acabar ese trabajo.
—¿Es una amenaza?
La voz de Jäak suena firme, suena a reto.Algo toca mi orgullo.
—Lo es. Y si tus palabras sobre mí son ciertas, deberías considerarla.
Él me mira con gravedad. Me sostiene una mirada que intento por todos los medios que no me afecte.  Se levanta con aplomo sin despegar sus ojos de los míos y se aproxima de un par de pasos lentos y sólidos. Prende mi mano con fuerza y coloca la punta del cuchillo sobre su corazón.
—Hazlo.
Hay un pálpito incontrolado en mi pecho. 
Por primera vez mis dedos tiemblan aunque soy capaz de no hacerlo evidente. Mis ojos van de la punta amenazante a la mirada de magma en sus ojos esmeralda. Quiero hacerlo. Siento mi ego doblegado ante su acto de arrogancia. En mi garganta hay un nudo espeso. 
Creo que él nota mi batalla y eso le hace sentirse confiado. Afianza la punta sobre su carne sin dejar de mirarme. Su mirada es una roca.
—No lo hiciste entonces. ¿Por qué ibas a hacerlo ahora?

Aprieto los dientes. No sé qué me detuvo en esos momentos de mi pasado que no puedo recordar, pero menos aún comprendo qué me retiene ahora. Pero le lanzo la respuesta que busca.
—Porque no te recuerdo. Porque no eres nadie para mi, apenas un rostro desconocido. Porque no hay ningún vínculo, ni sentimiento, ni nada que me impida hacerlo. Solo el saber que nadie me dará esa respuesta si hundo el puñal aquí y ahora.
Jäak Vihyou tarda en ofrecerme un gesto. 
Es una sonrisa de medio lado, no sé si de victoria o admitiendo la derrota.
—Touché. —Su respuesta me desconcierta—. Ahora eres otra persona. Has dejado de ser aquella que mandaron para matarme y también aquella que no lo hizo. Ya no eres la Lya que yo conocí. Por eso no tiene mucho sentido remover qué fue aquello que te frenó en esa ocasión. Muchas cosas han perdido su sentido para mí y para ti desde entonces.
Me sigue mirando. 
No conozco a Jäak, no a este Jäak, desde luego, pero su mirada es una lanza en mi pecho.
—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me vaciaste?
Esa frase le hace por primera vez huir de mis ojos. 
Noto que respira pesadamente y aprieta los labios.
—Para protegerme, claro. Fue un acto de supervivencia. Mandaron una asesina contra mí que no acabó su trabajo... Y para protegerte a ti. Sin esos recuerdos tenías más posibilidades de sobrevivir si te encontraban.
—A mi me dejaste indefensa. Esta situación lo demuestra. No sé con quien hablo, ni quién o cómo de grande es mi amenaza que dices que me persigue. Si he acabado en un prostíbulo en mitad de esta ciudad maldita, no sé si debo darte las gracias por tu protección. Quizá debería matarte, después de todo.
—Quizá yo debería de estar muerto, Lya. Quizá, tú también. Pero ambos vivimos. Ambos tuvimos una segunda oportunidad para empezar. Este fue el precio. Que no lo recuerdes es una ventaja, créeme. Yo sí he tenido que vivir con ello. Recordar cada día nuestra última conversación. Saber que existías. Asumir que para ti yo había muerto en realidad.
Aparto lentamente el cuchillo de su pecho. Nunca tuvo oportunidad de clavarse, algo en mi interior me lo dice. Me aparto de él y doy unos pasos ciegos en la habitación. Mi mente se satura de preguntas y más preguntas. Cada segundo conversando con aquel hombre salido de las sombras de mi pasado es una fuente más de dudas y de incógnitas.
—¿Por qué has vuelto ahora? ¿Por qué me cuentas todo esto sin despejarme una sola de mis dudas?
—Porque en realidad nunca me he ido. Porque siempre falto a mis promesas. Porque el pasado que tú olvidaste, el que te obligué a olvidar, es importante para mi. Pero para ti, lo importante es que has matado a un hombre por razones que desconoces. Eso ha traído de vuelta algunas sombras del pasado, sin pretenderlo. Sombras que podrían destruirte. Si no actúas con cuidado despertarás sospechas. Quienes te buscan a ti, me siguen buscando a mí. Sigo haciendo esto por egoísmo, Lya. Aunque no lo creas, solo me estoy protegiendo, una vez más. Alguien dentro de la Sirena te ha utilizado, solo pretendía advertirte. Lo que hagas a partir de ahora solo te concierne a ti.
Me da la espalda y camina hacia la única puerta de salida.

Hay algo que no encaja. Algo que me cuesta entender. Algo que probablemente oculta. Me deja casi tan vacía como al principio. Algo no está en su sitio. 
Tengo un súbito fogonazo de certeza.
—No. Este movimiento te delata. Tu seguridad estaba en las sombras. Yo no te recordaba. Salir no te protege, te expone. Advertirme es la excusa para mostrarte. Para regresar de las sombras. Necesitabas decirme que existes… ¿verdad?

Jäak se vuelve. Hay un brillo en los ojos. Inquietante.
—Yo nunca he existido, Lya… no pretendas entender mis motivos.
En sus labios se dibuja un amago de sonrisa triste que me deja clavada en el sitio. Es como si esa sonrisa despertase emociones en recuerdos que no tengo. Mi mente viaja y visualizo escenas difusas. Escenas de casi toda una vida que no tienen para mi ninguna conexión, aunque yo me reconozca como la protagonista. Es como ver fragmentos de una vida que no es tuya pero sabes que te pertenece. Esa sonrisa aparece en más de una de esas imágenes. Hay algo que se clava en mi corazón. ¿Recuerdos? Ni siquiera sé por qué me contagio de repente de esa sonrisa nostálgica.
Cuando parpadeo de nuevo en la realidad él ya no está.
En mi mente hay una encrucijada de alternativas.


"Jäak" by CHARRO

Opciones:

1.- Síguele, Lya. No puede irse así. Tienes que averiguar más de él.
Seguir a Jäak Vihyou

2.- Registra el lugar ahora que no está. Puede que haya información valiosa, no lo dejes pasar.
Registra la habitación.

3.- Tu problema es tu memoria. Él habló de un ritual. Quizá sea reversible.
Regresa a la Sirena y habla con el Cirujano.



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Elección seleccionada por el público 
(72% votaciones)




1.- Síguele, Lya. No puede irse así. Tienes que averiguar más de él.
Seguir a Jäak Vihyou



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Acto VI

Océanos de Tiempo




No podía dejarle marchar.
No así. No después de aquella tormenta de información que apenas si asimilo.

Jäak Vihyou: un hombre enigmático, que surge de las sombras, que me tienta a buscarle para confesarme que hubo un tiempo que no recuerdo en el que yo fui asesina en una hermandad casi desconocida. Me asegura que él fue uno de mis objetivos pero que no cumplí aquel encargo y que él mismo me borró la memoria. Me advierte de que alguien de mi círculo cercano me ha traicionado, que culpa por de ello he matado a un hombre poderoso en esta ciudad.
Me dice que estoy en peligro y se marcha.

¿Realmente cree que esto se puede saldar así? ¿Que puedo dejarle ir sin más?
No ha sido claro, no lo ha sido. Ha estado jugando conmigo.
Me abre más dudas de las que cierra. Me deja más huecos de los que allana.
           
Y sobre todo él…
Su presencia es intensa. Ni los océanos de tiempo en mi memoria son capaces de ocultar que este hombre no es solo una anécdota que no ubico en mi vida. No es solo alguien que vive porque en algún momento no supe o no pude arrebatarle el aliento.
Viene para decirme que existe, no solo para advertirme. Vuelve pero se marcha. Me guste o no esta situación, él es, por el momento, la única pieza con la que puedo seguir jugando en este extraño rompecabezas en el que se ha convertido mi vida.

Salgo por la puerta por la que él ha desaparecido hace un instante y ya no hay rastro de su paso por el lugar. Parece una casona grande, aunque descuidada y vacía. Ni siquiera sé si estamos en la misma zona de la ciudad. Oigo un ruido en la planta de abajo y pierdo todo interés por seguir ubicándome. Me centro en ese sonido que sigo con todo sigilo como si fuese un panel de direcciones claras.
Sorteo habitaciones frías, pasillos sombríos y un gran salón antes de dar con lo que parecen las bodegas de la casa. El sonido ha venido de allí. Había un sutil eco, una leve reverberación. Estoy segura que provenía de ese lugar. Es entonces cuando mis ojos se ponen a buscar atentamente algún tipo de rastro de Jäak.

Me resulta extraño que no me cueste esfuerzo hallar un débil vestigio de polvo que muere frente a un enorme botellero. Mide más de un metro de alto y en él las botellas se alinean a la perfección cubiertas por una pátina que delata su envejecimiento… todas, menos una.
Sigue resultándome increíble comprobar cómo sé lo que tengo que mirar, dónde poner especialmente la atención. Es como conocer las respuestas antes de imaginar siquiera la pregunta.  
Al intentar extraer esa botella, tal y como esperaba, no sale pero activa un resorte. Un panel de madera en la pared opuesta se descorre revelando un pasaje tras él. Ese es el sonido que me condujo hasta aquí. Jäak ha debido usar el pasaje para salir de la casa.
Respiro profundamente antes de cruzarlo. Mi corazón late ante la perspectiva de volver a lanzarme a las tinieblas con esta sensación de que en realidad vengo de regreso del infierno, aunque no lo recuerde.
No se divisa luz al otro lado. Huele a humedad condensada.
Afianzo el puñal entre mis dedos. Casi tengo que saltar cuando se activa el cierre automático del panel y yo me encuentro aún decidiéndome si avanzar o no.
El clic a mi espalda me indica que no hay vuelta atrás y por un momento toda luz desaparece. Trato de no ponerme nerviosa y palpo la pared para darme seguridad. Mis sentidos vuelven a ponerse en marcha sin mi permiso. Cierro los ojos para concentrarme solo en la información que recibo de mis oídos y mi tacto. Mis pasos son dubitativos al principio pero enseguida me siento cómoda y comienzo a avanzar sin problema. Siento la soledad en el pasaje. Ni siquiera mis pasos interrumpen ese silencio.
Es un tramo largo pero en línea recta. Muere en unas escaleras de metal que suben hasta el techo. La trampilla da a una nueva estancia.
Esta vez reconozco el lugar. Es aquel edificio del puerto por donde entré.
           
"Follow" by CHARRO
Sigue siendo de noche cuando vuelvo al callejón. Un rápido vistazo para  orientarme y salgo a hurtadillas buscando movimiento. En una de las bocacalles anexas me parece ver una figura que avanza en la lejanía. El puerto está silencioso y desierto así que el corazón parece palpitarme de alegría cuando reconozco al hombre al que pretendo seguir en aquellas formas lejanas.
Me apresuro.

Quedo a distancia de prudencia para poder vigilarle sin llamar demasiado la atención. No vuelve la vista en ningún momento. No sé si es porque es un hombre demasiado confiado o si por el contrario imagina que le sigo y me conduce a algún lugar. No sé qué esperaba en realidad que hiciese dejándome en aquella casa de esa forma… ¿qué me instalase allí? Mi cabeza vuelve por un instante a la conversación que mantuvimos. No sé qué demonios quiere de mí.
Le sigo por un buen número de calles, desiertas y húmedas que se alejan un poco de la zona portuaria y se adentran en las primeras manzanas de transición. Allí, asombrosamente, se detiene en frente de una gruesa puerta a la que llama. Es la primera vez que lanza un rápido vistazo a su alrededor. Yo tengo suerte de tener cerca una esquina en la que refugiarme. Cuando vuelvo a mirar, le descubro entrando en aquel  edificio.

Es una construcción sólida de casi tres plantas con ventanas enrejadas. Me doy unos segundos de margen antes de aproximarme a la puerta y echar un vistazo por mi misma. No tendría nada destacable si no fuese por un pequeño símbolo que no pasa desapercibido en la clave del arco que la enmarca. El símbolo no deja lugar a dudas. Algo en mi pecho se detiene: La Orden de Ylos.

Es una casa franca de la Orden de Ylos, la red de informadores. Solo los Familiares de la Orden podrían entrar en ese lugar.
Se me hace un nudo en la garganta y mis rodillas comienzan a temblar.
Solo por dos motivos Jäak Vihyou podría tener acceso a este lugar. O es un espía, o es un chivato. Ninguna de las dos cosas me parece buena para mí. Ninguna de las dos me encaja ante lo que me ha contado.

