miércoles, 25 de abril de 2012

Flor de Jade: Elige su Destino. Acto V


Acto V

Verdades y Mentiras
fragmento de "Jäak" by CHARRO


—Espera, espera, espera… ¿De qué estás hablando? ¿Matarte?
La media sonrisa de Jäak Vihyou no está en consonancia con el gesto desencajado de mi cara. Parece que mi turbación le divirtiera y eso me enfurece. Me levanto casi de un salto, sin reparar que el cuchillo sigue en mi mano. No lo amenaza, pero se descubre. Casi lo había olvidado entre mis dedos. Compruebo que sus ojos pasan rápidamente hasta mis manos y evalúan el posible riesgo, sin que su gesto o su sonrisa se alteren.
    —Es algo que pertenece al pasado, Lya.
   —Es obvio que para mí, no.
   Ahora sí levanto el puñal contra él aunque solo fuese para dar mayor énfasis a mis palabras. Tengo la sensación de que está jugando conmigo.
  —No puedes hacerme creer que eres el responsable de mi falta de recuerdos, advertirme que me encuentro en peligro porque alguien me busca y que la razón de ello es que no acabé contigo cuando tuve la oportunidad. Si pretendes que tome eso como algo del pasado, estás muy equivocado, Jäak Vihyou, porque ese es mi único y maldito presente.

    Jäak baja durante un segundo la mirada al suelo de piedra de la habitación y permanece allí durante unos segundos. Luego la levanta despacio y me atraviesa con sus ojos verdes. Hay algo que me inquieta en su mirada: su profundidad. Está llena de palabras que no dice, de secretos que tienen que ver conmigo. Lo noto, lo percibo. Hay algo en esa mirada que me grita que es cierto. Aquel extraño y yo tenemos un pasado común, denso, salpicado de momentos que no recuerdo y, que si es cierto, él se encargó de borrar. No sé si eso es una buena o una mala noticia en este momento.

—Tienes razón. Supongo que mereces una explicación.
—Una larga, de hecho Hasta ahora solo has divagado.
Suena a exigencia.
Él suspira y en su suspiro se condensan un millar de emociones. Me da la espalda sin importarle que yo esté armada y le amenace abiertamente con la punta de mi puñal. Camina unos pasos despacio por aquella habitación pobremente iluminada. Se acerca de nuevo a su sillón y se sienta en él. Me mira. Yo estoy de pie, junto a la cama. Mi brazo sostiene rígido el puñal que bajo lentamente. Estoy impaciente por escucharle hablar.

—Formabas parte de una secta secreta de asesinos de élite vinculada a los templos de Aros, el Farsante. Una red secreta de asesinos, desconocida y considerada mito incluso por muchos de sus más altos jerarcas: Los Filos del Amanecer. Pocos saben que existen. No es fácil acceder a sus servicios. El ritual es complicado y los honorarios son extremadamente caros. El secreto, como comprenderás, es algo necesario en este oficio.
Hay algo en sus palabras que rebosa de convicción. No había oído hablar jamás de los Filos del Amanecer, pero no me cabe ninguna duda de que lo que cuenta es cierto. Es como si piezas inexistentes encajaran a la perfección en huecos imposibles de mi memoria.
—Continúa —le insto.
—Eras una de las mejores. Entrenada desde que tenías uso de razón y pudiste distinguir el filo de una daga de su mango. Habrás podido comprobarlo. Si tus habilidades han despertado en ausencia de tus recuerdos, supongo que para salir de tu cautiverio habrá hecho falta derramar un poco de sangre ¿me equivoco?
Recuerdo la celda. La facilidad con la que escapé de los grilletes. Mi mente calculando precisos movimientos sin que fuera realmente consciente de cómo podía hacerlo. Los movimientos certeros. Seis vidas sesgadas en pocos segundos. La sangre... 
Tiene sentido. Solo tiene sentido si lo que dice es cierto. Trago saliva.
—No te equivocas.
Él asiente apretando los labios y cerrando los ojos, como si su mente necesitase bucear en recuerdos intensos para continuar.
—Te encargaron eliminarme. Es evidente que no cumpliste tu parte del trabajo.
—¿Por qué?
Jäak queda muy serio en ese instante. Se muerde los labios. Vuelve a lacerarme con su penetrante mirada.
—Soy peligroso para ellos. Me enviaron su mejor carta, su mejor jugada. No querían fallos. No los esperaban. Quisieron darme una lección de crueldad eligiéndote precisamente a ti.
Le miré fijamente.
—No preguntaba por qué me lo encargaron a mi, sino porqué no lo hice. Por qué no te maté, si era la mejor.
Jäak desvía la mirada. 
Parece que hay duda en su mente. Una batalla. Al final decide concederme.
—Creo que no sería justo que fuese yo quien respondiese a eso.
Abro los ojos de la sorpresa. De todas las respuestas posibles, esa es el intento de quiebro más sarcástico que podría salir de aquellos labios.
—¿Justicia? ¿Me estás hablando en serio de justicia? Aseguras haber manipulado mi mente, haberme vaciado de recuerdos ¿Y te preocupas de la justicia? Tú habla y ya consideraré yo si es justo o no. Por lo que a mi respecta aún puedo acabar ese trabajo.
—¿Es una amenaza?
La voz de Jäak suena firme, suena a reto.Algo toca mi orgullo.
—Lo es. Y si tus palabras sobre mí son ciertas, deberías considerarla.
Él me mira con gravedad. Me sostiene una mirada que intento por todos los medios que no me afecte.  Se levanta con aplomo sin despegar sus ojos de los míos y se aproxima de un par de pasos lentos y sólidos. Prende mi mano con fuerza y coloca la punta del cuchillo sobre su corazón.
—Hazlo.
Hay un pálpito incontrolado en mi pecho. 
Por primera vez mis dedos tiemblan aunque soy capaz de no hacerlo evidente. Mis ojos van de la punta amenazante a la mirada de magma en sus ojos esmeralda. Quiero hacerlo. Siento mi ego doblegado ante su acto de arrogancia. En mi garganta hay un nudo espeso. 
Creo que él nota mi batalla y eso le hace sentirse confiado. Afianza la punta sobre su carne sin dejar de mirarme. Su mirada es una roca.
—No lo hiciste entonces. ¿Por qué ibas a hacerlo ahora?


