miércoles, 11 de abril de 2012

Flor de Jade: Elige tu Destino. Acto III Resurrección



Acto III

Resurrección


Lya "Resurrección" by CHARRO



La Sirena Varada luce su descaro a ojos de la luna. Fue una antigua mansión y mantiene aún esa elegancia aristocrática en su fachada. Se sitúa en la frontera del puerto y el barrio alto, casi como frontera de dos mundos antagónicos.

He llegado por pura inercia. Casi por intuición.
Las Bocas nunca duerme y si lo hace, nunca es durante la noche. Sus calles son un hervidero de actividad y excesos. La Sirena es esa dama imposible que jamás pierde su elegancia. Tres plantas acogen todos los vicios concebidos disponibles solo para bolsas sin fondo en la Ciudad del Pecado. Aquí todo puede hacerse, aquí todo puede ganarse, si puedes pagarlo.

Este es mi hogar. Lo sé, pero no lo recuerdo.

Mis recuerdos inconscientes me han traído aquí sin error. No he dudado en una sola calle, en una sola esquina. La fachada de estilo Tyriano me produce una sensación encontrada. Sus luces y su bullicio me despiertan una cálida sonrisa. Como la de reencontrarse con un viejo amigo al que hace tiempo dejaste de ver.
Me detengo cerca del Boulevar de las Tres Reinas y observo el ostentoso recinto desde una distancia prudente.
Tengo un instante de duda que me atenaza la garganta.
La sensación de que me han estado siguiendo me persigue desde que comencé a caminar. Supongo que el uniforme que visto me hace un objetivo poco apetecible. Nadie quiere molestar a un informador. Vuelvo la cabeza hacia atrás pero no descubro nada que levante la menor sospecha o mejor debería decir que todos en estas calles parecen sospechosos. Respiro hondo y comienzo a caminar en dirección a la Sirena mientras me aseguro de que mi rostro queda oculto bajo la capucha. No sé qué voy a encontrarme ni cómo reaccionar ante lo que encuentre. Pero lo que más me preocupa es cómo reaccionarán aquellos que me conocen.
Una cerca dorada de varios metros de altura rodea la fachada y delimita unos bellos jardines al interior. Esa cerca tiene su propia «frase hecha» en las Bocas: Tener suficiente influencia como para cruzar la Cerca Dorada. Eso dice mucho del lugar en el que supuestamente trabajo.
Me quedo aún a distancia prudente, entre la masa de gente que curiosea al exterior o hace cola para entrar, aún entrevestida de sombras de los callejones aledaños. También observo mucho oportunista mezclado entre los que esperan. Carteristas, ladrones… toda una fauna habilidosa que pulula alrededor de la opulencia y el exceso como moscas sobre un cadáver.
Los jardines interiores también se llenan de clientes. Hay mesas y fanales de luz tenue que crean una atmósfera íntima y placentera. Algunos músicos tocan melodías que se escapan más allá de los barrotes.
Tengo fogonazos de memoria que me hablan del interior que aún no he visto. Lujo, madera labrada, paredes estucadas o pintadas al fresco con motivos florales. Las tres plantas y sus docenas de salas y habitaciones. Tengo imágenes de rostros que conozco y frases que se me pierden en la memoria…
Avanzo un poco más, hacia la gran cerca. Hay hombres armados en los accesos. Es entonces cuando identifico también al interior muchos otros hombres. Tienen rostros duros y cuerpos corpulentos. Los del interior disimulan sus armas y visten más acorde con el lujo que les rodea, pero tienen la misma función. Son matones. Proveen la seguridad.
Ando tratando de rescatar alguna información en los huecos de mi mente cuando alguien tropieza conmigo. Me desequilibra y me obliga a mirarle. También va embozado y se aparta pronto de mi para seguir su camino. El golpe me hace resentirme del dolor en las costillas.
—Mira por donde vas, estúpido —le grito enfadada. A cierta distancia, él se gira despacio. No puedo verle la cara pero parece un hombre robusto. Su voz agravada taladra mi memoria.
—¿Y tú? ¿Sabes realmente dónde vas?
           