En mi cabeza se mezclan un millón de alternativas.
Ahora sí que es verdad que no tengo ni idea de qué puedo hacer. Una de las personas a las que maté en aquella celda pertenecía a esta Orden de informadores. Una de esas personas que, estaba claro, no tenía intención de hacerme pasar un buen rato.
O Jäak me miente…
"Ylos" by CHARRO

Con la cabeza colapsada tardo en percibir una presencia a mi espalda. Soy consciente de ella cuando noto la presión de una mano sobre mi hombro.
Mi reacción es tan rápida como directa. Mi cuerpo vuelve a reaccionar por sí mismo, casi mecánicamente. Agarro la muñeca que me toca el hombro, giro, la retuerzo doblando con ella el cuerpo al que pertenece. Mi cuchillo queda besando la carne de su cuello. Ha sido casi un parpadeo, tanto para él como para mí. No sé quién de los dos se sorprende más en esa situación.
—¡¡Lya, por Cleros!!  
Reconozco la voz desesperada, la silueta que tengo totalmente a mi merced.
—¡Täarom! ¿Qué haces aquí? ¿Me has seguido?
—Es obvio que te he seguido.
Sigo un poco conmocionada y ni contesto ni relajo la presa ni la amenaza del cuchillo. Se hacen unos segundos incómodos de silencio.
—¿Vas a soltarme?
—No sé si fiarme de ti.
—¿Que no sabes… si fiarte? —El tono de estupor llena cada palabra pero mantengo bien firme el agarre. Confieso que estoy tan descolocada que ya no sé que hacer—. Y yo ¿debería fiarme?  Has aparecido en la Sirena vestida de agente de Ylos. Te dejo sola un rato y terminas delante de una de sus casa francas ¿Qué cuernos está pasando, Lya? No sé quién de los dos debería dar las explicaciones a quien.

En algo tiene razón Täarom: estamos delante de una de sus casa francas. Si esas lenguas viperinas de Ylos tienen ojos y oídos en todas partes, motar una escenita delante mismo de sus narices es como provocar a un oso.
Aún bien sujeto de la muñeca y con el cuchillo en la garganta le obligo a caminar a mi merced hasta un callejón próximo.
—Las explicaciones las da quien tiene el cuchillo en el cuello ¿No te parece? ¿Alguien te ha mandado que me sigas?
—Nooo ¿estás loca? Si le digo a alguien que te he dejado salir a estas horas colgarán mis pelotas de un gancho solo por diversión. Me las estoy jugando por taparte el culo, encanto. Tú mejor que nadie deberías saberlo Pero claro, idiota de mí pensé que podías tener problemas sola por estas calles. Yo que pensaba que la gata peligrosa era Xandrilla y resulta que eres todo un Escorpión.

Täarom hace el juego de palabras con una de las bandas más peligrosas de la ciudad, Los Maestros de las Dagas, conocidos vulgarmente como Escorpiones, sin embargo, es precisamente esa referencia la que me hace aflojarle la presa. Acabo de ser consciente de que necesito agarrarme a un clavo ardiendo y en este momento solo le tengo a él.
Le suelto. Me aparto y le dejo frotarse instintivamente el cuello.
—No te conozco, Lya. No sé qué diablos está pasando. Aún no he parecido la esperanza de que me lo cuentes. Si te has metido en un lío…
Mientras habla, pienso.
Mientras habla, sopeso.
Necesito arriesgarme o este callejón seguirá sin salida.

—No te recuerdo, Täarom. No sé quien eres. —le confieso. Él se silencia de inmediato y arruga el entrecejo. Cree por un momento que no hablo en serio—. Desperté hace unas horas en una celda, desnuda y atada. Las señales que viste debieron hacérmelas allí. No las recuerdo. No recuerdo nada, nada antes de ese momento. Ni a ti, ni a nadie. Ni siquiera me recuerdo a mi misma. Mi mente está vacía.

—Creo que necesito una copa —asegura después de un instante en silencio en el que no deja de mirarme con intensidad, quizá buscando algo que delate que estoy bromeando. Es obvio que no lo encuentra.
—La acepto.
—Conozco un garito discreto no lejos de aquí. Creo que deberíamos de hablar.

Es cierto. Debemos hablar.  

***

Es un antro escondido que Täarom me asegura que es de confianza. La poca clientela nos mira al entrar pero no nos molesta. Täarom asegura que hay pocos lugares donde una chica como yo pueda pasar desapercibida y este es uno. Con todo, se asegura de exhibir abiertamente el tatuaje en su cuello que le delata miembro de los Corsarios, la banda a la que pertenece y que está al cargo de la seguridad y protección de la Sirena. Es el único modo de evitar tener problemas en esta ciudad.
Pide dos copas de Aguamar Ardiente y nos refugiamos en un apartado rincón de la sala. Me mira con intensidad. Ahora sus rasgos no me parecen tan jóvenes como al principio. Su mirada es profunda. Me invita a iniciar la conversación.
Me cuesta comenzar a hablar. Tras varios segundos de duda se decide él a romper el hielo.

—Dices que no recuerdas nada…
—Así es. Mi memoria es un vacío.
Él suspira… toma un sorbo largo de su copa y trata de relajar su rostro.
—… y no sabes cual es la causa. No tienes ni idea de porqué tus recuerdos se han evaporado.
—El hombre al que viste… asegura que él es la causa, pero…
—¿Puedes hablarme de él? ¿Por qué fuiste a verle?
Cierro los ojos y me muerdo los labios. 
Todo lo que pienso suena a delirio en mi mente.
—Alguien tropezó conmigo en la puerta de la Sirena. Metió una nota en un bolsillo. Una nota que me hacía entender que alguien estaba al tanto de lo que me estaba ocurriendo, como si me hubiese estado observando. Ponía una dirección, por eso te pedí que me cubrieses. Descubrí la nota al desnudarme en la habitación.
—¿Quién era? ¿Tiene un nombre?
Dudo.
—Verás Täarom… no quisiera dar algunos datos hasta estar segura de en quien puedo confiar.
Mi compañero arruga el entrecejo.
—¿En quien puedes confiar?
—Él me dijo que alguien de mi entorno me había traicionado. Que parte de mi situación era a causa de eso. Mi entorno solo puede ser la Sirena y eso incluye…
—Entiendo —dice asumiendo la situación—. Eso me incluye a mi.
—No es algo personal… pero…
—De acuerdo, lo entiendo. Es complicado para mi, pero lo entiendo.
Hay un velo de sinceridad en su mirada y la chispa de una sonrisa en sus labios me da confianza.
—No sé cuánta relación tenemos. Espero que sepas disculpar que…
Su sonrisa entonces se vuelve aún más abierta.
—Tranquila, nunca tuvimos una relación cercana. Tú eres… eres… —percibo su duda. Al fin se confiesa—. Bastante inaccesible, ya sabes. Eres una de las chicas favoritas. Nunca me diste mucha conversación. Sueles ser bastante distante con todos aquellos que no son clientes, no te ofendas. Os pasa a todas.
Aquella confesión me deja un poco aturdida. Me ofrece una imagen de mi que ni siquiera recuerdo. Me siento casi en la obligación de disculparme. Sea como sea, él es quien está ahora aquí, escuchándome. Me lamento haber tenido ese trato indiferente que asegura. Acepta mis disculpas y le resta importancia.
—Podrías hablarme un poco de ese entorno, puede que me ayude a recordar.
—Solo si luego tú me cuentas con detalle lo que ha ocurrido desde que despertases.
Acepto el trato y lo sello con una sonrisa que busca ser sincera y amable.
—Bien, trataré de ayudarte. ¿Por donde quieres que empiece?
—Empieza por ti mismo.

Vuelve a sonreír, esta vez con timidez. Se diría que le he sonrojado un poco con mi petición.
—No hay mucho que contar de mi —asegura. Señala el tatuaje en el lado derecho de su cuello —Soy parte de los Corsarios, la banda que controla el distrito y ofrece seguridad a la Sirena Varada.
—Así que eres un matón.
—Soy algo un poco más sofisticado. Soy un especialista. Si hace falta un trabajo de “limpieza”, me llaman a mí. Si hace falta un experto en cerrajería, me llaman a mí. ¿Alguien que prepare el terreno? Soy tu hombre.  Y si tengo que jugarme el culo por una de las chicas… no hace falta que me llamen, como ves, eso me lo busco solo.
Aquel gesto de franqueza me arranca una sonrisa. Él parece complacido. 
Continúa.
 —En la Sirena se compran y se venden favores, no siempre carnales. Diva usa a sus chicas en secreto. Yo suelo estar detrás, por si hay algo que arreglar.
—Así que también somos espías… —algunas cosas comienzan a corroborarse en mi cabeza. No era solo mi intuición, es un dato que realmente recordaba, por lo que no todo es vacío en mi memoria.
—No solo eso. Sois favores, sois espías, ladronas… a veces incluso asesinas. Todo el mundo lo sabe, pero nunca se ha probado. Porque a todo el mundo le interesa que eso siga siendo así.
Aquello me intriga.
—Explícate…
La Sirena es territorio franco. Todas las bandas pasan por sus habitaciones en algún momento. Todas usan los recursos secretos …y Diva se beneficia de ello. Obtiene inmunidad, respeto, posición… y mucho, mucho dinero.
—Háblame de ella.
—¿Diva? Inteligente, bella, fría… Un aspecto de cristal para alguien ambicioso cuya sangre élfica le permitirá seguir siendo bella y ambiciosa cuando nuestros nietos anden cavando su fosa.
Aquella descripción me hace saltar las alarmas.
—¿Lo bastante fría como para traicionar?
—Traicionar a según quien y según por cuanto. Es lo bastante rica y poderosa como para no dejarse arrastrar por cualquier oferta. Y no te dejes engañar. Diva es lista. Sus chicas son su fuente de poder, así que las cuida. Para ser lo que sois, vivís como princesas… al menos el grupo selecto.
—¿El grupo selecto?
Täarom me mira entrecerrando los ojos un instante.
—Todos los chicos y chicas de la Sirena Varada son selectos. Ninguno está al alcance de cualquier bolsillo, pero… hay un grupo de élite. Tú estás entre ellos.
—¿Ah, si? —Me extraño—. ¿Y qué tiene ese grupo?
—Versatilidad ante las… demandas de los clientes o… las necesidades de Diva.

Quedo pensativa. Empiezo a encontrar motivos para la traición interna si mi oficio aparte de calentar camas lleva implícito otras tareas.
—El hombre que viste asegura que he matado a alguien llamado el Príncipe Escarlata. ¿Qué puedes decirme de él?  
Los ojos de Täarom se abren como ventanales.
—¿Has matado al…? —El gesto de alarma de Täarom le hace subir la voz más de lo apropiado, pero se autocensura antes de que nadie en la sala se percate de ello —¿El Príncipe Escarlata ha muerto?
—Eso es lo que tengo entendido, si… —contesto con cierta ironía—. ¿Quién era?
—Es… era uno de los Señores más poderosos de la ciudad. Uno de los príncipes piratas. Controla el puerto, estamos en su territorio. Quien controla el puerto controla la mitad de las Bocas.
—¿Quién querría matarle?
—La otra mitad de las Bocas, está claro. Pero lo has hecho tú. Alguien debería salir beneficiado de esa maniobra y no tengo muy claro si sería Diva.
—¿Por qué?
—Últimamente se les veía juntos. Se rumoreaba que tenían algo.
—¿Un idilio?
La mueca en su cara adquiere un matiz irónico.
—¿Amor? ¿En Diva? No, si tenía algo con él eran negocios. Aunque todo el mundo sabe que Diva suele mezclar los negocios con el placer bastante amenudo.
Me froto el rostro. Empiezo a acusar las horas de falta de sueño.
—Sea lo que sea parece que Diva podría tener algo que ver.
—Por si lo has olvidado, está impaciente por hablar contigo.
—No sé si debo ser totalmente franca con ella hasta que no sepa algo más.
—Dime cual es el plan y te ayudaré encantado. Estar aquí contigo me convierte de alguna manera en tu cómplice.

Déjame pensar…



Opciones

1—. Regresaremos a casa de Jäak. 
(Quiero registrarla. Aún hay muchas cosas de ese hombre que no me encajan).


2—. Regresaremos a la Sirena
descansaré un rato, luego hablaré con Diva tal y como ella quería. La dejaré tener la iniciativa)


3—. Registraré los aposentos de Diva
Regresaremos a la Sirena pero te necesito para que distraigas a Diva antes de hablar con ella. Quiero ver si encuentro alguna pista entre sus objetos personales)

3—. Hagamos algo que nadie espera: Entrégame a la Casa Franca Orden de Ylos
(Forcemos la tormenta. Quiero ver hasta dónde llega su coartada).




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Elección seleccionada por el público 
(74% votaciones)





3—. Hagamos algo que nadie espera: Entrégame a la Casa Franca Orden de Ylos
(Forcemos la tormenta. Quiero ver hasta dónde llega su coartada).




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Acto VII

La Boca del Lobo.

fragmento de Täarom by CHARRO


Ahora, en frío, no sé si ha sido una buena idea…


            —¿Estás loca? —Täarom se lleva las manos a la cabeza y baja la voz que ha levantado de pura inercia—. ¿Entregarte a los de Ylos? Sería más rápido si te corto la garganta aquí mismo. ¿Qué pretendes conseguir con eso?
           