Aprieto los dientes. No sé qué me detuvo en esos momentos de mi pasado que no puedo recordar, pero menos aún comprendo qué me retiene ahora. Pero le lanzo la respuesta que busca.
—Porque no te recuerdo. Porque no eres nadie para mi, apenas un rostro desconocido. Porque no hay ningún vínculo, ni sentimiento, ni nada que me impida hacerlo. Solo el saber que nadie me dará esa respuesta si hundo el puñal aquí y ahora.
Jäak Vihyou tarda en ofrecerme un gesto. 
Es una sonrisa de medio lado, no sé si de victoria o admitiendo la derrota.
—Touché. —Su respuesta me desconcierta—. Ahora eres otra persona. Has dejado de ser aquella que mandaron para matarme y también aquella que no lo hizo. Ya no eres la Lya que yo conocí. Por eso no tiene mucho sentido remover qué fue aquello que te frenó en esa ocasión. Muchas cosas han perdido su sentido para mí y para ti desde entonces.
Me sigue mirando. 
No conozco a Jäak, no a este Jäak, desde luego, pero su mirada es una lanza en mi pecho.
—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me vaciaste?
Esa frase le hace por primera vez huir de mis ojos. 
Noto que respira pesadamente y aprieta los labios.
—Para protegerme, claro. Fue un acto de supervivencia. Mandaron una asesina contra mí que no acabó su trabajo... Y para protegerte a ti. Sin esos recuerdos tenías más posibilidades de sobrevivir si te encontraban.
—A mi me dejaste indefensa. Esta situación lo demuestra. No sé con quien hablo, ni quién o cómo de grande es mi amenaza que dices que me persigue. Si he acabado en un prostíbulo en mitad de esta ciudad maldita, no sé si debo darte las gracias por tu protección. Quizá debería matarte, después de todo.
—Quizá yo debería de estar muerto, Lya. Quizá, tú también. Pero ambos vivimos. Ambos tuvimos una segunda oportunidad para empezar. Este fue el precio. Que no lo recuerdes es una ventaja, créeme. Yo sí he tenido que vivir con ello. Recordar cada día nuestra última conversación. Saber que existías. Asumir que para ti yo había muerto en realidad.
Aparto lentamente el cuchillo de su pecho. Nunca tuvo oportunidad de clavarse, algo en mi interior me lo dice. Me aparto de él y doy unos pasos ciegos en la habitación. Mi mente se satura de preguntas y más preguntas. Cada segundo conversando con aquel hombre salido de las sombras de mi pasado es una fuente más de dudas y de incógnitas.
—¿Por qué has vuelto ahora? ¿Por qué me cuentas todo esto sin despejarme una sola de mis dudas?
—Porque en realidad nunca me he ido. Porque siempre falto a mis promesas. Porque el pasado que tú olvidaste, el que te obligué a olvidar, es importante para mi. Pero para ti, lo importante es que has matado a un hombre por razones que desconoces. Eso ha traído de vuelta algunas sombras del pasado, sin pretenderlo. Sombras que podrían destruirte. Si no actúas con cuidado despertarás sospechas. Quienes te buscan a ti, me siguen buscando a mí. Sigo haciendo esto por egoísmo, Lya. Aunque no lo creas, solo me estoy protegiendo, una vez más. Alguien dentro de la Sirena te ha utilizado, solo pretendía advertirte. Lo que hagas a partir de ahora solo te concierne a ti.
Me da la espalda y camina hacia la única puerta de salida.


Hay algo que no encaja. Algo que me cuesta entender. Algo que probablemente oculta. Me deja casi tan vacía como al principio. Algo no está en su sitio. 
Tengo un súbito fogonazo de certeza.
—No. Este movimiento te delata. Tu seguridad estaba en las sombras. Yo no te recordaba. Salir no te protege, te expone. Advertirme es la excusa para mostrarte. Para regresar de las sombras. Necesitabas decirme que existes… ¿verdad?

Jäak se vuelve. Hay un brillo en los ojos. Inquietante.
—Yo nunca he existido, Lya… no pretendas entender mis motivos.
En sus labios se dibuja un amago de sonrisa triste que me deja clavada en el sitio. Es como si esa sonrisa despertase emociones en recuerdos que no tengo. Mi mente viaja y visualizo escenas difusas. Escenas de casi toda una vida que no tienen para mi ninguna conexión, aunque yo me reconozca como la protagonista. Es como ver fragmentos de una vida que no es tuya pero sabes que te pertenece. Esa sonrisa aparece en más de una de esas imágenes. Hay algo que se clava en mi corazón. ¿Recuerdos? Ni siquiera sé por qué me contagio de repente de esa sonrisa nostálgica.
Cuando parpadeo de nuevo en la realidad él ya no está.
En mi mente hay una encrucijada de alternativas.


"Jäak" by CHARRO

Opciones:

1.- Síguele, Lya. No puede irse así. Tienes que averiguar más de él.
Seguir a Jäak Vihyou

2.- Registra el lugar ahora que no está. Puede que haya información valiosa, no lo dejes pasar.
Registra la habitación.