            Queda un instante manteniéndome la mirada desde unos ojos inexistentes tras su embozo y dejándome envuelta en dudas, se gira y continúa su camino. Tardo en reaccionar. Cuando lo hago me descubro a mi misma demasiado cerca del grupo de entrada y de los hombres que la custodian. Percibo que algunos de ellos me miran con desconfianza. Pienso por qué puede ser y saco en conclusión que se trata de mi uniforme. Supongo que creen que soy una informadora y andan tensos. Uno de los hombres que guarda la entrada se aproxima hacia mí.
Trato de pensar con frialdad.

—Señora, ¿Algún problema? ¿Podemos ayudarla en algo?
Noto que su tono es, con toda probabilidad, mucho más amable de lo que suele ser con los desconocidos que husmean en los alrededores. Mi uniforme le intimida. Con todo, me juego la carta.
—Soy Lya. Tengo que entrar.
            —L… ¿Lya?

Me arriesgo a levantar un poco la capucha y observo su cara palidecer cuando contempla mi rostro aún con rastros de sangre. Da un par de pasos hacia atrás. Y me hace un gesto para que aguarde allí.
            Le veo regresar a la puerta de la cerca y hablar con otros hombres. Uno de ellos se vuelve hacia el interior y se apresura a llegar a la mansión. Se pierde en ella.
            Espero unos minutos que se me hacen eternos.
Cuando regresa, lo hace acompañado. En un hombre joven de rostro magnético. Sus gestos me advierten que tratan de disimular una urgencia que busca pasar inadvertida. Los ojos de ese nuevo acompañante se escapan de cuando en cuando hacia mi dirección, tratando de confirmar mis rasgos, imposibles de adivinar en la distancia. Llegan a la cerca y el guardia queda en su posición y vuelve a sus tareas de controlar el acceso mientras que el joven la cruza y se aproxima hacia a mí, decidido.
            Levanto un poco mi capucha y a unos pasos de llegar, le cambia la cara. Es como si hasta entonces dudara de que la información que tuviera fuera cierta.
            Me mira con los ojos muy abiertos.
            —¡Lya! ¿Dónde estabas? Y… ¿Qué haces vestida así?
            Su rostro me es muy familiar pero no le reconozco. Ningún nombre se asocia a sus rasgos en mi cabeza.
            —Es una larga historia… —le confieso.
            —¿Y toda esa sangre?
            Trata de rodearme con sus brazos. Su mano llega a mi cintura y mi cuerpo se agita en un intento de controlar el gesto de dolor. Él la retira de inmediato.
            —No toda es mía.
            —¿Qué quieres decir? ¿Estás herida?
            —El asunto se ha descontrolado un poco.
            —Vamos adentro. Me lo explicas por el camino.
            «Ojalá pudiera explicarlo», pienso mientras le acompaño hacia la entrada.
            No hay problemas para atravesar la carismática verja pero noto la presión de las miradas y el silencio que se ha hecho alrededor. Enseguida cambiamos la dirección. No nos dirigimos hacia la puerta principal y atravesamos los jardines internándonos en las sombras.
            —Entraremos por el servicio. Con esa ropa ahuyentarás a la clientela.
            Es cierto.
He comprobado como algunos que esperaban su turno para acceder han comenzado a marcharse disimuladamente. Nadie quiere estar cerca de un agente de Ylos identificado y mucho menos en un lugar como la Sirena.
            —Lo siento, no he tenido muchas opciones.
            —Pero ¿qué ha pasado? Lo último que sé de ti es que te fuiste con el Príncipe de la Hoja Escarlata.
            —Es complejo de explicar.
            El joven parece tener paciencia y no me insiste. Me mira con preocupación mientras me conduce entre setos y fuentes a otro extremo del enorme prostíbulo.
            —Diva Yhara empezó a preocuparse cuando no supo nada de ti esta mañana. Xan estaba hecha una furia. Te ha sustituido en tu actuación, creo que ahora está con un cliente pero no sé si podrás verla pronto.
            No relaciono sus nombres.
Diva es un apelativo élfico, así que debe tratarse de una elfa, probablemente alguien importante. No contesto a su comentario, me limito a quejarme levemente por el paso apresurado y él lo entiende, reduciendo el ritmo.
            Entramos por las cocinas.
Un enjambre de cocineros y sirvientes se cruzan a nuestro paso. Algunos nos miran con estupor pero continúan con sus quehaceres. Hay todo un mundo de actividad tras aquellas paredes. Es como estar entre las bambalinas de una gran obra de teatro. Pasamos varias habitaciones y pasillos hasta llegar a un recibidor con escalera mucho menos concurrido. Las subimos despacio. Nos cruzamos con algunas chicas que nos miran con gesto extraño y pasan rápido junto a nosotros.
              Alcanzamos una de las habitaciones que mi acompañante abre con una llave.
            —Tu habitación.
            Es amplia y lujosa, mucho más de lo que esperaba. Una gran cama con dosel de gasa domina la estancia. Hay un gigantesco armario de madera oscura, tocador, espejos… Una bañera de patas doradas se atisba tras un biombo de la misma madera oscura que el armario. Yo avanzo con la expresión en el rostro de quien entra en aquel lugar por primera vez. Él queda en el umbral.
            —¿La echabas de menos?
            Me vuelvo entresacada de mis ensoñaciones. Aquello es una habitación de princesa.
            —Mucho —le digo.
            Él asiente amablemente con una sonrisa.
            —Pediré que te preparen el baño. Cámbiate antes de que Diva te encuentre así o va a desmayarse. A ella sí tendrás que explicarle cómo has vuelto vestida con un uniforme de la orden de Ylos. Tienes tu ropa en el armario.
           