Sé que lo que trata de decirme es lo más razonable. Ni yo misma sé muy bien qué pretendo. Supongo que forzar un poco la marcha de los acontecimientos. Que el hombre que me ha tenido inconsciente en su cama, el que ha podido venderme, matarme o hacer lo que le placiese conmigo haya sido el único en advertirme peligros y acabe entrando en una casa franca de la orden de espías resulta francamente desconcertante.
            —Ese hombre no puede ser enemigo —le digo convencida.
            —¿Por qué estás tan segura?
            —Porque de serlo no estaría aquí hablando contigo. Estaría desangrándome en una cama, flotando en las cloacas o delante de aquellos que me quieren muerta. Es una tapadera.
            —Pues si tu aliado tiene como tapadera la Orden de Ylos, tiene la sangre congelada en las venas. No sé si sería oportuno tocar las pelotas de alguien así.
            —Pues eso es justo lo que quiero.
            —Querida, eres puta: para tocar pelotas no necesitas meterte en la boca del lobo.
            Sonrío con ironía.
            —Muy agudo, Täarom. No sabía que entre tus habilidades también estaba hacer de bufón.
            Él también me sonríe.
            —Hago lo que puedo. Soy el tipo de los recursos, ¿recuerdas?
—Ese tipo sabe más de mí que todos vosotros juntos y me debe algo más que una explicación. No pienso dejarle jugar a su juego. Lo tendré cerca aunque tenga que coserlo a mi culo.
—Tampoco vas a tener problemas para tener a nadie pegado a tu culo.
—Si has terminado de hacer chistes fáciles…
Täarom se pone serio y suspira hondo.
—Lo cierto es que solo trato de decirme a mi mismo que no vas a cometer ninguna locura.
—¿Te preocupas por mi?
—En realidad me preocupo por mi. Te han visto entrar y te han visto hablar conmigo en la Sirena. Si terminas en una sala de interrogatorios de la Orden van a pedirme explicaciones. Si voy a darlas, quiero saber que no había otras opciones más sensatas.

Respiro hondo.

—Las haya o no, Täarom, es el paso que quiero dar. Quiero forzar a ese hombre a que me diga a la cara si está conmigo o si todo esto es un juego. Si es un juego, quiero que muestre sus cartas aquí y ahora. He salido de una celda vigilada esta misma noche. Confío que si las cosas se tuercen podré salir de ésta también. No tienes por qué implicarte más.
—No, si yo soy quien entrego. Antes o después lo sabrán y si las cosas no salen bien… que no imagino cómo pueden salir bien…
Me muerdo los labios. El plan no tiene ninguna finalidad concreta. Mil cosas pueden torcerse. Jäak puede no estar siquiera allí. Estoy proponiendo una locura y aún así tengo la extraña certeza que solo dando un paso que nadie espera puedo sacar cosas en claro. Si sigo dejando que manejen los hilos, haciendo justo aquello que quien hay tramado todo esto espera que haga, solo voy a ser un títere de ojos vendados. Si Jäak me está manipulando, solo cortando esos hilos lo sabré, saltándome las reglas de lo que es razonable… y si no lo hace, le forzaré a contarlo todo poniéndole en un aprieto.
—Estoy decidida.
Täarom cierra los ojos resignado.
—Siempre tuviste carácter. ¿Sabes lo que pueden hacerle a una prostituta ahí dentro?
—No soy una simple prostituta.
—Fuera de la Sirena no eres nadie, Lya. Y ahí dentro, delante de los inquisidores de Ylos, ni los reyes son nadie.
Guardo silencio un instante. Sé lo que trata de decirme.
—No soy una simple prostituta. Vuelve a la Sirena. Niega que me hayas visto después de dejarme en la habitación. Olvida este asunto. A partir de este momento sigo sola.


Realmente no sé si ha sido una gran idea. Me han dejado en una habitación vacía. Solo una puerta y paredes desnudas. La luz la ofrece una lámpara de aceite colgada de una de las paredes. Sorprendentemente no me han atado ni puesto cadenas. O no me han descubierto aún o no debo parecerles todavía amenazadora. Han apostado a un par de soldados mercenarios al otro lado de la puerta. Con eso tratan de cuidarse de que no voy a escapar de aquella habitación sin ventanas. De momento no tengo ninguna intención de hacerlo. Estoy aquí para forzar que Jäak sea totalmente franco conmigo. Por eso he preguntado por él. Les he dicho que tengo información vital sobre la muerte del Príncipe Escarlata pero que solo se la confesaré a Jäak. De eso hace casi una hora.

Nadie ha venido, nadie se ha preocupado por mí. En esta habitación sin ventanas no hay ni un maldito lugar para sentarse. La humedad hace que sea fría e incómoda. Sentarme en el suelo es una opción desesperada y no quiero que la primera imagen que tengan de mi es la de una chica asustada y congelada en una esquina.


Escucho pasos en las proximidades y la voz amortiguada de hombres al otro extremo de la puerta. Me tenso. La puerta se abre y trato de mostrar mi presencia más firme.
Entran dos figuras. Llevan el uniforme de la Orden. 
En ese instante un pensamiento sobrevuela mi cabeza. En mi vacío mental se cuela una seguridad. La Orden de Ylos es una hermandad de espías a sueldo. Buscan, encuentran o sacan información. Eso es lo que compran y venden. La inmensa mayoría de los miembros nunca se identifican y la extensa red de «chivatos», ojos y oídos entre la población, infiltrados en las casas nobles, las bandas, los barrios es incontable. No solo aquí en las Bocas, sino en todos los reinos, pero en especial en esta ciudad donde tienen su gran sede. Tener delante a dos de estos «hermanos» perfectamente uniformados debería de hacerme entender que son miembros destacados y por lo tanto, peligrosos. Eso me lleva a pensar que la chica que maté en las celdas también estaba uniformada, lo cual me hace pensar que el asunto por el que se contó con ella debía ser importante. No maté a una simple espía. Maté a una inquisidora, especialista en extraer información… igual que quienes acaban de entrar.
El pensamiento tiene forma de advertencia, pero me sorprende que mi mente haya recordado esos datos. Con seguridad ya estaban dentro de mí y si han vuelto, mi memoria no está del todo perdida, solo oculta.
La habitación es fría y sin ventanas, pero amplia y ellos quedan a unos metros de mi. Se despojan de las capuchas. Ninguno es Jäak. Mal comienza esto…
  
—¿Cómo has dicho que te llamas? —Me pregunta el que tiene aspecto de más veterano. Debe rondar los cincuenta años. Tiene la frente despejada y escaso pelo negro. Sus rasgos son severos.
—No lo he dicho, señor —le contesto. No sé muy bien qué etiqueta seguir con ellos. Se miran. El otro es solo un poco más joven. Guardan un silencio incómodo.
—Sin embargo aseguras que tienes algo que contar sobre la muerte del Príncipe Escarlata. Eso es un hecho que pocos conocen, entenderás que debemos mantener ciertos protocolos contigo. Por eso estás aquí.
—También dije que solo hablaría con Jäak Vihyou —les aseguro tratando de parecer lo más sólida y segura posible—. Sé que está aquí.
—Le tienes delante —me dice el más joven—. Él es Jäak Vihyou.
Mi expresión cambia. Me quedo bloqueada durante un instante. En ese tiempo una tercera figura entra en escena pero queda más rezagada, a espaldas de mis dos interrogadores. Se alza un poco la capucha. Puedo distinguir los rasgos.
—Él no es Jäak —digo con firmeza.
—¿Qué te hace pensar en eso?
—Porque Jäak está justo ahí detrás. —alzo el dedo para señalar a la figura que acaba de entrar en la sala. Ambos se vuelven y descubren al hombre que he venido a buscar.
—Hermano, este interrogatorio está asignado —dice el primero con una fingida cortesía—. Tu presencia no es necesaria, por el momento.
—Nadie te ha mandado llamar. ¿Qué haces aquí? —pregunta el otro.
—Dicen que esta chica ha dado mi descripción en la puerta. He venido a comprobar de quién se trata.
Jäak me mira con una frialdad que me traspasa. Su rictus es el de una montaña helada.
—No es lo único que ha dado en la entrada. ¿Os conocéis?
—Sí. —aseguro yo en un impulso que vuelve a centrar en mi la atención.
—No —responde Jäak tajante—. Esta mujer miente.
Su mirada sigue siendo piedra. Sus ojos verdes me mantienen clavada en el lugar. Un súbito calor asciende por mi espina dorsal y soy consciente de la delicada situación en la que me encuentro.
—Curiosa disyuntiva… —señala el veterano—. Va a merecer la pena escuchar lo que tenga que decir.

Täarom by CHARRO

Opciones


1.-Sé hábil. Síguele el juego confiando en que saldrá bien aunque te arriesgas a que te deje sola. (Retráctate y apoya la coartada de Jäak de que no os conocéis aunque eso pueda ponerte en una grave situación ante los interrogadores). 

2.- No te fies. Destroza la coartada de Jäak, has venido a eso. 
(Mantén la teoría de que os conocéis, que él mismo te citó hace unas horas en el puerto.).


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Elección seleccionada por el público 
(78% votaciones)




1.-Sé hábil. Síguele el juego confiando en que saldrá bien aunque te arriesgas a que te deje sola. (Retráctate y apoya la coartada de Jäak de que no os conocéis aunque eso pueda ponerte en una grave situación ante los interrogadores). 




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Lya, Elige su Destino. Acto VIII. Baile de Máscaras