3.- Tu problema es tu memoria. Él habló de un ritual. Quizá sea reversible.
Regresa a la Sirena y habla con el Cirujano.

miércoles, 18 de abril de 2012

Flor de Jade: Elige tu Destino. Acto IV Secretos


Acto IV

Secretos

Lya Acto IV  Seduction by CHARRO


La dirección me llevó hasta una tortuosa y oscura calleja perdida entre la maraña de calles del puerto. La puerta estaba a medio descolgar y el edificio, de tres plantas y aspecto sólido, parecía abandonado. Desde luego no era un lugar que encontrar por casualidad. Comprobé por tres veces que estuviera en el sitio indicado.
Ni rastro de nadie por los alrededores ni dentro de aquel desvencijado edificio que olía a pescado descompuesto, humedad y salitre. La puerta estaba abierta.
De hecho, casi se me queda en las manos al tratar de empujarla. Llevé mis dedos a la empuñadura del cuchillo que me había atado al muslo para darme algo de seguridad. Aquello tenía mala pinta y no hablo, precisamente, del estado de las paredes. No esperaba una bienvenida con músicos en un palacete, pero tampoco encontrarme en mitad de este estercolero sola como una rata.
Había llegado hasta allí y no iba a largarme hasta llegar al final, aunque para ello tuviese que poner patas arriba hasta el último rincón podrido del distrito del puerto.
Entré.
La oscuridad era penetrante y apenas distinguía las estrechas paredes de un pasillo que parecía morir en una estancia llena de desperdicio y montañas de basura.
Creí intuir otra puerta en el extremo de una de las paredes. El olor era nauseabundo. Si aquello era un escondite, estaba claro que era uno bueno. Ni a las moscas se le hubiese ocurrido pulular por allí por propia voluntad, pero yo tenía motivos para no dar marcha atrás y no lo hice.
A poco que me alejé de la puerta de entrada escuché un «clic» que me hizo saltar todas las alarmas. Me giré aprisa sólo para ser testigo de cómo caía con estruendo una pasada plancha de metal que sellaba la puerta por la que había entrado, impidiendo mi retirada. Apenas un segundo después escuché un silbido muy cerca de mí y noté cómo las rodillas comenzaban a aflojarse y mis dedos se volvían pesados.
Gas
La pestilencia alrededor evitaba que oliese, si es que aquello tenía algún olor. Me sentí estúpida. Parecía tan obvio que iba a caer en una trampa que casi había descartado la opción.
Mi mente se perdió entre mis recuerdos recientes antes de apagarse…
Volví en un segundo fugaz a los instantes previos que me habían llevado hasta allí… 

***

Llegó el «cirujano» y yo estaba aún en la bañera en mi habitación de la Sirena Varada. El tiempo se había detenido para mí en la calidez del agua.
Era un tipo de aspecto extravagante. Pequeño de estatura y cuajado de extraños tatuajes que alcanzaban incluso su rostro. No tenía pelo y su cara estaba salpicada de perforaciones: labios, cejas y su nariz se atravesaban con varas de madera o remaches de metal. De sus orejas colgaban desmesurados aros de bronce que abrían y dilataban hasta un punto dramático la perforación de sus lóbulos. Deduje que habría de ser una especie de shamán. Lo que me inquietó fue no recordar a alguien con un aspecto tan llamativo. Eso me hizo ser consciente de la debilidad en la que me encontraba. Sin mis recuerdos era muy vulnerable.
Recordé aquel pedazo de papel que alguien se había tomado la molestia de hacer colar en uno de mis bolsillos. Recordé las siglas de aquel nombre. Para bien o para mal era el único nombre que por el momento había retenido mi mente. Eso no significa que fuese un amigo, pero comprendí que era mi único clavo ardiendo.
Dejé a aquel pintoresco personaje hacer su trabajo.
Usó magia ritual para sanar por encima mis lesiones. Cánticos, ungüentos, pictogramas pintados en mi piel desnuda. Me dijo que había tenido suerte. La mayor parte eran contusiones y abrasiones de la piel pero ninguna revestía daño de gravedad. Tampoco encontró lesiones en hueso. Me preguntó cómo me había hecho aquello. Eran los daños típicos de una paliza. Me hubiese encantado tener algo con qué responderle.
           
