viernes, 29 de junio de 2012

Lya, Elige su destino. Acto IX. Silencios por la Espalda



Silencios por la Espalda

Acto IX


-Sin sangre –le digo.
Él me mira extrañado. En sus pupilas se dibuja una expresión desconcertante. No parece comprender mi petición.
-Debe haber otro modo de salir de aquí que no pase por matar a docenas de personas –añado.
Él me vuelve a atravesar con su mirada pétrea. 
-Esa no es la elección sensata de alguien entrenado para matar.
-Ya no recuerdo esas lecciones, Jäak. Mi pasado es solo niebla y vacío. He visto demasiada sangre esta noche.
-Si no lo hacemos, la próxima sangre puede ser la nuestra –asegura él. –Es lo que has provocado al venir aquí y hablar más de la cuenta.
Agacho la cabeza.
Admito que la idea no ha sido la mejor pero al menos tengo una respuesta que soy consciente de que no habría obtenido de otra manera. No ha sido la mejor opción pero de un modo u otro he obtenido algo de lo que había venido a buscar: Él era mi maestro. Ese es el vínculo. Ahí está el pasado…
Un maestro que no recuerdo, unas enseñanzas de las que solo queda un instinto dormido que despierta como un acto reflejo… y un beso. Un beso que ha salido de lo más recóndito del olvido. De la grieta más profunda de un corazón suspendido en el tiempo.
Tengo mil preguntas. Al menos se me ha concedido la primera respuesta.
-No más sangre esta noche, Jäak. Por favor.
Él queda pensativo. Mira a los cuerpos que se desangran sobre el suelo de piedra y su gesto me obliga a secundarle la mirada. Me devuelve esos ojos verdes de diablo.
-Hay un pasadizo, pero llegar hasta él sin llamar la atención puede ser complicado. Esto es la Orden de Ylos: no tardarán en descubrir los cuerpos y con ellos nuestra ausencia. Se nos echarán encima. Hay ojos y oídos por toda esta maldita ciudad. Están en todas partes. No dejar testigos es nuestra única posibilidad de ganar tiempo.
Lo que dice es cierto, al menos en algo tiene razón: hay que ganar tiempo.
Le tomo la mano, que se mancha aún de la sangre de los muertos. Él mira mi gesto como si hiciese Eras que ninguna mano tomase la suya. Queda en silencio, atrapado en ese gesto. Su mirada parece dudar.
-Nada perdonará la vida de los guardias que se apostan tras esta puerta.
Hago concesión. Entiendo que tendremos que tomar algunas vidas a cambio de nuestra fuga.
-Usemos el pasillo. Podemos deshacernos de las pruebas, provocar un incendio que fuerce a los demás a huir. Eso les mantendrá ocupados y distraídos.
Jäak duda.
Mi plan entraña riesgos que cree  innecesarios. Nuestros ojos se funden. Es cierto que parece haber debilidad ante ellos.
-Si algo sale mal…
-Nada va a salir mal –aseguro sin que ningún argumento lógico pueda sostener mi seguridad.
-Todo puede salir mal.
-Confiaré en mi maestro.
Mi respuesta le arranca una sonrisa descreída pero he roto barreras. Rebusca entre los pliegues de sus víctimas y regresa con un par de puñales que me entrega.
-Te enseñé a usarlos. Eras la mejor. Sigue tu instinto.
Quedo mirando las hojas de los cuchillos con cierto gesto ausente. Aún me parecen ajenas, pero sé que sus palabras son ciertas. Ese instinto es el que me ha llevado hasta aquí por mucho que me cueste admitirlo.
Una mirada de confianza y un guiño anteceden a la trampa que Jäak urde para eliminar a los dos guardias del exterior. Yo soy el cebo, él es el brazo ejecutor.
Pronto los soldados yacen cuanto al resto de cuerpos y yo aún no he tenido que mancharme las manos de sangre. Le veo en su terreno. Mi cabeza burbujea, mi mente se inquieta. Algo dentro de ella, escondido, profundo, encadenado, que busca desesperadamente la liberación. Le veo en su terreno, aunque no le reconozca. Sé que hubo un tiempo en el que me acostumbré a las imágenes y gestos que ahora me ofrece.
-¿Cómo me conociste? Desde cuando me… -Su mirada esmeralda detiene las palabras en mi boca. Aún anda acercando cuerpos pero se ha detenido ante mis dudas. Hay un silencio atroz que me traspasa el alma. Sus ojos son como munición de ballesta que acelera mi corazón y lo atraviesan. Su silencio es explícito. Recelan en darme la información pero yo insisto en batallar contra sus ojos. Por un momento creo que volverá a vencerme, pero cuando estoy a punto de alzar la bandera blanca y aceptar su triunfo, suspira y baja la mirada. El resto de la conversación la mantiene sin mirarme.
-Tendrías unos diez o doce años cuando llegaste. Yo te doblaba la edad pero ya llevaba tiempo entrenando a los más jóvenes. Vosotras fuisteis mi primera asignación de verdad.
-¿Vosotras? –El obvia mi pregunta y sigue hablando.
 -No solo debía entrenaros; estabais bajo mi cuidado y responsabilidad. Cuando llegaste no eras más que una mocosa asustada y sucia.
-¿Llegar de dónde?
-Te compraron. Huérfana, criada en las calles, no lo sé en realidad. Ellos consiguen así a sus nuevos reclutas. Nunca hacíamos preguntas. Así llegaste, como todos, como una vez yo también fui comprado.
-Como si fuera mercancía.
-Eras mercancía. Eso es un hecho. Con mucha suerte una niña como tú hubiera acabado en algún prostíbulo barato. Los chicos aún tienen suerte y quizá pueden aspirar a que alguien le interese un mozo de cuadras, algún ayudante barato al que encargar las faenas más desagradables… pero una niña… Hay muchas bolsas repletas en los mercados dispuestas a soltar plata por un adorable juguete sin estrenar.  Te hicieron un favor, en realidad.
-He acabado en un prostíbulo –afirmo con tono cínico. Jäak me mira y su expresión es amarga.
-Acabado, con 22 años. Te aseguro que de no haber sido así, no hubieras llegado a  verte sangrar por primera vez.
Se me coge un pellizco en el estómago. Jäak acaba y me manda con un gesto salir al pasillo. Él viene detrás y cierra con llave la puerta de aquella habitación. Avanzamos unos metros antes de encontrarnos con un tramo de escaleras que recuerdo de cuando me llevaron a la sala.
-El pasillo está en la capilla. Debemos pasar el claustro y la biblioteca. Si alguien nos detiene, sígueme la corriente.
Acepto las normas del juego. Lo cierto es que las altas horas de la madrugada facilitan no encontrarnos con mucha concurrencia.
Hay preguntas que siguen sin responderse.
-¿Qué pasó, Jaak?
 Él echa un vistazo tras la esquina del pasaje que conduce al claustro interior antes de devolverme una mirada llena de significado.
-¿Qué pasó? Dedúcelo, Lya. Eres una mujer inteligente.
Le miro intensamente. Sus ojos parecen iluminar las sombras con un irreal fulgor verde.
-Te enamoraste.
-Me equivoqué. Crucé una línea.
-Has vuelto a cruzarla –le advierto.
-No, tú no recuerdas nada y será mejor así.
Hace el amago de avanzar pero le retengo tomándole de un brazo.
-Me mandaron matarte, dijiste. ¿Por qué?
-Porque nadie que pertenezca al clan puede escapar de él.