Acto VIII
Baile de Máscaras
La tensión de las miradas empieza a hacer mella en mi ánimo.
Soy consciente de la delicada posición en la que me encuentro. Tengo a tres agentes de Ylos esperando una explicación plausible. Mis palabras pueden ser mi tumba. Aguanto la mirada de Jäak. Es dura, pétrea. Está tenso y lo percibo perfectamente. En este instante no puedo hacer ninguna predicción fiable sobre su posible reacción. Tengo el impulso de delatarle. De confesar que nos hemos reunido en una casa en ruinas en el puerto. Que creo que tiene una doble identidad y que confiesa conocerme bien.
Quiero, deseo, casi me excita por un momento la posibilidad de desnudarle ante los inquisidores, forzarle a quitarse una de las máscaras, porque intuyo que tiene más de una. Ni siquiera me planteo las consecuencias, Es casi como si tuviese mucho más valor y sentido para mí despojarlo de su careta, así, abiertamente, sin que nadie lo espere, que los acontecimientos que puedan desatarte inmediatamente a causa de ello.
Me mira.
Me atraviesa.
Me desarma, casi.
Hay un segundo en el que mi lengua quiere comenzar a articular su  respuesta, pero él se adelanta.
—Es una de mis confidentes. No la he registrado, por eso no tenéis constancia de que exista. Está en un puesto clave, es vital que no levante sospechas. El nombre que ha dado es el nombre en clave que uso con ella en nuestros encuentros.
 El hombre maduro mira a Jäak con el rostro torcido. Luego me mira esperando una corroboración. En ese momento me hundo y admito una débil afirmación.
—Dice que tiene información sobre la muerte del Príncipe Escarlata, esta misma noche. Es la primera noticia. ¿Sabías algo de eso?
—No —contesta Jäak muy firme sin dejar de crucificarme con sus ojos verdes. Parece que ningún otro estímulo alrededor le aparta de mi rostro. Empiezo a tener dificultades para aguantarle la mirada. Es más potente de lo que había imaginado. Mi ánimo recela. Mi barbilla se hunde. Me vence por momentos…
—Entonces es el momento de esta hermosa jovencita empiece a contar todo lo que sabe —insinúa el más veterano de los tres.
Ese es el único instante en el que Jäak parece apartar ligeramente su mirada de mis ojos. Es un segundo, pero me siento liberada. Se aproxima al inquisidor de mayor edad y le susurra al oído.
—Es mi confidente. Hablará conmigo más confiada. Yo la interrogaré si no tenéis inconveniente.
—Personalmente me intriga mucho lo que esta muchacha tiene que contarnos.
Hace un gesto con su ceja y el otro inquisidor se mueve hasta uno de los rincones donde el arco de luz de la antorcha no llega. Se funde en las sombras y escucho un sonido de arrastrar sobre el suelo. Vuelve con una banqueta de madera en sus manos y la coloca tras de mi.
—Siéntate.
 Trata de sonar amable pero en realidad es una orden.
Le obedezco.
Noto cómo me miran. Me estudian de arriba abajo. Se paran en mis muslos desnudos, en el vientre, en mi cuerpo apenas cubierto. Recorren con sus ojos mis hombros de piel crispada. Debo estar acostumbrada a miradas como esas, pero debo haberlo olvidado y me siento intimidada.
Percibo cómo Jäak da un ligero paso hacia atrás. El hombre que va a interrogarme acerca su rostro al mío. Dibuja en su cara una sonrisa de superioridad. Vuelve a mirarme. A repasarme con su mirada inquisidora.
—No pareces una criada.
—No, señor —respondo— Trabajo en la Sirena Varada.
El inquisidor se vuelve despacio para mirar a Jäak. Él Se muestra impasible al recibir aquella mirada cargada de significado. Está tenso. Noto que está tenso, pero es probable que solo yo me haya dado cuenta.
Regresa sus ojos a mí.
—Una puta… debería de haberme dado cuenta. —Hace una pausa—. Y ¿cómo es que una puta sabe que el Príncipe Escarlata ha muerto esta noche? ¿Estabas allí?
Silencio.
Cruzo la mirada con Jäak. Sigue esforzándose por no delatar su tensión.
Miro a mi interrogador.
—Sí, señor. Estaba.
Hay sorpresa ante la respuesta.
—¿Has visto quien le ha matado?
Nueva mirada a Jäak.
Tiene la mandíbula apretada, ya ni siquiera se esfuerza en disimular.
—He… sido yo, Señor.
Cierro los ojos por inercia. Solo un instante, como el chico que confiesa una trastada y espera la reprimenda. Es un gesto automático que no pienso.
Siento algo húmedo que golpea mi cara.
Son unas gotas calientes. Creo que es saliva, que me han escupido.
Al abrir los ojos el impacto de la visión me sobresalta. El tipo que me interroga tiene la boca abierta y los ojos dilatados, como si mis palabras le hubiesen sorprendido tanto que no hubiese podido evitar ese gesto de asombro desmesurado.
Pero no es de sorpresa por mi confesión aquel gesto.
De su boca asoma una hoja de cuchilla bañada en sangre. La imagen solo dura una décima de segundo pero se queda fija en mi retina como si fuese un fresco en la pared. La hoja sale por donde ha entrado y el cuerpo cae a plomo sobre el suelo. Antes de golpear la piedra Aquella hoja ya ha encontrado otra garganta y se ha hundido mortalmente en ella. Yo soy la que por un momento no sabe reaccionar.
Jäak se vuelve hacia mí con el arma homicida empapada de muerte en su filo. Sus ojos verdes parecen ahora caníbales. De un gesto que no espero, el dorso de su mano golpea en mi mejilla y caigo al suelo de aquella bofetada.
 —Estúpida. Insensata. Debería matarte aquí mismo—. Me agarra de las ropas y me devuelve al asiento. La hoja del cuchillo queda frente a mi cara—. Cinco años de coartada. Cinco años infiltrado en esta casa para que decidas venir aquí por tu propio pie. ¿Qué esperabas conseguir? ¿Qué maldita cosa ha pasado por tu cabeza para venir aquí, preguntar por mí y confesar lo que eres a esta gente? No puedo creer que seas tan estúpida, Lya.
El cuchillo se mueve frente a mi cara. El corazón me palpita. Las palabras de Jäak me laceran como si ya me hubiese clavado esa hoja. Hay un momento en el que mi cerebro reacciona sin mi permiso.
Con rapidez de serpiente agarro sus muñecas y me deslizo torciendo mi cuerpo. Apreso el cuchillo y giro sus miembros dolorosamente en una secuencia de movimientos que mi cabeza tiene grabados como mecánicos. Casi está a mi merced cuando asombrosamente aquellos brazos contrarrestan mi giro con el suyo. Siento perder mi apoyo, me lleva, me descoloca.
Lo que hace un instante era una presa perfecta se vuelve contra mí y acabo dolorosamente en el suelo. Tengo sólo el instante justo de agarrar uno de sus brazos, pero no puedo evitar que el cuchillo acabe amenazando con su filo la piel de mi garganta. Está sobre mí. Sobre mi cuerpo. Su cuchillo me besa mi cuello y sus labios se encuentran a dos centímetros de los míos. Me siento una niña que pelea contra su padre. Toda mi seguridad se ha venido abajo.
—Dije que debiste haberme matado. Dije que fallaste en tu misión… pero ¿quieres saber por qué?
Está enfadado. Noto su ira, su tensión, su rabia. Trago saliva.
Su presencia intimida, rescata sensaciones que tenía ocultas. Una parte de él me inspira miedo… la otra…
—Dímelo tú, Jäak Vihyou, si ese es tu verdadero nombre.
Me alza como si fuese de papel. Mantiene su presa en el cuello y la amenaza de la hoja en él. Me arrastra hasta una pared y vuelve a presionar su cuerpo sobre el mío. El olor denso que despide me embarga, me regresa a un tiempo que he olvidado, despierta algo que no puedo reconocer.
—Porque no puedes sorprenderme, Lya. Porque sé cómo, cuándo y dónde vas a lanzar tu ataque. Porque conozco tus trucos y tus movimientos…
—¿A sí? ¿Te has dedicado a espiarme? —Me sorprendo de mi propia temeridad.
—Yo te los enseñé, Lya. Yo te puse ese nombre. Yo te enseñé el arte de matar.  Soy… tu maestro.
Algo gira en mi estómago.
Una certeza que siempre he sabido desde que ese nombre, ese Jäak Vihyou apareció en mi mente, pero que no he querido creer. Continúa hablando.
—Yo te di esta vida. Yo te hice lo que eres. Pero ocurrió algo que no debía haber ocurrido. Falté a mi promesa… fui débil.
Su voz penetra en cada poro de mi piel. Vibra con todas las partes de mi cuerpo. Me transporta. Hay una parte de mí que no puede combatir a esa voz, que ya está derrotada de antemano. Una parte de mí que ya conoce las respuestas que va a darme aunque ignore las preguntas.
—Por eso te mandaron a buscarme, porque sabían que era débil frente a ti. Se encargaron de hacer que me odiaras. No tengo nada que reprocharles, merecía ese odio. Te engañé como único recurso para mantenerte con vida. Pero me encontraste… y solo me quedó una opción: borrarme de tu memoria.
No quiero reconocerlo pero estoy temblando bajo él.
Su cuchillo sigue ahí, en mi garganta. Pero ya no hay fuerza. Nunca tuvo intención de herir. Su mirada se ha perdido en mis ojos. Su gesto tiene la melancolía de dos vidas paralelas que han pasado una frente a otra sin poder tocarse. Su voz ha terminado abriendo las mismas heridas que se esforzaba en cerrar.
—Matarme podía haber sido una opción más rápida —le digo—. Definitiva, sin cabos sueltos, sin errores. Si eras maestro de asesinos… ¿qué te lo impidió?
Su respuesta la he conocido siempre sin saberla.
            —Lo mismo que me impide ahora hacerte callar para siempre. Lo mismo que me obligó a marcharme para no ponerte en peligro. Lo mismo que me hizo quedarme entre las sombras a pesar de saber que no volverías a reconocerme. Lo mismo… que me ha obligado a hacerlo todo. ¿No lo imaginas?
            Le miro.
No soy consciente de que mi pecho se ha acelerado sin permiso. Que mis brazos y piernas se han rendido de antemano. Que mis ojos se han clavado en sus pestañas. Noto cómo mi cabeza batalla. Cómo en mi mente los recuerdos durmientes se rebelan contra aquello que los encierra. Percibo su guerra interna, la necesidad de liberarme. He quedado mirando sus labios entreabiertos. El mira los míos. Los nudos en la garganta se deshacen en un parpadeo.
Hay un instante de impulso incontrolado.
Mi impulso.
Su impulso.
Como ciegos que se lanzan al abismo. Como signos de interrogación sin respuesta inmediata. Como el último segundo de la vida. Ambos, los dos. Sin medirlo, sin premeditarlo, nos lanzamos sobre los labios del otro como si ese fuese el único camino de salida.
            Me besa, me muerde.
Le beso. Le devoro.
Las manos inician un recorrido perverso por el cuerpo del otro. Mi cuerpo traza formas sinuosas entre sus brazos. Su cuerpo se aprieta al mío como si quisiera soldarse a mi piel.
El cuchillo desaparece de sus manos como un invitado no deseado que huye de la fiesta.
Cae al suelo.
Es su golpear de metal el que nos obliga a despertar.
Él tiene mi rostro entre sus manos. Yo le abrazo por detrás del cuello. Una de mis piernas le rodea la cintura. He perdido la sensación del tiempo. No he sido dueña de mis actos. No sé de dónde ha salido tanta pasión en un instante. No sé, tampoco, cómo he podido refrenarla en este momento.
Nos recomponemos. A duras penas, nos recomponemos.
No es ni el mejor lugar ni el mejor momento.
No apartamos del otro siendo conscientes del impulso que nos ha llevado a comernos sin pensarlo. Como haber cruzado una línea prohibida de nuevo. Como haberse quitado el antifaz en mitad del baile de máscaras.
Mis manos tiemblan.
Tengo el sabor de sus labios en los míos, la huella de su boca en mi barbilla, la piel de sus mejillas sin rasurar arañando las mías.
Él se agacha y recoge su cuchillo. Me lo tiende sin decir una palabra.
—Tenemos que salir de aquí, Jäak. —mi voz aún se escucha temblorosa. Él asiente con un débil cabeceo.
—Hay cerca de 20 personas en esta casa franca —me cuenta mientras saca otra daga de su cinto, oculto por los vuelos de su capa—. Incluyo agentes, criados, servicio y los mercenarios de custodia. Si queremos darnos algún tipo de ventaja deben morir todos. Espero que no hayas olvidado todo lo que te enseñé.
Impulso by CHARRO
Opciones
1—.     Sigue el plan de Jäak. 
Matadlos a todos, quemad la Casa Franca. Sin testigos, eso nos dará tiempo.
2—.     Busca una alternativa sin llamar la atención. 
Salgamos sin que nadie se entere.







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Elección seleccionada por el público 
(51% votaciones)





2—.     Busca una alternativa sin llamar la atención. 
Salgamos sin que nadie se entere.



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Silencios por la Espalda

Acto IX


-Sin sangre –le digo.
Él me mira extrañado. En sus pupilas se dibuja una expresión desconcertante. No parece comprender mi petición.
-Debe haber otro modo de salir de aquí que no pase por matar a docenas de personas –añado.
Él me vuelve a atravesar con su mirada pétrea. 
-Esa no es la elección sensata de alguien entrenado para matar.
-Ya no recuerdo esas lecciones, Jäak. Mi pasado es solo niebla y vacío. He visto demasiada sangre esta noche.
-Si no lo hacemos, la próxima sangre puede ser la nuestra –asegura él. –Es lo que has provocado al venir aquí y hablar más de la cuenta.
Agacho la cabeza.
Admito que la idea no ha sido la mejor pero al menos tengo una respuesta que soy consciente de que no habría obtenido de otra manera. No ha sido la mejor opción pero de un modo u otro he obtenido algo de lo que había venido a buscar: Él era mi maestro. Ese es el vínculo. Ahí está el pasado…
Un maestro que no recuerdo, unas enseñanzas de las que solo queda un instinto dormido que despierta como un acto reflejo… y un beso. Un beso que ha salido de lo más recóndito del olvido. De la grieta más profunda de un corazón suspendido en el tiempo.
Tengo mil preguntas. Al menos se me ha concedido la primera respuesta.
-No más sangre esta noche, Jäak. Por favor.
Él queda pensativo. Mira a los cuerpos que se desangran sobre el suelo de piedra y su gesto me obliga a secundarle la mirada. Me devuelve esos ojos verdes de diablo.
-Hay un pasadizo, pero llegar hasta él sin llamar la atención puede ser complicado. Esto es la Orden de Ylos: no tardarán en descubrir los cuerpos y con ellos nuestra ausencia. Se nos echarán encima. Hay ojos y oídos por toda esta maldita ciudad. Están en todas partes. No dejar testigos es nuestra única posibilidad de ganar tiempo.
Lo que dice es cierto, al menos en algo tiene razón: hay que ganar tiempo.
Le tomo la mano, que se mancha aún de la sangre de los muertos. Él mira mi gesto como si hiciese Eras que ninguna mano tomase la suya. Queda en silencio, atrapado en ese gesto. Su mirada parece dudar.
-Nada perdonará la vida de los guardias que se apostan tras esta puerta.
Hago concesión. Entiendo que tendremos que tomar algunas vidas a cambio de nuestra fuga.
-Usemos el pasillo. Podemos deshacernos de las pruebas, provocar un incendio que fuerce a los demás a huir. Eso les mantendrá ocupados y distraídos.
Jäak duda.
Mi plan entraña riesgos que cree  innecesarios. Nuestros ojos se funden. Es cierto que parece haber debilidad ante ellos.
-Si algo sale mal…
-Nada va a salir mal –aseguro sin que ningún argumento lógico pueda sostener mi seguridad.
-Todo puede salir mal.
-Confiaré en mi maestro.
Mi respuesta le arranca una sonrisa descreída pero he roto barreras. Rebusca entre los pliegues de sus víctimas y regresa con un par de puñales que me entrega.
-Te enseñé a usarlos. Eras la mejor. Sigue tu instinto.
Quedo mirando las hojas de los cuchillos con cierto gesto ausente. Aún me parecen ajenas, pero sé que sus palabras son ciertas. Ese instinto es el que me ha llevado hasta aquí por mucho que me cueste admitirlo.
Una mirada de confianza y un guiño anteceden a la trampa que Jäak urde para eliminar a los dos guardias del exterior. Yo soy el cebo, él es el brazo ejecutor.
Pronto los soldados yacen cuanto al resto de cuerpos y yo aún no he tenido que mancharme las manos de sangre. Le veo en su terreno. Mi cabeza burbujea, mi mente se inquieta. Algo dentro de ella, escondido, profundo, encadenado, que busca desesperadamente la liberación. Le veo en su terreno, aunque no le reconozca. Sé que hubo un tiempo en el que me acostumbré a las imágenes y gestos que ahora me ofrece.
-¿Cómo me conociste? Desde cuando me… -Su mirada esmeralda detiene las palabras en mi boca. Aún anda acercando cuerpos pero se ha detenido ante mis dudas. Hay un silencio atroz que me traspasa el alma. Sus ojos son como munición de ballesta que acelera mi corazón y lo atraviesan. Su silencio es explícito. Recelan en darme la información pero yo insisto en batallar contra sus ojos. Por un momento creo que volverá a vencerme, pero cuando estoy a punto de alzar la bandera blanca y aceptar su triunfo, suspira y baja la mirada. El resto de la conversación la mantiene sin mirarme.
-Tendrías unos diez o doce años cuando llegaste. Yo te doblaba la edad pero ya llevaba tiempo entrenando a los más jóvenes. Vosotras fuisteis mi primera asignación de verdad.
-¿Vosotras? –El obvia mi pregunta y sigue hablando.
 -No solo debía entrenaros; estabais bajo mi cuidado y responsabilidad. Cuando llegaste no eras más que una mocosa asustada y sucia.
-¿Llegar de dónde?
-Te compraron. Huérfana, criada en las calles, no lo sé en realidad. Ellos consiguen así a sus nuevos reclutas. Nunca hacíamos preguntas. Así llegaste, como todos, como una vez yo también fui comprado.
-Como si fuera mercancía.
-Eras mercancía. Eso es un hecho. Con mucha suerte una niña como tú hubiera acabado en algún prostíbulo barato. Los chicos aún tienen suerte y quizá pueden aspirar a que alguien le interese un mozo de cuadras, algún ayudante barato al que encargar las faenas más desagradables… pero una niña… Hay muchas bolsas repletas en los mercados dispuestas a soltar plata por un adorable juguete sin estrenar.  Te hicieron un favor, en realidad.
-He acabado en un prostíbulo –afirmo con tono cínico. Jäak me mira y su expresión es amarga.
-Acabado, con 22 años. Te aseguro que de no haber sido así, no hubieras llegado a  verte sangrar por primera vez.
Se me coge un pellizco en el estómago. Jäak acaba y me manda con un gesto salir al pasillo. Él viene detrás y cierra con llave la puerta de aquella habitación. Avanzamos unos metros antes de encontrarnos con un tramo de escaleras que recuerdo de cuando me llevaron a la sala.
-El pasillo está en la capilla. Debemos pasar el claustro y la biblioteca. Si alguien nos detiene, sígueme la corriente.
Acepto las normas del juego. Lo cierto es que las altas horas de la madrugada facilitan no encontrarnos con mucha concurrencia.
Hay preguntas que siguen sin responderse.
-¿Qué pasó, Jaak?
 Él echa un vistazo tras la esquina del pasaje que conduce al claustro interior antes de devolverme una mirada llena de significado.
-¿Qué pasó? Dedúcelo, Lya. Eres una mujer inteligente.
Le miro intensamente. Sus ojos parecen iluminar las sombras con un irreal fulgor verde.
-Te enamoraste.
-Me equivoqué. Crucé una línea.
-Has vuelto a cruzarla –le advierto.
-No, tú no recuerdas nada y será mejor así.
Hace el amago de avanzar pero le retengo tomándole de un brazo.
-Me mandaron matarte, dijiste. ¿Por qué?
-Porque nadie que pertenezca al clan puede escapar de él.