            Los grifos que había pintado en mi cuerpo harían su trabajo en las horas siguientes. Con todo, la mayor parte del dolor y las molestias desaparecieron con aquella primera intervención. Täarom se mantuvo allí, paciente y quieto. Notaba su mirada preocupada que, en cualquier caso, a veces se escapaba a rincones más íntimos pero que se esforzaba por reconducir y disimular. No dijo palabra tampoco mientras busqué una ropa adecuada que ponerme, después de que el «cirujano» se marchara.
Me tomé mi tiempo.
Trataba de valorar mis opciones, decidir si hablar allí y ahora me iba a perjudicar más que beneficiarme.
No tenía garantías de nada. Se supone que era mi casa, que aquella gente eran las personas más cercanas a mí, pero resulta angustioso no recordarlo. No saber qué diferencias o vínculos has tenido con ellos hasta ahora. Dudar de a quién debía ofrecer mi confianza. Quizá ninguno de ellos tenía nada que ver con lo que me había ocurrido, pero entonces… ¿por qué ese mensaje me lo hacía dudar? Quien lo escribía parecía tener mucho más claro que yo la implicación de la gente que me rodeaba en la suerte que había corrido en las últimas horas. Quien lo escribía sabía cosas que probablemente no iba a descubrir aquí. O eso, o era lo bastante listo como para sacarme del único lugar en el que iba a encontrar apoyo. Era un riesgo que debía correr o puede que estuviera haciéndole el juego a quien me había provocado la encerrona.
            Después de cambiar por quinta vez de sandalias, miré a aquél hombre que trataba de no parecer nervioso ante mi presencia. Acabé de anudarlas con parsimonia y acaricié delicadamente mi pierna hasta el muslo. Entonces alcé mi mirada hacia él que esquivó mis ojos sintiéndose cazado.
            —Si estás lista puedo decirle a Diva que…
            —Cierra la puerta —le insinué sin dejarle terminar.
Sé que le pareció extraña mi petición pero la cumplió sin chistar. Yo aproveché para llegar a su altura y quedar maliciosamente cerca para cuando se volviese. Su reacción fue exactamente la que buscaba cuando al girarse me encontró invadiendo su espacio y mirándole directamente a los ojos.
Noté su turbación. Casi podía masticarla.
            —Diva puede esperar un poco, ¿no crees? —dije avanzando unos centímetros más.
            —Bueno… hacerla esperar es… —Silencié su frase poniendo mi dedo índice sobre sus labios. Casi se traga las palabras. Había un punto divertido, lo reconozco.
            —He visto cómo me miras…  
Estaba tan nervioso ante mi proximidad que dio un paso hacia atrás solo para encontrarse con aquella puerta cerrada a su espalda.
Atrapado.
Un nuevo paso en su dirección.
Él gira la cabeza para no mirarme pero yo le fuerzo a mantenerme la mirada agarrándole suavemente de la mandíbula.
—¿Vas a negarlo?
Él balbucea.
—Lya… todo… todo el mundo te mira… así.
—Bueno… tú eres más discreto, más elegante. Me gusta cómo me miras… no te lo había dicho nunca antes… pero esta noche he estado a punto de morir y supongo que…
Le acaricio delicadamente el pecho con mis dedos. Dejo la frase en suspenso. Noto como su respiración se agita.
—Siempre te he considerado atractivo…
Se derrumba.
Acabo de tocar muro.
—A..aa… mi? ¿Yo? Osea… ¿tú… crees…?
—Me miras con delicadeza y eso me halaga. Estoy rodeada de cerdos, muy ricos, pero cerdos… sin embargo tú…
Sigo aproximándome, haciendo que mi cuerpo y el suyo cada vez tengan menos puntos sin contacto. Está temblando entre mis manos. Por una parte me hace sentir bien. Tengo más poder sobre él que nadie en este instante… por otro lado, noto su fragilidad. Hay algo en él que realmente me conmueve.
—Ly… Lya, si Xan entra ahora y me descubre así… contigo, soy hombre muerto, y lo sabes. ¿Por qué… por qué me dices esto ahora…?
¿Xan?
Algo me desconcierta. No esperaba ese ingrediente en el guiso.
Hay que salir deprisa.
—Un poco de riesgo lo hace todo más emocionante… ¿No crees?
—No, tratándose de la Xan que yo conozco… aunque… —Acerco tanto mi boca a la suya que casi percibo el temblor de sus labios—. No sé… no sé qué te pasa Lya… o tú no eres la misma persona de hace dos noches o debo estar soñando.
—Puede que no sea la misma persona —ni imagina hasta qué punto no lo soy —Lo cierto es que necesito que hagas algo por mi — modulo mi voz hasta casi el susurro muy cerca de su oído— y puedo hacer que no quieras despertar de tu sueño.
—Sabía… sabía que tramabas algo.
—Soy mala… pero puedo ser peor —le susurro.
—Eres cruel solo por diversión—. Noto que algo ha cambiado en su tono de voz que hace que me aparte un poco de su contacto. Le miro a los ojos y veo un poso de tristeza en ellos. —Sabes que haría lo que me pidieses sin necesidad de montar este teatro. Siempre lo he hecho, ¿no? Estoy aquí para eso.
Su mirada me rompe el corazón.
Me aparto y agacho la cabeza. La chica mala ha sido demasiado dura. Hay que sacar a la chica buena.
—La verdad es que necesito que me ayudes. Necesito volver a las calles.
—¿A las calles? ¿Ahora?
—Debo solucionar algo antes de hablar con Diva.
Alzo la mirada y trato que parezca lo más inocente posible.
—Esto no me gusta.
Parpadeo.
—Oh, Cleros, no tardaré en arrepentirme. ¿Qué esperas que le diga a Diva?
 —No sé, que he quedado dormida, que necesitaba descansar. Confío en que sabrás decirle lo más indicado. Solo serán unas horas. No tardaré. Nadie sabrá en realidad que he estado fuera.
—¿Y si te ocurre algo? Nos has tenido preocupados.
—He vuelto ¿verdad? —más parpadeo. He comprobado que es una buena arma. —Prometo volver rápido y sana. ¿Me cubrirás? Por favor…
—Maldición —rebusca en su cinto y extrae un amplio cuchillo—. Toma esto… y lárgate antes de que recobre el sentido.
Bajo los ojos, sonrío antes de tomar el puñal. Le miro con gesto agradecido.
—Hablaba en serio cuando dije que te encontraba atractivo.
Él sonríe y sacude la cabeza. Yo le guiño con un poco de malicia. Ese es el instante preciso en el que sé que no va a delatarme.
Confiaba en estar de regreso en unas horas.
No pudo ser…

"Secretos" by CHARRO

***


Despierto con pesadez. Tardo en ubicarme.
Estoy en una cama.
¡No, otra vez!
¡Espera!
Sigo vestida. No estoy encadenada…