Se marcha con una sonrisa y me entorna la puerta. Yo me tomo un instante para asimilar la situación y curiosear brevemente por el lujoso espacio privado en el que supuestamente vivo. Hay perfumes en el tocador y hermosos vestidos en el armario. Tengo una extensa colección de sandalias, también.
            Cuando observo mi aspecto en el espejo me sobresalto de la impresión.
La primera de las chicas con agua caliente llega a mi puerta y pide permiso para entrar con la cabeza agachada. Se lo concedo sin mucho entusiasmo y la dejo vertiendo el líquido en la panza de nácar de la bañera.
            Comienzo a desvestirme despacio. Mi reflejo empieza a mostrarme las señales de mi paso por la celda. Gruesos moretones cubren mi cuerpo. Al dejar caer la chaquetilla de mi uniforme algo se desprende de uno de sus bolsillos. Es un pequeño pliego de papel doblado.
Tengo curiosidad y lo recojo.
Hay algo escrito.
           
«¿Y tú? Estás segura de dónde vas? Si no estás completamente segura de con quién puedes hablar y con quien no, ven a esta dirección. Puede que tenga respuestas para tus preguntas».

            Lo firma: «J. V. Un amigo».
Hay una dirección abajo, es el distrito del puerto.
           
Recuerdo las palabras de aquel desconocido que se chocó conmigo en la calle, antes de entrar. No era simplemente un desconocido.
            ¡J.V! ¡Son las siglas del único nombre que recuerdo! Jäak Vihyau. Apresuradamente escondo el papel y todo vuelve a darme vueltas. No sé qué ha pasado ni de quién debo fiarme. Mi situación actual responde a algún asunto poco claro y no sé a quien puedo confesarle mi situación.

            —¡Santo Enoq! Alguien se ha divertido más de la cuenta.
            Me vuelvo.
El joven que me ha acompañado hasta la habitación ha vuelto. Su rostro está desencajado ante la visión de mi espalda amoratada.
            —¿Qué ha pasado?
            —Necesito ese baño.
          
Lya "Mirror" by CHARRO

Termino de desnudarme ante su mirada partida. Por una vez un hombre me mira desnuda con el gesto arrugado, más impactado por mis señales que por mis curvas.
            —¿Puedo ayudarte?
            En este tiempo un joven mozo ha vuelto a traer agua caliente de las cocinas. La bañera humea cálida y se torna ciertamente apetecible. Llego por inercia a la bañera y compruebo que mi acompañante no sabe muy bien qué hacer o cómo comportarse y vuelve al umbral. Yo me dejo sumergir en el agua ardiente que es un verdadero bálsamo para mi cuerpo helado y dolorido. Dejo que el agua me inunde la cabeza y se escurra por mi pelo. Tengo un instante suspendido en el tiempo.
            Escucho alboroto por el pasillo. El joven se vuelve hacia mí.
            —Es Diva. Viene alterada.