En esta ocasión me empuja para que salga por delante. Ambos cruzamos entre las sombras de las columnas que perimetran el patio. Estamos cerca de una gran puerta de doble hoja y elaborada talla cuando una voz nos da el alto a nuestras espaldas. Jäak se vuelve por inercia, pero yo no necesito mucho para saber que ya han descubierto los cadáveres. Resuenan ecos de hombres con armadura por las inmediaciones. Han tardado poco, demasiado poco.
 -Corre, ¡entra en la habitación! –casi me empuja para que le obedezca. Apenas me da tiempo de articular palabra.
No es la biblioteca. Tampoco la capilla. La interrupción nos corta la huida.
Está oscuro y no acierto a ver, pero no pasa mucho tiempo antes de que Jäak entre tras de mi. Trae una lámpara de aceite encendida. Es uno de los fanales que iluminaban el claustro. Me señala una de las ventanas. Corro hacia ella mientras escucho perfectamente el sonido de los hombres con armadura que se aproximan. Jäak corre a mi lado pero de pronto se vuelve. Coincide con la entrada de los primeros guardias. Me giro al tiempo de ver cómo les lanza el fanal de aceite que se quiebra al estrellarse sobre el primero de ellos envolviéndolo en una sábana de llamas. El caos que genera nos proporciona un poco de aliento en nuestra escapada.
Abro los postigos del ventanal. Da a otro pequeño patio interior entre los edificios. Jäak me apremia a salir y ambos salimos al exterior sin mirar atrás. El fuego no los va a detener para siempre.
Hay un edificio bajo a cuyo techo podemos encaramarnos. Jäak sube primero. Es ágil como un felino. Se vuelve para ayudarme pero descubro que no le necesito.  Me siento casi en mi terreno encaramándome por la pared. Un vistazo atrás nos descubre que nos siguen. Ellos no tendrán tantas facilidades.
El tejado es inclinado pero nos permite movernos con cierta comodidad. De él conseguimos alcanzar otro volumen más alto y de este, a una cornisa que discurre hasta fundirse con un murete que da a la calle. Los guardias nos siguen a duras penas, pero es mejor no desaprovechar nuestra ventaja.
Saltamos a la calleja desierta y ambos comenzamos a escapar por entre sus sinuosas curvas en la madrugada. No es ninguna locura poner cuantos más metros de distancia, mejor. Salimos a la primera calle amplia  justo para encontrarnos con una carreta destartalada que se cruza en nuestro camino. Nos apartamos por pura inercia, aún sobresaltados solo para comprobar que la carreta se detiene ante nosotros. Su conductor se deja ver entre los fulgores de la luna.
-¡¡Arriba!! ¡Vamos, subid!
Su gesto es explícito, pero Jäak duda, aún desconcertado.
-¡Täarom! ¿qué haces…?
-¿Le conoces?
No me da tiempo  despejar las dudas de mi acompañante.
-Es obvio que no iba a dejarte sola. Llámalo intuición pero estaba seguro que tu brillante idea de dejarte capturar necesitaría una vía rápida de huida.
Miro de reojo a la mula desgastada que tira de la carreta y le sonrío de medio lado.
-Rápida, rápida… no parece que sea.
-Deja de protestar y sube de una condenada vez, Lya.

-¿Es de fiar…?
-Tanto como hace una hora lo eras tú, querido Jäak –le aseguro con un guiño.
Huida by CHARRO

Täarom conduce la carreta por callejas oscuras y se aproxima a la bahía de Dar. Nosotros nos escondemos en el cajón. No le pregunto dónde va. Imagino que tiene un plan. Llevar la carreta por los bulevares del norte sería llamar la atención. Intuyo que quiere alejarnos de la zona y luego pensaremos dónde ir. Ahora me alegro de tener personas en las que confiar y que él decidiese no hacerme caso y regresar a la Sirena.
Paramos en un oscuro y desvencijado muelle abandonado. No hay más luz que la que proyecta Kallah desde el cielo salpicado de estrellas. Al otro lado de la bahía, Las Bocas sigue luciendo con descaro su manto de lentejuelas brillantes en la noche. El faro, al otro extremo, no guiña su único ojo.
Solo entonces nos relajamos. Solo entonces descendemos de nuestro escondite. Solo entonces nos permitimos bajar la guardia…
-Gracias por la ayuda, mi nombre es Jäak–. Ofrece su mano en gesto de gratitud. Täarom sonríe ante él. Yo continúo sacudiendo el heno pegado a mi cuerpo. Es un bonito momento.
-No hay de qué, Jäak.
Täarom aprieta su mano con gesto firme y sin borrar su amplia sonrisa de sus labios. Jäak también sonríe. Mis labios comienzan a dibujar también el mismo gesto…
Pero…
Täarom no le suelta. De hecho le aprieta contra él en un inesperado movimiento. Jäak borra la sonrisa de un soplo. Täaron le susurra algo al oído que yo escucho perfectamente.
-Saludos de los Filos, Jäak.
Mi sonrisa queda congelada solo en el amago. Mi gesto se vuelve lívido cuando veo a Jäak caer a mis pies y el cuchillo ensangrentado de Täarom en su mano.
-Sabía que me llevarías hasta él, Lya. Sabía que antes o después tú me llevarías hasta él.
Mi corazón gira ciento ochenta grados. Noto un estremecimiento que me recorre de parte a parte. La mirada de Täarom ha cambiado, su gesto, su presencia…
Busco las dagas en mi cinto pero él es asombrosamente rápido. El cuchillo que lleva aún vestido de la sangre de Jäak consigue abrir carne en mi brazo a pesar de mis reflejos. El dolor es eléctrico. Detengo un par de ataques antes de que su pierna encuentre hueco y me desplace. Mi cabeza gira. Sé que la sorpresa me ha hecho mella pero es un mareo incontrolado. Mis rodillas tiemblan… eso no lo ha provocado la sorpresa.
-Ala de cuervo –confiesa Täarom mientras se acerca con gesto triunfalista y sonrisa de victoria-. No iba a correr riesgos con el viejo y contigo en un mismo encuentro, cielo.
-¡Veneno!
-Tranquila –me asegura sin dejar de avanzar-. Morirás antes de que haga efecto.
Levanta su brazo armado para acabar aquel trabajo. Mis brazos pesan como si fueran de plomo. Nada puede detener ese aguijón. El escorpión dispara a matar…
Pero…

Un silbido anuncia un final inesperado. Algo le golpea el hombro y lo arranca del suelo evitando la estocada mortal.
Es una flecha.
                Una voz, de mujer resuena en la penumbra.
                -Nunca me fie de ti, Täarom.
                Me giro. Hay una sombra entre las sombras. Mi mente se desvanece mientras ella avanza. Todo me da vueltas. Todo es un caos donde los recuerdos y las imágenes se filtran.
                Es una mujer esbelta y exótica. Se arma de aquel arco que ha conseguido detener el sacrificio.
                -Yo también os he seguido.
Mi mente se oscurece… todo se vuelve negro… como la piel de la chica que acaba de llegar.

***

Parpadeo… Regreso a la conciencia.
No, no es mi conciencia…
Estoy en un lugar oscuro y frío. Tengo miedo…
No es mi conciencia. No, no lo es.
Observo mis manos. Son pequeñas. Observo mis piernas, son delgadas. Palpo mi pecho, apenas existe.
Tengo diez años. No es mi conciencia:
Es mi recuerdo.






Opciones.

1-. Mantante en silencio Lya y trata de explorar el lugar.

2.- Grita, pide ayuda. Alguien podrá oirte.

3.- Es un maldito sueño, Lya. Trata de despertar.






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Elección seleccionada por el público 
(42% votaciones)





1-. Mantante en silencio Lya y trata de explorar el lugar.




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Acto X

Los Rincones Perdidos de la Memoria



Tengo una extraña sensación de deja vu.
Algo en mi mente me advierte que esto ya lo he vivido. Es un pensamiento consciente pero ajeno. Lo produce una metaconsciencia. La misma que en el fondo me advierte que nada de esto es real, que es una ensoñación. Asiste a la escena como un visitante, como un observador. Sin embargo, mi cabeza tiene los pensamientos primarios de una niña de seis años: miedo, alarma, indefensión.
            Me doy cuenta de que en realidad estoy escondida, agazapada en un rincón. Es una habitación pequeña. Huele fuerte a sal y pescado. Tengo un inmenso barril frente a mi cuerpo que me oculta parcialmente. Mis ojos, que empiezan a acostumbrarse a la escasez de luz, empiezan a formar siluetas y figuras en torno a mí.
            Escucho sonidos amortiguados más allá de las paredes. Parecen voces y pasos apresurados. Suenan sobre mi cabeza, en el techo. Se arrastran y caen cosas.

"Rincones perdidos de la memoria" by CHARRO


            Una parte me invita con sensatez a quedarme en silencio. Tengo miedo, pero la duda de saber realmente qué pasa y la angustia que me produce aquel espacio húmedo, denso y claustrofóbico me sacan de mi escondite y me llevan hacia unos estrechos escalones de piedra que ascienden.
            Los subo temerosa y casi sin hacer ruido. Me agazapo en el quicio de la puerta para observar. Es una cocina. Parece vacía a pesar de estar desordenada. Desde mi ángulo veo la puerta y el pasillo al que conecta. Me escabullo entre la mesa y alcanzo el borde de la entrada.

                Ahora las voces son nítidas.
           Hay una voz de hombre, rugiente, malencarada. Hay sollozos y quejidos de mujer, que llora y suplica. Hay más ecos, más presencias que parecen pulular por todas partes. Salgo al pasillo y me pego a la pared. Se abren a mi panorama de visión distintas estancias.
            A mi metaconsciencia, la que sabe que duermo o deliro, le llega una sensación. 
            Conozco el lugar.
          Es mi casa o aquello que, por aquel entonces, llamaba hogar. Se ha abierto una rendija en la muralla tras la que había encerrado aquel recuerdo. Ahora, incluso en el estado ausente en el que me encuentro, temo las sensaciones que va a provocarme haber reconocido la escena. Son rincones que conozco, colores y objetos que me regresan de un golpe a un pasado que ya no existía. Son los olores intensos que han pervivido asociados a una etapa temprana que mi mente olvidó.
            
            Me he quedado paralizada.
            Lo que contemplo desde la esquina del pasillo es una sala amplia. Hay mucha gente allí, mucha gente asustada. La mayoría son mujeres. Mujeres jóvenes pero hay de todo.
            Me llegan nombres que tan pronto pasan, se olvidan. Rostros que una vez recordé, tactos y olores que fueron míos. Aquello era un burdel.
            Hay hombres, también. Acompañan a quien profieres los gritos y las amenazas. Hay otra mujer a sus pies, arrasada en lágrimas. Se me coge un pellizco en el corazón al reconocerla.