La luz anaranjada de la habitación es tenue pero confortable. De la impresión, he acabado sentada en la cama. Aún me froto las muñecas, aliviada por no tenerlas prisioneras. Con la rapidez con la que muevo la cabeza no soy capaz de percatarme de una figura abrazada a medias por las sombras, sentada en un sillón cerca de los pies de la cama. Es su voz quien me la descubre.
—Bienvenida de vuelta, Lya.
Parpadeo. Enfilo la mirada y le encuentro.
No puedo apreciar sus rasgos con exactitud pero de primera impresión me parece un hombre maduro, recio de torso. Viste ropas elegantes aunque no especialmente caras. Tiene el pelo revuelto de un color rubio oscuro y luce una barba cuidada que le aporta magnetismo. Su voz es gruesa, sonora, casi sensual.
Su lenguaje corporal no es amenazante y yo no me hallo prisionera en algún modo, a pesar de que mi inconsciencia le ha dado la oportunidad de reducirme.
Me quedo en silencio y le observo. Mis ojos se percatan de que el cuchillo de Täarom está sobre las sábanas, justo a mis pies. Él nota cómo mis pupilas recorren el arma.
—Lo llevabas contigo, creo —me informa leyendo mis pensamientos—. Puedes tomarlo. No quiero que pienses que estás aquí en contra de tus deseos. Has venido por tu propio pie.
—¿El numerito del gas era necesario? —Me resuelvo a responderle con ironía—. Me hubiese bastado una bienvenida menos llamativa.
Él carcajea débilmente. Esa risa sutil activa algo en mi recuerdo dormido. Me es extrañamente cercana y familiar. 
—Lo era, para tu seguridad y la mía.
—Imagino que estoy hablando con Jäak Vihyou.
Él queda un instante en silencio. Su presencia tiene un aura que me intriga.
—Si lo preguntas, es porque no me recuerdas, aunque es todo un acontecimiento que hayas deducido ese nombre de unas simples siglas. No recuerdo habértelo mencionado en ningún momento. Parece que tu memoria lo ha mantenido a salvo. De alguna forma me siento halagado.

Lo cierto es que ese nombre es el único que se mantiene en mi cabeza y no doy explicación a ello. Lo he relacionado rápida y fácilmente, como si no hubiese otra posibilidad y no sé por qué.
—¿Interpreto que nos conocemos?
Él inspira sonoramente y mantiene un silencio dramático antes de contestar.
—Nos… conocemos. O al menos… nos conocíamos.
Me incorporo lentamente sobre la cama. Mi nueva visita al inconsciente me ha dejado de recuerdo cierta sensación de mareo.
Necesito sujetarme la frente. Solo dura un instante.
—Bien, hechas las presentaciones y en vista de que somos viejos amigos… ¿por qué no me cuentas de una maldita vez qué diablos está pasando y por qué no puedo recordar absolutamente nada de mi vida?
Él se levanta despacio. No se aproxima a mí. Se da la vuelta lentamente y comienza a andar por la habitación. Yo aprovecho ese instante en el que me ofrece la espalda para agarrar el cuchillo a mis pies. Prefiero andar armada, por si acaso.
—Temo que soy el responsable en parte de tu falta de memoria—. Me desvela volviéndose hacia mí. La dirección rápida de sus pupilas me hace saber que se ha dado cuenta de que el cuchillo ya no está a la vista. No tengo tiempo de reaccionar. La noticia me atrapa de sorpresa.
—Entonces tienes mucho que explicar.
—¿Has venido a eso, no? El cuchillo no te va a hacer falta para sacarme el resto de información, te lo aseguro.
Me siento cazada, pero prefiero tener el arma en mi mano.
—Has matado a un hombre. Por eso despertaste en una celda. Era un hombre poderoso en esta ciudad, muchos le deseaban muerto, pero te han utilizado a ti para acabar con él y su muerte complica mucho la situación, incluida la tuya.
Carcajeo nerviosa.
—No te creo. Soy prostituta. Es de las pocas cosas que he sacado en claro en estas horas. No soy ninguna asesina.
Él cruza los brazos.
—En eso te equivocas. Eres una asesina, una de las mejores… pero eso era algo que nadie debía de saber, incluida tú.
Un extraño calor me invade.
Hay una sensación de certeza absoluta en lo que dice. Algo dentro de mí me advierte que sus palabras son ciertas. Aquellos hombres en la celda. No podría haber acabado con ellos como lo hice si lo que este hombre cuenta no fuese cierto. Mis movimientos precisos, mi mente calculando sin mi permiso… pero entonces…?
Creo que mi rostro deja traslucir el enjambre de dudas que me invade.
—Entiendo que sea algo complejo de asumir —me consuela.
—¿Complejo? No sé si es la palabra adecuada…
—Algo dentro de ti te dice que es cierto. Probablemente alguien te ha usado para matar al Príncipe Escarlata, alguien cercano. Ha sido una muerte que tú no planeabas, no podías hacerlo. Te han usado… pero, que estés aquí ahora, que hayas salido de esa celda me hace entender que has tenido que recordar tus habilidades durmientes en un momento en el que tu vida corría serio peligro ¿me equivoco?
Respiro hondo.
Venía buscando respuestas y de momento solo tengo más preguntas.
—¿Quién eres tú y cómo sabes tanto? —En esta ocasión un impulso incontrolado me hace amenazarle apuntándole con el cuchillo en mis manos. Él observa la hoja sin inmutarse. Contesta muy despacio, sin el menor rasgo de alteración.
—Me llamo Jäak Vihyou. Hubo un tiempo en el que nos conocíamos. Un tiempo que para tu seguridad debí borrar de tu memoria. Empezaste una nueva vida, lejos de la anterior, lejos de todo vínculo conmigo. Así acabaste en la Sirena Varada. Aunque no las recordases, tus habilidades seguían ahí. Todo el mundo sabe que en la Sirena se compra y se vende algo más que placer. Te hicieron un encargo. Un encargo que no has cumplido. Alguien te ha usado para eliminar a uno de los Príncipes más influyentes del consejo de los 600 de esta ciudad. Quien lo ha hecho se encuentra cerca. ¿La razón? La desconozco pero ha activado algo en tu cabeza, algo que te pone en peligro. Tu pasado regresa Lya… y quienes te buscan lo van a aprovechar para cazarte.