            Apenas unos segundos después aparece una mujer elfa. No es muy alta pero increíblemente bella y viste unos ropajes sofisticados. Se adorna con joyas que relucen a la luz de los candiles. Le acompañan una cohorte de curiosos. Chicos y chicas, probablemente compañeros de trabajo. Su rostro cambia radicalmente de expresión cuando me contempla derrotada en la bañera.
            —Lya, ¡por toda la corte de los Patriarcas! ¿Qué ha pasado? ¿Qué son esas marcas?
            —Ya estoy en casa —Es lo único que sale de mis labios y mis ojos se cierran.
            —Rápido, avisad al «Cirujano». Fuera de aquí, chicas. Tenéis trabajo —ordena con severidad— Täarom cierra esa puerta.
            Se acerca hacia mí con grandilocuente gesto maternal y me acaricia el rostro mientras me mira a los ojos. Pone su mano en mi frente y me acaricia tiernamente el pelo.
            —¿Qué te han hecho? Si ese canalla cree que mis chicas son juguetes a su antojo, va a pagarlo.
            —Estoy un poco cansada, Diva.
            Ella se levanta.
La noto un poco tensa por mi sutil cambio de conversación aunque noto en sus ojos que su preocupación es sincera.
            —Está bien. Descansa un poco —me concede—. Que te examine el Cirujano. Después del baño ven a mi despacho. Quiero saber qué ha pasado y si es lo que imagino, alguien más va a sangrar.
            Se vuelve hacia Täarom.
            —No la dejes sola. Atiéndela en todo lo que necesite.
Él agacha la cabeza en gesto de sumisión.
            —Como ordenes, Diva. Así será.
            Se aleja de mi y lo aparta un poco de la escena.
            —Avísame en cuanto esté lista. Dale ropa limpia y si hay algún contratiempo quiero ser la primera en enterarme. ¿Entiendes? La primera. No importa con quien esté o qué esté haciendo… y otra cosa. Que nadie le diga nada a Xandrila. Tiene un cliente importante y no quiero más sorpresas esta noche.
            —Claro, Diva. Ordenaré que así sea.
           
Ella sonríe satisfecha y se vuelve hacia mí.
            —Tómate tu tiempo, cariño. Hablamos cuando estés más repuesta.
            —Gracias, Diva —contesto con un hilo de voz.
            —Debo dejaros, hay una piara de cerdos depravados asquerosamente ricos a los que satisfacer.
            Me dirige una última mirada pero no dice nada. Aquella mujer de belleza imposible solo alcanza a morderse el labio inferior, quizá como delato de algún pensamiento interno. Sin más, se marcha.
            Täarom y yo cruzamos una mirada. La suya parece temerosa, preocupada, quizá.
            —Me sentaré por aquí —dice con cierto reparo—. Si necesitas algo, por favor, dímelo.

            Por un instante vuelvo a tener la fantasía de hallarme sola.
Cierro los ojos y mis pensamientos cabalgan sin control.
            He despertado en una celda a la que no sé cómo he llegado. Han maltratado mi cuerpo y habían planeado interrogarme a través de agentes de Ylos. He matado a seis personas, incluida la agente. Tengo un lapsus mental que me impide recordar incluso lo más básico. Y luego… está Jäak Vihyau. Un nombre que no me dice nada pero que me advierte de la inseguridad de este lugar y de las personas que ahora mismo me rodean.
            Alguien me ha tendido una trampa. Alguien no esperaba que regresase de aquella mazmorra. Puedo estar en grave peligro o puede que este sea mi refugio y a alguien le interese alejarme de aquí.
Tengo que pensar en mi jugada…
            Y tengo que pensarla rápido.





Opciones:

1.- (Sincérate con Diva, Lya. Eres una de sus chicas más rentables, no puede estar en el ajo). 
Hablar con Diva y contarle lo que ha pasado.

2.- (Nada ocurre en este lugar sin que Diva lo sepa. No te delates aún. Habla con Täarom, parece realmente preocupado por ti y te ayudará a recordar) 
Confiésate en secreto a Täarom.

3.- (No te fies de nadie. Sal de ahí y ve a la dirección del papel) 
Busca a Jäak Vihyau.