—¿Dónde está, vieja zorra?
—La niña no, por favor, la niña no. Conseguiré el dinero, lo prometo, pero la niña no.
—Ya es tarde para eso.

Un calor sofocante me recorre de arriba abajo. Ahora entiendo por qué me ocultaba. En realidad aquellos hombres me buscan a mí.
Fundo mi espalda a la pared con la sensación de recorrerme un sudor frío por las sienes. Noto que el corazón se me acelera. Percibo su pequeño latir apresurado golpeándome el pecho.
En ese instante un sonido al otro extremo del pasillo me sobresalta. Un hombre sale de una habitación anexa con gesto de frustración y al asomar al pasillo me descubre. Hay un segundo en el que su rostro revela sorpresa y uno en el que en el mío existe la indecisión.
—¡Está aquí! —grita y su voz resulta el estímulo para salir de allí sin mirar atrás.
Corro desesperada por el salón sorteando a las primeras figuras que lo llenan.. Soy lo bastante pequeña para colarme incluso entre las piernas. Tras de mi, el hombre del pasillo ha aparecido gritando y de pronto toda la atención se centra en mi esquiva presencia.
—Coged a la pequeña apestosa.
La voz de la mujer se desgarra en un grito.
—¡¡Corre!! ¡¡Corre!!

Mi desesperada huida es ciega. Me satura la visión de las personas allí que se multiplican por mil en mi desesperación. Pronto tengo la sensación mareante de la desorientación. Esquivo con agilidad a los primeros brazos que pretenden darme caza pero no tengo tanta suerte con los que llegan tras ellos, que me atrapan poco antes de que pueda alcanzar la puerta de salida.
Me izan, me aprisionan.
Pataleo desesperada, gruño y grito todo lo que mi garganta da de si.
Veo los rostros compungidos de las mujeres allí. Hay indignación, temor y mucha impotencia. Saben que lo que está ocurriendo es injusto pero ninguna de ellas saldrá en mi defensa. No pueden hacerlo. Se juegan la vida.
La mujer del suelo se desgarra en un quejido. De mi boca solo sale una palabra cuando soy plenamente consciente de que van a separarnos.
—¡¡Mamá!!

—¿La tienes? —El hombre que amenazaba mi madre pregunta al tipo que me contiene en sus brazos. Aquel se limita a afirmar con la cabeza mientras afianza su presa—. Llévala al carro y terminemos con esto.

Había olvidado aquel rostro desencajado de mujer que trata de acercarse a mí mientras dos hombres se lo impiden con fuerza. Aquel rostro de dolor inhumano cuyos brazos trata de alargar sin esperanza. Aquel rostro… lo había olvidado.

Me sacan por la puerta mientras sigo escuchando sus alaridos y mi garganta continúa llamándola con desesperación.
Me sacan. Nos alejamos.
El hombre que manda viene a nuestro lado, pero se detiene ante dos hombres que se encontraban en el exterior.
Oigo perfectamente la orden que les da.
—Matad a esa puta escandalosa. Ya no me sirve de nada.
Los hombres asienten. Les veo entrar en el edificio y cerrar tras ellos. La mirada del que cierra la puerta se cruza con la mía, empañada en lágrimas, que sigue desesperadamente llamando a voces a la mujer que grita en el interior. Que siguió llamándola y derramando lágrimas incluso cuando dejó de escuchar sus gritos.
Me lanzan al interior de un carro techado. Es poco más que una caja con ruedas.
Todo se vuelve oscuro…
Todo se vuelve oscuro.


***


Oigo mi nombre en un susurro. Tocan mi cuerpo. Sigue sin consciencia. No saben que una desesperada parte de mi mente trata de abrirse paso a la realidad. Los miembros me pesan como el plomo. Mi ser se hunde, se pierde, navega.
Regresa a otro confín en mis recuerdos…


***


           —¿Quién es?
           —No lo sé. No me ha dicho su nombre.
           —¿Dónde la has encontrado? —escucho como el otro sisea para mandarle bajar la voz.
       —Caminaba perdida en la playa —susurra—. Estaba desorientada. Preguntó qué lugar era éste. Ni siquiera sabía dónde se encontraba. Cuando se lo dije, no lo reconocía. Se quedó como atontada. No podía dejarla sola por ahí en ese estado, Jael.

            Hablan de mí. Creen que no les oigo. Finjo no hacerlo pero hablan de mí.
         Estoy en una mesa. Visto ropas desgastadas como cualquier campesino común. Ya no tengo diez años. Mis proporciones se asemejan a las de ahora aunque sé que soy unos años más joven. He dejado de ser una niña y mi cuerpo es el de una mujer.
            Como de un cuenco de madera un plato sencillo y caliente que tomo con cuchara. Estoy hambrienta. 
Levanto un poco la vista del plato y observo el habitáculo de una casa a todas luces modesta. Quizá el hogar de un labrador… no, hay útiles de pesca decorando las paredes. Es marinero o pescador la persona que me aloja.
            Son dos. 
           No puedo verles porque están en una habitación anexa y han encajado la puerta. Tratan de hablar en voz baja pero puedo seguir su conversación.
            Aparece una tercera voz que no esperaba. Es la voz de una mujer.
            —No la quiero en casa, Nill —Suena hosca, tajante.
            —Pero no podía dejarla allí —Se excusa el primero.
           —No la quiero en casa —insiste la mujer. 
        No puedo evitar sentirme incómoda y dejo definitivamente de comer. Trato de pasar el momento mirando sin apego a cualquier rincón de aquella vivienda. Me cruzo con la rendija abierta de la puerta y compruebo que alguien ha lanzado un vistazo por ella.
            —Ha terminado, deberíamos salir —dice la segunda voz de hombre—. Yo me encargaré de esto, hermano.

           Salen dos hombres y una mujer del pequeño cuarto anexo. El primero es joven e imberbe. Su rostro es de preocupación. El otro es más alto y corpulento, parece casi doblarle la edad. Luce una barba poblada y músculos nudosos del trabajo. Trata de sonreírme para aliviar la tensión creada. Tras ellos, una mujer joven que ni siquiera disimula su malestar. Tiene el ceño fruncido y camina con los brazos cruzados. Todos son gente humilde, gente de la tierra.
            —Gracias por la comida —me apresuro a decir con tono neutro.
            —¿Te ha gustado? Te sientes mejor? —El gesto de amabilidad que el hombre joven me ofrece no parece ser del agrado de la mujer que le fulmina con la mirada. Él parece notarlo y evita cruzar la vista conmigo mientras me retira el plato. Reconozco cuando la hostilidad de una mujer no solo está alimentada por el miedo o la desconfianza. Es obvio que esa mujer está tensa a mi lado y tiene celos de la amabilidad de quien es probablemente su marido.
            El otro hombre trata de centrar la conversación sentándose frente a mí en la mesa.
            —¿Estás mejor?
          Sé que es una pregunta retórica. Solo pretende romper un poco el hielo así que le contesto por inercia con un leve movimiento de mi cabeza. Enseguida entra en lo que le interesa.
            —Mi hermano dice que te encontró desorientada en la playa. ¿Sabes cómo llegaste hasta ahí?
            —No —afirmo sin dilación. Sé que no es la primera vez que he respondido a esa misma pregunta en breve tiempo.
            —¿Tu nombre, al menos?
            Me hace dudar. Rebusco y confieso un nombre que asocio conmigo.
            —Lya… creo.
            Mi duda le hace arrugar el entrecejo.
            —Bien... Lya —compruebo que trata de decirme algo que no sabe cómo empezar a decir. Teme hacerme daño—. No puedes quedarte, ¿entiendes? No…
            Interrumpo su excusa.
            —Lo entiendo. Gracias por la comida —añado mirando al hombre joven que se ruboriza ante mi mirada y gira rápido la vista para buscar el gesto de su mujer, que sigue hosco. Vuelvo los ojos, entonces,  al hombre de la barba ante mí. Leo en su gesto y en su mirada. No hay nada hostil, solo una tensión generada por una situación que no sabe muy bien cómo gestionar. Trato de calmarle ofreciendo de nuevo las mismas respuestas que ya he dado a esas mismas preguntas.
            —Desperté en una playa. No sabía qué lugar era, ni cómo había llegado hasta allí. Deambulé sola un trecho hasta encontrar a tu hermano.
            —¿Tienes familia? ¿Alguien a quien poder poner en aviso? ¿Un hogar al que volver?
            —No —vuelvo a contestar—. Si tengo, no los recuerdo.

            El hombre suspira y aprieta los labios.
            —No es mucho para poder ayudarte.
         —Hay templos en la ciudad. Allí podrán hacerse cargo de ella —advierte la mujer. Todos se vuelven a mirarla.
            El hombre de la barba regresa a mi rostro.
            —Voy a la ciudad. Llevo abastos para el mercado. Puedes venir conmigo, si quieres. Te dejaré en el Templo de Yelm, o en algún otro, si tienes preferencia.
            Sé que no voy a sacar mucho más de aquella gente sencilla, así que vuelvo a dar las gracias y me levanto como respuesta inmediata. Observo que aquella mujer parece aliviarse ante mi predisposición a marcharme de allí. Se crea un silencio hosco en la estancia que se rompe después de unos segundos interminables con un amable «buena suerte» del más joven.
            Acepto el gesto sincero pero soy consciente de la carga que supongo para ellos y no alargo mucho más la despedida. Fuera un carro tirado por mulas y cargado de cajas con pescado nos aguarda. Hace un día luminoso y aún es temprano en la mañana. Los soles gemelos luces su soberbia estampa en un cielo despejado que confunde su azul con la línea del mar. Era una casa próxima a la costa. La brisa cargada de humedad y salitre me ofrece una refrescante bienvenida. El rumor rompiente de las olas aporta una relajante melodía. 
            Jael sube al carro y ante mi quietud me anima a acompañarle en la yunta, junto a él. Inspiro una bocanada de mar y subo con él. De un golpe de brida, aquellas mulas inician su paso cansino.
            Hay unos primeros minutos de silencio, casi existe cierta incomodidad. A fin de cuentas somos dos desconocidos condenados a la proximidad durante un trayecto que se antoja largo.
            Mi mente se aísla pronto.

         Trato de no caer en el vértigo en el que me sitúa mi estado de amnesia. El único punto a favor es ignorar cualquier punto de referencia pasado. Es como abrir una página en blanco. Todo es nuevo y todo está por escribir. No puedes añorar lo que no recuerdas. Tampoco hay muchas alternativas salvo empezar a escribir esa página en blanco. Quién soy en realidad, de dónde vengo o cómo he llegado hasta esa situación también son incógnitas que me preocupan pero cuyas respuestas se antojan de momento inalcanzables.
            Con todo, quiero escapar de la sensación opresiva que todo ese abismo me suscita.
            —¿Por qué me odiaba esa mujer? No le he hecho nada.
            Mi acompañante se vuelve y trata de hilar conexión en mi frase.
            —¿Te refieres a Naeva? ¿Crees que te odiaba? Es buena chica. Son tiempos difíciles, supongo que le asustaba la responsabilidad de cargar con tu suerte. No se le puede reprochar la falta de seguridad o la desconfianza.
            —Entiendo que me viese como un problema, pero no parecía que agradeciese que su marido hubiese ayudado a otro ser humano.
            Jael sonrió de medio lado y echó la mirada al frente unos instantes.
            —Es joven y celosa. El ser humano que Nill había metido en su casa era una joven bonita e indefensa, no la culpes.
            Noto que se ruboriza ante su propio halago.
            —¿Celos de qué? Solo necesitaba un cuenco de sopa y un lugar para ubicarme de nuevo, no un marido. No pensaba robárselo.
            Él carcajea y encoge los hombros.
—No me pidas que piense como una mujer.
No pretendía que hubiese sonado a broma, pero el ambiente se relaja un poco con aquellas carcajadas que me termina contagiando.
—¿Tú mujer también es celosa?
Él se ensombrece al escucharme y vuelve la mirada al frente.
—Soy viudo. Mi mujer murió.
Siento haber estropeado el buen ambiente tan rápido.
Le pido disculpas y guardo silencio.
—No pasa nada. ¿Cómo ibas a saberlo? Además, pasó hace tiempo. Ya está... superado.

           Miente, es obvio.
         A pesar de restarle importancia, aquel hombre se silencia. Pasamos un buen trecho sin volver a hablar. 
          Dejamos atrás las casas dispersas de lo que parece una colonia costera de pescadores. Seguimos la línea de costa y pronto comienzan a dibujarse en el horizonte las formas monstruosas de una ciudad que se extiende a lo llano en la desembocadura de un caudaloso río.
            Abarca toda la extensión de un gran delta y buena parte del terreno aledaño. El río es el Dar. Se abre en varios brazos que segmentan el delta en varias isletas de gran tamaño y una infinidas de isletas menores. Su aspecto es inconfundible. He ahí las «bocas» del Dar. La ciudad que se levanta sobre ellas recibe el mismo nombre. La llaman la Ciudad del Pecado. Estoy en el extremo sur del continente. Pensar si realmente soy de allí o cómo he llegado precisamente a esta famosa urbe es algo que por un momento me corta la respiración, pero trato de que pase desapercibido para mi acompañante.