—¿Cazarme? ¿Por qué.. para qué? ¿Quién me busca? ¿Qué se supone que hice para que vengan a por mí?
—Quienes te buscan son mucho más peligrosos que quienes te han encontrado. Y no es lo que hiciste, sino lo que dejaste por hacer lo que les importa.
—¿Qué no hice?
Jäak sonríe.
Mira hacia el suelo. Percibo que hay una batalla en su mente. Sabe que darme ese dato no es pertinente, pero quiere dármelo. Por alguna extraña razón quiere descubrirse.
—Lo que no hiciste fue… matarme.

Un escalofrío me recorre de parte a parte.




Opciones:

1.- (Ohh, Jäak, tienes mucho, mucho que explicar y lo vas a hacer ahora)
Consigue toda la información que puedas de este hombre por los medios que sean.

2.- (Ese es todo el problema? He matado a seis tipos en una noche, uno más…)
Mátale y acaba con esto.

miércoles, 11 de abril de 2012

Flor de Jade: Elige tu Destino. Acto III Resurrección



Acto III

Resurrección


Lya "Resurrección" by CHARRO



La Sirena Varada luce su descaro a ojos de la luna. Fue una antigua mansión y mantiene aún esa elegancia aristocrática en su fachada. Se sitúa en la frontera del puerto y el barrio alto, casi como frontera de dos mundos antagónicos.

He llegado por pura inercia. Casi por intuición.
Las Bocas nunca duerme y si lo hace, nunca es durante la noche. Sus calles son un hervidero de actividad y excesos. La Sirena es esa dama imposible que jamás pierde su elegancia. Tres plantas acogen todos los vicios concebidos disponibles solo para bolsas sin fondo en la Ciudad del Pecado. Aquí todo puede hacerse, aquí todo puede ganarse, si puedes pagarlo.

Este es mi hogar. Lo sé, pero no lo recuerdo.

Mis recuerdos inconscientes me han traído aquí sin error. No he dudado en una sola calle, en una sola esquina. La fachada de estilo Tyriano me produce una sensación encontrada. Sus luces y su bullicio me despiertan una cálida sonrisa. Como la de reencontrarse con un viejo amigo al que hace tiempo dejaste de ver.
Me detengo cerca del Boulevar de las Tres Reinas y observo el ostentoso recinto desde una distancia prudente.
Tengo un instante de duda que me atenaza la garganta.
La sensación de que me han estado siguiendo me persigue desde que comencé a caminar. Supongo que el uniforme que visto me hace un objetivo poco apetecible. Nadie quiere molestar a un informador. Vuelvo la cabeza hacia atrás pero no descubro nada que levante la menor sospecha o mejor debería decir que todos en estas calles parecen sospechosos. Respiro hondo y comienzo a caminar en dirección a la Sirena mientras me aseguro de que mi rostro queda oculto bajo la capucha. No sé qué voy a encontrarme ni cómo reaccionar ante lo que encuentre. Pero lo que más me preocupa es cómo reaccionarán aquellos que me conocen.
Una cerca dorada de varios metros de altura rodea la fachada y delimita unos bellos jardines al interior. Esa cerca tiene su propia «frase hecha» en las Bocas: Tener suficiente influencia como para cruzar la Cerca Dorada. Eso dice mucho del lugar en el que supuestamente trabajo.
Me quedo aún a distancia prudente, entre la masa de gente que curiosea al exterior o hace cola para entrar, aún entrevestida de sombras de los callejones aledaños. También observo mucho oportunista mezclado entre los que esperan. Carteristas, ladrones… toda una fauna habilidosa que pulula alrededor de la opulencia y el exceso como moscas sobre un cadáver.
Los jardines interiores también se llenan de clientes. Hay mesas y fanales de luz tenue que crean una atmósfera íntima y placentera. Algunos músicos tocan melodías que se escapan más allá de los barrotes.
Tengo fogonazos de memoria que me hablan del interior que aún no he visto. Lujo, madera labrada, paredes estucadas o pintadas al fresco con motivos florales. Las tres plantas y sus docenas de salas y habitaciones. Tengo imágenes de rostros que conozco y frases que se me pierden en la memoria…
Avanzo un poco más, hacia la gran cerca. Hay hombres armados en los accesos. Es entonces cuando identifico también al interior muchos otros hombres. Tienen rostros duros y cuerpos corpulentos. Los del interior disimulan sus armas y visten más acorde con el lujo que les rodea, pero tienen la misma función. Son matones. Proveen la seguridad.
Ando tratando de rescatar alguna información en los huecos de mi mente cuando alguien tropieza conmigo. Me desequilibra y me obliga a mirarle. También va embozado y se aparta pronto de mi para seguir su camino. El golpe me hace resentirme del dolor en las costillas.
—Mira por donde vas, estúpido —le grito enfadada. A cierta distancia, él se gira despacio. No puedo verle la cara pero parece un hombre robusto. Su voz agravada taladra mi memoria.
—¿Y tú? ¿Sabes realmente dónde vas?
           
            Queda un instante manteniéndome la mirada desde unos ojos inexistentes tras su embozo y dejándome envuelta en dudas, se gira y continúa su camino. Tardo en reaccionar. Cuando lo hago me descubro a mi misma demasiado cerca del grupo de entrada y de los hombres que la custodian. Percibo que algunos de ellos me miran con desconfianza. Pienso por qué puede ser y saco en conclusión que se trata de mi uniforme. Supongo que creen que soy una informadora y andan tensos. Uno de los hombres que guarda la entrada se aproxima hacia mí.
Trato de pensar con frialdad.

—Señora, ¿Algún problema? ¿Podemos ayudarla en algo?
Noto que su tono es, con toda probabilidad, mucho más amable de lo que suele ser con los desconocidos que husmean en los alrededores. Mi uniforme le intimida. Con todo, me juego la carta.
—Soy Lya. Tengo que entrar.
            —L… ¿Lya?