En esta ocasión me empuja para que salga por delante. Ambos cruzamos entre las sombras de las columnas que perimetran el patio. Estamos cerca de una gran puerta de doble hoja y elaborada talla cuando una voz nos da el alto a nuestras espaldas. Jäak se vuelve por inercia, pero yo no necesito mucho para saber que ya han descubierto los cadáveres. Resuenan ecos de hombres con armadura por las inmediaciones. Han tardado poco, demasiado poco.
 -Corre, ¡entra en la habitación! –casi me empuja para que le obedezca. Apenas me da tiempo de articular palabra.
No es la biblioteca. Tampoco la capilla. La interrupción nos corta la huida.
Está oscuro y no acierto a ver, pero no pasa mucho tiempo antes de que Jäak entre tras de mi. Trae una lámpara de aceite encendida. Es uno de los fanales que iluminaban el claustro. Me señala una de las ventanas. Corro hacia ella mientras escucho perfectamente el sonido de los hombres con armadura que se aproximan. Jäak corre a mi lado pero de pronto se vuelve. Coincide con la entrada de los primeros guardias. Me giro al tiempo de ver cómo les lanza el fanal de aceite que se quiebra al estrellarse sobre el primero de ellos envolviéndolo en una sábana de llamas. El caos que genera nos proporciona un poco de aliento en nuestra escapada.
Abro los postigos del ventanal. Da a otro pequeño patio interior entre los edificios. Jäak me apremia a salir y ambos salimos al exterior sin mirar atrás. El fuego no los va a detener para siempre.
Hay un edificio bajo a cuyo techo podemos encaramarnos. Jäak sube primero. Es ágil como un felino. Se vuelve para ayudarme pero descubro que no le necesito.  Me siento casi en mi terreno encaramándome por la pared. Un vistazo atrás nos descubre que nos siguen. Ellos no tendrán tantas facilidades.
El tejado es inclinado pero nos permite movernos con cierta comodidad. De él conseguimos alcanzar otro volumen más alto y de este, a una cornisa que discurre hasta fundirse con un murete que da a la calle. Los guardias nos siguen a duras penas, pero es mejor no desaprovechar nuestra ventaja.
Saltamos a la calleja desierta y ambos comenzamos a escapar por entre sus sinuosas curvas en la madrugada. No es ninguna locura poner cuantos más metros de distancia, mejor. Salimos a la primera calle amplia  justo para encontrarnos con una carreta destartalada que se cruza en nuestro camino. Nos apartamos por pura inercia, aún sobresaltados solo para comprobar que la carreta se detiene ante nosotros. Su conductor se deja ver entre los fulgores de la luna.
-¡¡Arriba!! ¡Vamos, subid!
Su gesto es explícito, pero Jäak duda, aún desconcertado.
-¡Täarom! ¿qué haces…?
-¿Le conoces?
No me da tiempo  despejar las dudas de mi acompañante.
-Es obvio que no iba a dejarte sola. Llámalo intuición pero estaba seguro que tu brillante idea de dejarte capturar necesitaría una vía rápida de huida.
Miro de reojo a la mula desgastada que tira de la carreta y le sonrío de medio lado.
-Rápida, rápida… no parece que sea.
-Deja de protestar y sube de una condenada vez, Lya.