"Las Bocas del Dar" by CHARRO


Es una de las mayores urbes del mundo que conocemos. La isla central, dividida por los brazos de río en tres tiene sus propias murallas. Muchas de las isletas también. La isleta más al sur es un gran fortín que sirve de parapeto. También existen murallas en tierra fuera del delta, pero la afluencia de edificaciones las supera y hace extender la ciudad mucho más allá del perímetro de almenas. Un sin fin de puentes conectan las distintas isletas entre ellas y la tierra firme.
            Cientos de barcos se arremolinan en sus extensos puertos de todo tipo y de toda procedencia. Sus edificios resultan caóticos y de muy diversa factura. Es un lugar en muchos sentidos inabarcable con fama de excesivo y salvaje. Lo que no se encuentra en las Bocas, no existe.

            Penetramos en aquel mundo ecléctico, lleno de contrastes, y recorremos sus arterias llenas de gente pintoresca, bullicio y color. Es una saturación para mis sentidos. Un pensamiento me recorre la mente. Quizá no haya mejor lugar para empezar de cero que una ciudad como las Bocas, donde las opciones pueden ser infinitas.

            —Te dejaré en el Boulevard de las Tres Reinas —me propone—, si te parece bien.
Me encojo de hombros.
            —Me da igual. No conozco la ciudad.
Mi respuesta hace que arrugue el entrecejo.
            —Esta ciudad es bella y grande, como el mismo océano. Puede ser tu mayor fortuna, pero si no se conoce es posible que acabes perdida y no hablo solamente de perderse entre sus calles.
            Sé lo que pretende decirme, pero me hago la ingenua.
            —¿A qué te refieres?
            —Las Bocas es una ciudad peligrosa si uno no sabe por dónde moverse y qué evitar. Una mujer sola y bonita como tú, que ignora el terreno que pisa, puede ser un cebo tentador.
            Me siento halagada por la preocupación pero me molesta su argumentación paternalista.
            —Debe de haber cientos de mujeres bonitas en una ciudad como ésta. No creo serlo tanto como para llamar ese tipo de atención, pero agradezco que te preocupes.
Noto por su expresión que ha dado más importancia a mi reproche que a mi agradecimiento. No era mi intención ofenderle, pero prefiero guardar silencio.
            Llegado un punto detiene el carro. 
            El boulevard es inmenso. Se llena de gente y actividad.
            —Hemos llegado. Esto son las Tres Reinas. Es casi una milla. La mayor parte de los templos importantes tienen su sede aquí, por si sigues con la idea de pedir refugio en uno. También hay innumerables negocios, casas… no sé, casi de todo. Es el corazón de la ciudad. Busques lo que busques, probablemente esté en esta milla. Yo me quedo ahí —dice señalando un gran edificio en piedra roja y amplias cristaleras—. Es el Mercado de Abastos e Importación. Tengo una pequeña lonja de pescado que lleva desatendida toda la mañana. ¿Qué vas a hacer?
            Se me presentan múltiples opciones. Tantas que me saturan la cabeza.
            —No lo sé —le digo poniendo un pie en suelo firme y mirando a mi alrededor—. Puede que buscar asilo, o trabajo… o… quizá solo trate de pasear un poco y aclarar mi mente. No te preocupes, estaré bien. Gracias por el viaje.
          Él me sonríe. Parece que después de todo no me guarda rencor por el comentario anterior. Me desea suerte y azuza las mulas. Pronto se pierde entre un mar de caros y jinetes en dirección al Mercado.

           En ese instante es cuando verdaderamente me siento sola en medio de una marea humana de color. Trato de respirar el aire viciado de mil olores y hacer un segundo de tregua en mi cabeza para ordenarme.
            Aquí estoy. Las Bocas del Dar. Un mundo de caos abierto para mí.
            ¿Qué puedo hacer?







Opciones:


1.- Busca un templo y pide asilo o asistencia.

2.-Trata de buscar trabajo por la zona, parece llena de oportunidades.

3.- Observa a la gente, el lugar, quizá haya algo en lo que aún no has pensado.
Date un paseo por el boulevard.

4.- Ve al mercado y pídele trabajo a Jael, quizá tenga un sitio para ti y parecía buena persona.
La opción es Jael.







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Elección seleccionada por el público 
(78% votaciones)





4.- Ve al mercado y pídele trabajo a Jael, quizá tenga un sitio para ti y parecía buena persona.
La opción es Jael.





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Acto XI
Como Títere del Destino



Es extraño cómo experimentas tu propia vida en un recuerdo.

Una parte de ti lo vive con intensidad, lo revive como si sucediese en este instante. Rescata casi cada minúscula emoción de cada palabra, cada gesto. Aspira las fragancias como por primera vez. Se deja llevar por los colores.
Para una parte de ti todo es nuevo. El tiempo se eterniza en ese océano.

Para otra parte, el tiempo corre a velocidad de vértigo. Es una espectadora consciente de que observa fragmentos de una vida que ya ha experimentado pero que en ocasiones tenía rincones ocultos. Lugares donde la luz de la memoria no incidía y que ahora resucitan.

Jael era uno de ellos.
Había desaparecido.
Su nombre, su voz, su tacto.
Todo su recuerdo y sus huellas habían muerto para mí.
Quizá haya recuerdos que deberían quedarse en el vacío.
No regresar nunca…


En aquel instante en el que su carromato se alejaba, yo me sentí por primera vez en mitad del bullicio del corazón de las Bocas. Entendí mi verdadera situación. Cayó pesado como cielo en desplome.
Es obvio que había un pasado escondido en algún lugar entre los resquicios de mi mente. Había unas personas, unos sucesos, una historia que yo desconocía. Algo me advertía que aquel pasado podría regresar en cualquier momento o no hacerlo nunca. En ese amplio arco de posibilidades, tratar de forzar los sucesos no cambiaba realmente nada en su inmediatez.
Debía preocuparme por algo mucho más prosaico: comer y dormir todos los días.

No tenía más posesiones que la ropa que vestía y ni siquiera parecía mía.
Nada. Ni siquiera los recuerdos.
Cualquier halo de luz en aquella oscuridad era más importante que todo aquello que pudiese ignorar sobre mi identidad o pasado.

Ese halo era Jael.
Que el clavo ardiente donde agarrarse fuese una persona desconocida con la que había compartido una breve conversación en un trayecto apenas de una hora resultaba perturbador, pero era un inicio; así que, ¿por qué no seguir agarrada al clavo? Al menos hasta que apareciese otro o éste se mostrase insuficiente.
No sabía qué tipo de persona encontraría al llegar al mercado. Si ese hombre querría seguir de alguna manera vinculado a una desconocida que ignoraba su propia existencia anterior. Aún así, me dije que sería estúpido no gastar esa carta.


El Mercado Central era un lugar que definía con exactitud el espíritu de la Ciudad de las Bocas. Tenía vastas dimensiones y su enorme recinto disponía de lonjas a pie de puerto con una gran extensa zona de distribución y puestos de venta directa.
Un océano de personas se daba cita allí.
Había un dicho popular que aseguraba que si no puedes encontrar algo en el mercado de las Bocas es que sencillamente no existe y puede que sea cierto. Entre aquella colección inimaginable de colores, olores, productos y personas yo tenía que encontrar a Jael como aguja en un pajar. No fue una empresa fácil a pesar de que muchos de los otros comerciantes parecían conocer a aquel hombre.
            Estaba en la zona de lonjas, tratando de negociar precios para su mercancía. Una mercancía que había tardado mucho en llegar esa mañana. Le observé durante un buen rato. Parecía una persona más comprometida que lo que me había proyectado su imagen. Mantuvo varios encuentros con otros hombres de allí y me dio la impresión de que estaba organizando el trabajo de otros, además de estar al tanto de su propia mercancía.
Casi estuve una hora aguardando, sin atreverme a acercarme a él por no interrumpir su atareada faena. Nadie pareció percatarse de mi presencia allí donde todo a mi alrededor era frenético y bullicioso, hasta que una mujer lo hizo, quizá extrañada de que apenas me hubiese movido del sitio en todo ese tiempo. Le confesé que quería ver a Jael y fue ella quien le advirtió de mi presencia.
Cuando volvimos a cruzar las miradas descubrí un gesto de sorpresa en sus facciones pero quizá ningún rasgo que pudiese interpretar como que mi presencia allí le resultaba incómoda. Con todo, aún despachó un par de asuntos antes de aproximarse a mí.

Tenía el ceño levemente fruncido pero dibujaba una sonrisa de medio lado en su boca.
—Dicen que llevas un buen rato esperando. ¿Por qué no te has acercado tú misma?
—No quería interrumpir. Pareces atareado.
Él lanzó una mirada a su alrededor y su gesto se arrugó un poco.
—Me he retrasado mucho. Mi pescado entra muy tarde y ahora es bastante más difícil sacarlo a buen precio.
—Ha sido culpa mía.
Él suspiró.
—La culpa es mía. Yo decidí involucrarme en el problema de mi hermano.
Me dolió reconocerme como un problema.
Agaché la cabeza.
—Entonces supongo que debo marcharme. No quiero seguir siendo causa de más retrasos.
Él puso una mano en mi hombro.
—Espera, aguarda un segundo. No he pretendido parecer desconsiderado. Has vuelto, supongo que tienes una buena razón para ello y no voy a dejar que te vayas sin escucharla.
Levanté la cabeza. Su sonrisa me pareció franca. Se la devolví.
—Necesito trabajo… y un lugar donde pasar la noche, al menos hasta que pueda permitirme alguna habitación en algún lugar. No tengo nada.

Él volvió a suspirar, pero no parecía un gesto de rechazo. Su cabeza barajaba opciones.

—Me preguntaba si…
—¿Puedes trabajar aquí? ¿Conmigo?
—Este lugar rebosa de actividad. Quizá hay alguien que necesite un par de manos.
—¿Has trabajado antes en una lonja?
Arrugué el rostro.
—No lo recuerdo.
Él se llevó la mano a la frente.
—Ah, claro, no olvidé que… en fin,  ¿qué sabes hacer?
Ahora la que suspiraba era yo.
—En realidad no lo sé, pero necesito trabajar y aprenderé rápido, lo prometo.
Él sonrió ante mi apurada disposición.
—Este trabajo es duro y no podré pagarte mucho…
—No importa, será más de lo que tengo ahora.
—Está bien… Haremos algo: Hablaré con Arik a ver dónde podemos meterte. Tengo una pequeña oficina en la zona de mercado. Es pequeña y huele a pescado. Tiene un pequeño jergón para cuando, en ocasiones, el trabajo me obliga a quedarme en el recinto. No es mucho pero…
—Será suficiente.
Mi seguridad le dejó clavado.
—Ni siquiera la has visto…
—No hace falta.
—Tampoco sabes cuánto voy a pagarte.
—No me importa, acepto el trabajo.
Él quedó un instante en silencio.

—Bien… ¿si estás tan segura…?
Hubo un cruce intenso de miradas y un silencio que dejó escuchar todo el murmullo de aquella lonja en plena tarea. Le sonreí y le di las gracias. El sonrió con amabilidad.
—Antes de que acabe la semana estarás odiando este trabajo y este lugar.


***

Entramos en el cuartito que se levantaba en la zona de oficinas. Era aún más pequeño y oscuro de lo que imaginaba. Andaba sucio y destartalado. Tenía una pequeña zona de escritorio con papeles, tintero, sellos… 
—Disculpa el desorden. En realidad está bastante descuidado. No esperaba ser la habitación de nadie.
Las paredes eran de madera y tenían marcas de humedad por todas partes. El olor a pescado y sal era fuerte. Solo disponía de un pequeño ventanuco atrancado que daba al exterior. La escasa luz entraba por ahí.
—Necesitarás velas. Tienes algunas en este cajón, pero compraré más. No hay mucho espacio para la ropa.
Volví el rostro para mirarle, alejándolo de aquel pequeño armario que inspeccionaba.
—No tengo más ropa que la que ves, así que no necesito mucho más.
Me siguió con la mirada mientras yo repasaba el resto de la estancia.
—No es mucho, lo sé. Ni siquiera creo que sea habitable.
—No importa, está  bien. Será transitorio. No sé cómo agradecértelo, en realidad.
Rebuscó algo en  su bolsa y me lo entregó. Eran algunas monedas de plata. Yo le miré con extrañeza.
—¿Por qué?
—Es tu adelanto por lo que queda de semana. Cómprate algo de ropa, un calzado apropiado. Gástalo como veas, es tuyo.


Prefiero recordarle así, en aquellos gestos desinteresados. En aquellas miradas que trataban no parecer demasiado delatoras. En la esencia de aquel hombre que me dio la primera oportunidad sin hacer preguntas. Quiero recordarle así.


Compré ropa con aquellas monedas, comida y pagué un baño. Aún tuve para un par de días más. Fui a buscarle, tal como me dijo, sobre media tarde. Me dio una copia de las llaves de la oficina. Aquella primera noche fue para mí la más dura. Aquel reciento solitario, tan gigante y tan mudo por la noche. Todos mis desconocidos demonios me asaltaron de golpe.
El abismo de saberse en ningún lugar, sin ninguna referencia, totalmente a la deriva.
Todas las preguntas sin respuesta.
Todas aquellas respuestas sin preguntas.
Un pasado escondido, un futuro inexistente, una identidad usurpada.

¿Quien?
¿Qué?
¿Cuándo?
¿Cómo?
Encontré un hueco en la desolación y quedé dormida de puro agotamiento.