Me arriesgo a levantar un poco la capucha y observo su cara palidecer cuando contempla mi rostro aún con rastros de sangre. Da un par de pasos hacia atrás. Y me hace un gesto para que aguarde allí.
            Le veo regresar a la puerta de la cerca y hablar con otros hombres. Uno de ellos se vuelve hacia el interior y se apresura a llegar a la mansión. Se pierde en ella.
            Espero unos minutos que se me hacen eternos.
Cuando regresa, lo hace acompañado. En un hombre joven de rostro magnético. Sus gestos me advierten que tratan de disimular una urgencia que busca pasar inadvertida. Los ojos de ese nuevo acompañante se escapan de cuando en cuando hacia mi dirección, tratando de confirmar mis rasgos, imposibles de adivinar en la distancia. Llegan a la cerca y el guardia queda en su posición y vuelve a sus tareas de controlar el acceso mientras que el joven la cruza y se aproxima hacia a mí, decidido.
            Levanto un poco mi capucha y a unos pasos de llegar, le cambia la cara. Es como si hasta entonces dudara de que la información que tuviera fuera cierta.
            Me mira con los ojos muy abiertos.
            —¡Lya! ¿Dónde estabas? Y… ¿Qué haces vestida así?
            Su rostro me es muy familiar pero no le reconozco. Ningún nombre se asocia a sus rasgos en mi cabeza.
            —Es una larga historia… —le confieso.
            —¿Y toda esa sangre?
            Trata de rodearme con sus brazos. Su mano llega a mi cintura y mi cuerpo se agita en un intento de controlar el gesto de dolor. Él la retira de inmediato.
            —No toda es mía.
            —¿Qué quieres decir? ¿Estás herida?
            —El asunto se ha descontrolado un poco.
            —Vamos adentro. Me lo explicas por el camino.
            «Ojalá pudiera explicarlo», pienso mientras le acompaño hacia la entrada.
            No hay problemas para atravesar la carismática verja pero noto la presión de las miradas y el silencio que se ha hecho alrededor. Enseguida cambiamos la dirección. No nos dirigimos hacia la puerta principal y atravesamos los jardines internándonos en las sombras.
            —Entraremos por el servicio. Con esa ropa ahuyentarás a la clientela.
            Es cierto.
He comprobado como algunos que esperaban su turno para acceder han comenzado a marcharse disimuladamente. Nadie quiere estar cerca de un agente de Ylos identificado y mucho menos en un lugar como la Sirena.
            —Lo siento, no he tenido muchas opciones.
            —Pero ¿qué ha pasado? Lo último que sé de ti es que te fuiste con el Príncipe de la Hoja Escarlata.
            —Es complejo de explicar.
            El joven parece tener paciencia y no me insiste. Me mira con preocupación mientras me conduce entre setos y fuentes a otro extremo del enorme prostíbulo.
            —Diva Yhara empezó a preocuparse cuando no supo nada de ti esta mañana. Xan estaba hecha una furia. Te ha sustituido en tu actuación, creo que ahora está con un cliente pero no sé si podrás verla pronto.
            No relaciono sus nombres.
Diva es un apelativo élfico, así que debe tratarse de una elfa, probablemente alguien importante. No contesto a su comentario, me limito a quejarme levemente por el paso apresurado y él lo entiende, reduciendo el ritmo.
            Entramos por las cocinas.
Un enjambre de cocineros y sirvientes se cruzan a nuestro paso. Algunos nos miran con estupor pero continúan con sus quehaceres. Hay todo un mundo de actividad tras aquellas paredes. Es como estar entre las bambalinas de una gran obra de teatro. Pasamos varias habitaciones y pasillos hasta llegar a un recibidor con escalera mucho menos concurrido. Las subimos despacio. Nos cruzamos con algunas chicas que nos miran con gesto extraño y pasan rápido junto a nosotros.
              Alcanzamos una de las habitaciones que mi acompañante abre con una llave.
            —Tu habitación.
            Es amplia y lujosa, mucho más de lo que esperaba. Una gran cama con dosel de gasa domina la estancia. Hay un gigantesco armario de madera oscura, tocador, espejos… Una bañera de patas doradas se atisba tras un biombo de la misma madera oscura que el armario. Yo avanzo con la expresión en el rostro de quien entra en aquel lugar por primera vez. Él queda en el umbral.
            —¿La echabas de menos?
            Me vuelvo entresacada de mis ensoñaciones. Aquello es una habitación de princesa.
            —Mucho —le digo.
            Él asiente amablemente con una sonrisa.
            —Pediré que te preparen el baño. Cámbiate antes de que Diva te encuentre así o va a desmayarse. A ella sí tendrás que explicarle cómo has vuelto vestida con un uniforme de la orden de Ylos. Tienes tu ropa en el armario.
           
Se marcha con una sonrisa y me entorna la puerta. Yo me tomo un instante para asimilar la situación y curiosear brevemente por el lujoso espacio privado en el que supuestamente vivo. Hay perfumes en el tocador y hermosos vestidos en el armario. Tengo una extensa colección de sandalias, también.
            Cuando observo mi aspecto en el espejo me sobresalto de la impresión.
La primera de las chicas con agua caliente llega a mi puerta y pide permiso para entrar con la cabeza agachada. Se lo concedo sin mucho entusiasmo y la dejo vertiendo el líquido en la panza de nácar de la bañera.
            Comienzo a desvestirme despacio. Mi reflejo empieza a mostrarme las señales de mi paso por la celda. Gruesos moretones cubren mi cuerpo. Al dejar caer la chaquetilla de mi uniforme algo se desprende de uno de sus bolsillos. Es un pequeño pliego de papel doblado.
Tengo curiosidad y lo recojo.
Hay algo escrito.
           