-¿Es de fiar…?
-Tanto como hace una hora lo eras tú, querido Jäak –le aseguro con un guiño.
Huida by CHARRO

Täarom conduce la carreta por callejas oscuras y se aproxima a la bahía de Dar. Nosotros nos escondemos en el cajón. No le pregunto dónde va. Imagino que tiene un plan. Llevar la carreta por los bulevares del norte sería llamar la atención. Intuyo que quiere alejarnos de la zona y luego pensaremos dónde ir. Ahora me alegro de tener personas en las que confiar y que él decidiese no hacerme caso y regresar a la Sirena.
Paramos en un oscuro y desvencijado muelle abandonado. No hay más luz que la que proyecta Kallah desde el cielo salpicado de estrellas. Al otro lado de la bahía, Las Bocas sigue luciendo con descaro su manto de lentejuelas brillantes en la noche. El faro, al otro extremo, no guiña su único ojo.
Solo entonces nos relajamos. Solo entonces descendemos de nuestro escondite. Solo entonces nos permitimos bajar la guardia…
-Gracias por la ayuda, mi nombre es Jäak–. Ofrece su mano en gesto de gratitud. Täarom sonríe ante él. Yo continúo sacudiendo el heno pegado a mi cuerpo. Es un bonito momento.
-No hay de qué, Jäak.
Täarom aprieta su mano con gesto firme y sin borrar su amplia sonrisa de sus labios. Jäak también sonríe. Mis labios comienzan a dibujar también el mismo gesto…
Pero…
Täarom no le suelta. De hecho le aprieta contra él en un inesperado movimiento. Jäak borra la sonrisa de un soplo. Täaron le susurra algo al oído que yo escucho perfectamente.
-Saludos de los Filos, Jäak.
Mi sonrisa queda congelada solo en el amago. Mi gesto se vuelve lívido cuando veo a Jäak caer a mis pies y el cuchillo ensangrentado de Täarom en su mano.
-Sabía que me llevarías hasta él, Lya. Sabía que antes o después tú me llevarías hasta él.
Mi corazón gira ciento ochenta grados. Noto un estremecimiento que me recorre de parte a parte. La mirada de Täarom ha cambiado, su gesto, su presencia…
Busco las dagas en mi cinto pero él es asombrosamente rápido. El cuchillo que lleva aún vestido de la sangre de Jäak consigue abrir carne en mi brazo a pesar de mis reflejos. El dolor es eléctrico. Detengo un par de ataques antes de que su pierna encuentre hueco y me desplace. Mi cabeza gira. Sé que la sorpresa me ha hecho mella pero es un mareo incontrolado. Mis rodillas tiemblan… eso no lo ha provocado la sorpresa.
-Ala de cuervo –confiesa Täarom mientras se acerca con gesto triunfalista y sonrisa de victoria-. No iba a correr riesgos con el viejo y contigo en un mismo encuentro, cielo.
-¡Veneno!
-Tranquila –me asegura sin dejar de avanzar-. Morirás antes de que haga efecto.
Levanta su brazo armado para acabar aquel trabajo. Mis brazos pesan como si fueran de plomo. Nada puede detener ese aguijón. El escorpión dispara a matar…
Pero…

Un silbido anuncia un final inesperado. Algo le golpea el hombro y lo arranca del suelo evitando la estocada mortal.
Es una flecha.
                Una voz, de mujer resuena en la penumbra.
                -Nunca me fie de ti, Täarom.
                Me giro. Hay una sombra entre las sombras. Mi mente se desvanece mientras ella avanza. Todo me da vueltas. Todo es un caos donde los recuerdos y las imágenes se filtran.
                Es una mujer esbelta y exótica. Se arma de aquel arco que ha conseguido detener el sacrificio.
                -Yo también os he seguido.
Mi mente se oscurece… todo se vuelve negro… como la piel de la chica que acaba de llegar.

***

Parpadeo… Regreso a la conciencia.
No, no es mi conciencia…
Estoy en un lugar oscuro y frío. Tengo miedo…
No es mi conciencia. No, no lo es.
Observo mis manos. Son pequeñas. Observo mis piernas, son delgadas. Palpo mi pecho, apenas existe.
Tengo diez años. No es mi conciencia:
Es mi recuerdo.






Opciones.

1-. Mantente en silencio, Lya y trata de explorar el lugar.

2.- Grita, pide ayuda. Alguien podrá oirte.

3.- Es un maldito sueño, Lya. Trata de despertar.