El trabajo era duro. La jornada en las lonjas empieza muy temprano, muy de madrugada. Mucho antes del primer amanecer.
—Te dije que odiarías esta vida antes de que terminara la semana.

            Le sonreí con esfuerzo, pero andaba dispuesta a demostrar que podía con aquel trabajo.
Resulta increíble toda la vida que se desplegaba a esas horas en el mercado. Cientos de trabajadores y mercaderes comenzaban con su faena. Esas primeras horas fueron intensas para mí. Jael me presentó a Arik. Se encargaba de organizar el despacho del pescado así que me dejó con ella y no volví a verle hasta mucho más tarde.
            Arik era una mujer veterana y pesada, con carácter, pero reconozco que aunque no tuvo las mejores formas, era una gran conocedora de su oficio y tuvo mucha paciencia conmigo ese primer día. Me explicó todas las tareas previas de montaje del despacho, toda la infinidad de detalles a tener en cuenta. Me dijo cómo reconocer las variedades de peces y productos, dónde y cómo colocarlos, sus precios y maneras de pesarlos y servirlos.
            Los puestos de venta estaban todos juntos así que pronto me encontré rodeada de muchos otros trabajadores del gremio. Tener una cara nueva les estimulaba. Eran gente afable y hacían divertido aquel trabajo agotador. Hice pronto amistad con una de las chicas que despachaban frente a mi tenderete. Se llamaba Xila. Era joven, descarada y muy guapa. Supongo que conectamos. En los tiempos muertos, que había pocos, solía acercarse a mi puesto para darme conversación.
En unos días parecíamos íntimas.

            La primera semana fue agotadora.
        El trabajo era duro y maloliente pero los momentos de despacho eran especialmente entretenidos gracias al resto de compañeros allí. Aquello me estimulaba. El contacto con personas, establecer nuevos vínculos.
            Aquella semana solo viví para trabajar. Acabé con el cuerpo molido. No obstante, mis progresos fueron notables. Tratar con clientes y trabajadores no me daba un segundo para mortificarme por la ausencia de mi memoria. Jael venía cuando podía y preguntaba si todo andaba bien o si necesitaba algo. Era un hombre correcto pero parecía siempre preocupado y cansado. Tenía un aura triste que lo rodeaba. En ocasiones se quedaba en mi pequeña habitación arreglando papeles y aún en esos intentes recibía visitas y concertaba acuerdos. No me importaba. Si había algo que me aterraba era quedarme sola. Le prefería allí, silencioso, centrado en sus cuentas y números.
              Me hacía sentir acompañada.

—¿Peor de lo que imaginaste?
Levanté con dificultad mi cabeza del camastro y abrí pesadamente los ojos. Se había vuelto de su silla y me miraba derrotada sobre la cama.
—No imaginaba que vender pescado fuese tan agotador.
Él aguantó una carcajada y me sonrió.
La pulsante luz anaranjada de las velas le daba calidez a su mirada.
—Terminaré en seguida. Te dejo en la mesa tu paga del día.

Era reconfortante terminar la jornada con unas monedas de plata en la mesa. No era mucho dinero pero suficiente para las necesidades de alguien que no tenía mucha más vida que la discurría bajo aquella habitación, rodeada de cajas de pescado. Quizá por eso acepté aquella primera invitación de Xila.
            Era una chica jovial, muy divertida. Solo trabajaba unas horas y no todos los días, para ayudar a un viejo amigo, decía. Cuando estaba presente era capaz de revolucionar a todo el mercado con sus ocurrencias. Recuerdo que me reía muchísimo con ella. Tan descarada que en ocasiones no podía creer hasta dónde llevaba su descaro. No importaba que fuesen clientes, compañeros; nada parecía detener su lengua ácida y sus provocativos juegos. Lo pasaba bien en su compañía y en cierta ocasión me propuso salir después del trabajo. Era una muchacha alegre y disparatada. Salvo con la gente del mercado, apenas tenía relación con nadie, así que supuse que no sería mala idea salir un poco y ampliar mis horizontes.
            Ella parecía conocer bien la ciudad y si era alocada en el trabajo, imaginé que salir con ella a divertirnos de verdad podría ser toda una experiencia.


En mi recuerdo todo sucede de manera fugaz. Todos aquellos días. Todas aquellas noches. Todos sus momentos. Inexorable. Eslabones de una cadena. Casi no hay tiempo para pensar. Quizá no había intención de pensar, solo sentir, solo el deseo desesperado de sentirme parte de algo. Sé que buscaba algo que no encontré.
            Terminé encontrando algo que no esperaba.


Lo pasamos en grande aquella primera noche. Xila no defraudaba. Conocía bien todos los rincones interesantes de aquella ciudad insomne siempre excesiva y peligrosa. Era una joven tremendamente popular. Eso me fascinaba a un tiempo y me eclipsaba también. La seguía como un barco a la deriva, hechizada del despliegue de colorido que movía a su alrededor. Nunca andábamos solas durante mucho tiempo. En cada taberna, en cada local había un buen puñado de gente que terminaba alrededor de nosotras. Muchos eran conocidos suyos. Ella se movía con soltura de sirena entre ese mar de alto oleaje. Yo me arrastré hacia sus corrientes. Me dejé fascinar por aquel ambiente que solo puede vivirse en las Bocas, de música, baile, fasto y desenfreno.
Beber, reír, bailar, experimentar la fugacidad de la vida en un solo segundo de éxtasis total.
Era intenso, vertiginoso.
Tras la primera noche hubo otras.

Sus conocidos pronto fueron los míos. Era increíble la cantidad de hombres que Xila conseguía arrastrar tras su ingeniosa y desinhibida personalidad.
Siempre tan guapa.
Tan alegre. Tan vital.

No  me pasó desapercibido que sus vestidos, alhajas y zapatos eran notablemente más caros de lo que podría permitirse una pescadera. Pocas veces nos veíamos obligadas a pagar. Siempre había alguien que corría con nuestros gastos y los locales donde íbamos no eran precisamente baratos. Nada de tugurios de mala muerte en el Puerto. Nos paseábamos por la corona de las Tres Reinas. Eran locales inalcanzables para mi a los que no hubiera conseguido entrar de no haber sido por mi impresionante anfitriona. Cuando nadie cubría nuestra cuenta, ella lo pagaba. Eso me desconcertaba.
En una ocasión, en un receso frenético, le pregunté.
Salimos a un pequeño jardín, los dioses sabrán de qué lugar, con una copa en la mano y aún carcajeando por alguna de las situaciones que dejábamos entre aquellas paredes.
—Siempre vas como una princesa. ¿De dónde sacas el dinero para esos vestidos? ¿Tan rentable es el puesto de pescado?
Ella me miró como si estuviese loca y se echó a reír sin compasión. Yo no puede evitar reírme también.
—Con lo que saco en la lonja no tendría ni para el ceñidor de la cintura.
—¿Entonces?
Xila me miró con su expresión de niña traviesa y los ojos vidriosos por el alcohol.
—Esto son las Bocas, cariño. Aquí puede conseguirse todo si sabes cómo hacerlo. Tengo otro trabajo, lo del pescado, ya te lo dije, solo es por hacer un favor.
Me moría de curiosidad por saber qué trabajo proporcionaba semejantes lujos a una joven como ella.
—Ves a ese de ahí —me dijo agarrándome de los hombros y volviéndome hacia el interior de local.
—¿Tu amigo? ¿Con el que has venido hoy?
—En realidad no es mi amigo. La mitad de los hombres que te he presentado en estos días en realidad no son simples amigos. Me pagan para que le acompañe algunas noches a salir y lucirse por ahí.
Arrugué el ceño.
—¿Hablas en serio? Los hombres te pagan por eso.
Ella me sonrió con malicia.
—Desde luego, Cielo. Los hombres pagan por cualquier cosa que no tengan y quieran conseguir. Hombres, mujeres… no importa. Les gusta lucirse y yo hago que se luzcan. Solo tengo que acompañarles durante la noche. Beber con ellos, seguirlos en sus fiestas. Ya ves.
—¿Nada más?
—Nada más. Soy acompañante, nena, no puta. Aunque…
—¿Aunque…?
—Si se portan bien conmigo… quizá, si me apetece, yo me porte bien con ellos al final de la noche—. Me guiñó un ojo y miró al apuesto hombre que ahora identificaba como su acompañante—. Este es guapo, así que me estoy pensando si hacerle yo un regalo a él.
No puede evitar reírme.
—Es increíble. ¿Me lo dices en serio?
—Y tanto, Lya. Me tienen como a la maldita emperatriz elfa. Entro a todos los locales privados de esta ciudad, me codeo con tipos importantes que me hacen regalos carísimos. No tengo ningún compromiso hacia ellos. Si no me apetece salir, simplemente no salgo… y ando sacando cien ares a la semana. La vida es magnífica, te lo aseguro.
Quedé petrificada al escuchar la cifra.
—¿Cien a la semana?
Ella cabeceaba una enérgica afirmación mientras daba otro sorbo a su copa.
—Sin contar regalos, pases, cenas, fiestas. Sólo plata en la mano.
—En el puesto saco diez o doce ares a la semana. Quince si ha sido buena.
—Lo sé, cielo, lo sé. Deberías pensarte dejar ese sitio de mierda donde vives. Eres muy guapa y tanta sal acabará por resecarte. El olor a pescado muerto no te favorece en nada. Si quieres puedo pasarte alguno de los míos. Me han preguntado por ti. Llamas mucho la atención con ese color de pelo tuyo. El rojo les vuelve locos, te lo aseguro.
—Me estás bromeando.
—No, no, en serio. Alguno me ha preguntado por ti. Si te interesa…


Las armas de Xila. by CHARRO


Durante días tuve un gran dilema en cuanto a aquella propuesta. Desde que supe el dinero que ganaba Xila haciendo aquello, cada vez costaba más enfrentarse a las vísceras de pescado y a la salazón. Cada vez mi pequeña habitación se estrechaba más y parecía más incómoda y sucia; y cada vez parecían menos dinero los Ares que ganaba al final de la jornada. Luego, cuando veía a Xila revolotear feliz entre su corte de admiradores, cuando la veía lucir tan brillante sus delicadas prendas y pasábamos la noche entre risas, alcohol y música, cada vez resultaba más y más difícil encarar la jornada siguiente.
Empecé a no dormir.
El trabajo en la lonja me asfixiaba tanto que deseaba que terminase mi jornada para ponerme mis mejores prendas y divertirme un poco con ella. Aquel otro mundo me liberaba. En ocasiones se alargaba hasta la hora de volver a abrir el puesto. Empecé a tener algunos roces con Arik y pronto Jael habló conmigo. Fue duro, aunque amable y no puedo reprocharle ninguna de sus palabras. Tenía razón, pero yo estaba entrando en un bucle que me aprisionaba. No dejaba de pensar en cómo cambiaría mi vida con el dinero que Xila aseguraba podría ganar con solo una cita. Necesitaba respirar fuera de la lonja. Al menos, ganar lo bastante para poder permitirme un alquiler mejor que aquel cuartucho con olor a pescado que poco a poco me agriaba el carácter.
Aquel día hablé con ella.

—¿Quién se interesó por mi?
Xila me sonrió con malicia recordando a la perfección el instante en la conversación a la que me refería. Miró hacia los lados para descartar que nadie nos escuchara y bajó la voz al hablar.
—¿Te lo has pensado?
 —No he dicho tal cosa —me apresuré a confesar—. Sólo pretendo saber quién preguntó por mí.
Volvió a sonreír con picardía. Los ojos le chispeaban.
—Has tenido suerte. Es un encanto… y en la cama es un auténtico dios guerrero.
Trunqué mi expresión.
—Esa no es la información que te he pedido.
Empezó a reír divertida.
—Se llama Iowan. Alto, moreno, ojos grises… Estuvo con nosotras el primer día.
—Le recuerdo.
Desde luego que le recordaba.
—¿Y preguntó por mi?
—Mencionó que le resultabas muy atractiva.
—Aquél día casi iba con la ropa de trabajo, no pudo…
—Precisamente por eso te dije que este negocio podía interesarte —me interrumpió—. Si se fijó en ti ese día con aquel vestido y todo este… olor a pescado, ni te imaginas cuantos pagarían solo por lucirse a tu lado en alguna fiesta si te pones un vestido bonito y unas gotas de fragancia cara.
—Ni tengo ese vestido, ni me puedo permitir ese tipo de perfumes.
En realidad solo estaba poniendo excusas.
—¡Tonterías! Te dejaré uno mío. También el perfume. ¿Te animas? Podría llamarle esta misma noche.
—¿No vas un poco deprisa? Solo quería saber quién era.
Xila me golpeó en el hombro.
—¡Ni lo sueñes! Si te dejo pensarlo no lo harás nunca, Lya. Te conozco. Ese cuerpo tuyo necesita más alegrías.
Volví la mirada hacia el puesto de pescado.
El denso olor a salitre me bombeó las fosas nasales. Xila adivinó mis pensamientos.
—¿De verdad que esta es la vida a la que quieres aferrarte?

Me volví con una respuesta en los labios...




OPCIONES


1.-Quiero escapar de aquí. Lo haré. Llámale. Quedamos en tu casa esta tarde.

2.-No, creo que en realidad no soy ese tipo de chica. Quizá en otra ocasión.