«¿Y tú? Estás segura de dónde vas? Si no estás completamente segura de con quién puedes hablar y con quien no, ven a esta dirección. Puede que tenga respuestas para tus preguntas».

            Lo firma: «J. V. Un amigo».
Hay una dirección abajo, es el distrito del puerto.
           
Recuerdo las palabras de aquel desconocido que se chocó conmigo en la calle, antes de entrar. No era simplemente un desconocido.
            ¡J.V! ¡Son las siglas del único nombre que recuerdo! Jäak Vihyau. Apresuradamente escondo el papel y todo vuelve a darme vueltas. No sé qué ha pasado ni de quién debo fiarme. Mi situación actual responde a algún asunto poco claro y no sé a quien puedo confesarle mi situación.

            —¡Santo Enoq! Alguien se ha divertido más de la cuenta.
            Me vuelvo.
El joven que me ha acompañado hasta la habitación ha vuelto. Su rostro está desencajado ante la visión de mi espalda amoratada.
            —¿Qué ha pasado?
            —Necesito ese baño.
          
Lya "Mirror" by CHARRO

Termino de desnudarme ante su mirada partida. Por una vez un hombre me mira desnuda con el gesto arrugado, más impactado por mis señales que por mis curvas.
            —¿Puedo ayudarte?
            En este tiempo un joven mozo ha vuelto a traer agua caliente de las cocinas. La bañera humea cálida y se torna ciertamente apetecible. Llego por inercia a la bañera y compruebo que mi acompañante no sabe muy bien qué hacer o cómo comportarse y vuelve al umbral. Yo me dejo sumergir en el agua ardiente que es un verdadero bálsamo para mi cuerpo helado y dolorido. Dejo que el agua me inunde la cabeza y se escurra por mi pelo. Tengo un instante suspendido en el tiempo.
            Escucho alboroto por el pasillo. El joven se vuelve hacia mí.
            —Es Diva. Viene alterada.

            Apenas unos segundos después aparece una mujer elfa. No es muy alta pero increíblemente bella y viste unos ropajes sofisticados. Se adorna con joyas que relucen a la luz de los candiles. Le acompañan una cohorte de curiosos. Chicos y chicas, probablemente compañeros de trabajo. Su rostro cambia radicalmente de expresión cuando me contempla derrotada en la bañera.
            —Lya, ¡por toda la corte de los Patriarcas! ¿Qué ha pasado? ¿Qué son esas marcas?
            —Ya estoy en casa —Es lo único que sale de mis labios y mis ojos se cierran.
            —Rápido, avisad al «Cirujano». Fuera de aquí, chicas. Tenéis trabajo —ordena con severidad— Täarom cierra esa puerta.
            Se acerca hacia mí con grandilocuente gesto maternal y me acaricia el rostro mientras me mira a los ojos. Pone su mano en mi frente y me acaricia tiernamente el pelo.
            —¿Qué te han hecho? Si ese canalla cree que mis chicas son juguetes a su antojo, va a pagarlo.
            —Estoy un poco cansada, Diva.
            Ella se levanta.
La noto un poco tensa por mi sutil cambio de conversación aunque noto en sus ojos que su preocupación es sincera.
            —Está bien. Descansa un poco —me concede—. Que te examine el Cirujano. Después del baño ven a mi despacho. Quiero saber qué ha pasado y si es lo que imagino, alguien más va a sangrar.
            Se vuelve hacia Täarom.
            —No la dejes sola. Atiéndela en todo lo que necesite.
Él agacha la cabeza en gesto de sumisión.
            —Como ordenes, Diva. Así será.
            Se aleja de mi y lo aparta un poco de la escena.
            —Avísame en cuanto esté lista. Dale ropa limpia y si hay algún contratiempo quiero ser la primera en enterarme. ¿Entiendes? La primera. No importa con quien esté o qué esté haciendo… y otra cosa. Que nadie le diga nada a Xandrila. Tiene un cliente importante y no quiero más sorpresas esta noche.
            —Claro, Diva. Ordenaré que así sea.
           
Ella sonríe satisfecha y se vuelve hacia mí.
            —Tómate tu tiempo, cariño. Hablamos cuando estés más repuesta.
            —Gracias, Diva —contesto con un hilo de voz.
            —Debo dejaros, hay una piara de cerdos depravados asquerosamente ricos a los que satisfacer.
            Me dirige una última mirada pero no dice nada. Aquella mujer de belleza imposible solo alcanza a morderse el labio inferior, quizá como delato de algún pensamiento interno. Sin más, se marcha.
            Täarom y yo cruzamos una mirada. La suya parece temerosa, preocupada, quizá.
            —Me sentaré por aquí —dice con cierto reparo—. Si necesitas algo, por favor, dímelo.

            Por un instante vuelvo a tener la fantasía de hallarme sola.
Cierro los ojos y mis pensamientos cabalgan sin control.
            He despertado en una celda a la que no sé cómo he llegado. Han maltratado mi cuerpo y habían planeado interrogarme a través de agentes de Ylos. He matado a seis personas, incluida la agente. Tengo un lapsus mental que me impide recordar incluso lo más básico. Y luego… está Jäak Vihyau. Un nombre que no me dice nada pero que me advierte de la inseguridad de este lugar y de las personas que ahora mismo me rodean.
            Alguien me ha tendido una trampa. Alguien no esperaba que regresase de aquella mazmorra. Puedo estar en grave peligro o puede que este sea mi refugio y a alguien le interese alejarme de aquí.
Tengo que pensar en mi jugada…
            Y tengo que pensarla rápido.





Opciones:

1.- (Sincérate con Diva, Lya. Eres una de sus chicas más rentables, no puede estar en el ajo). 
Hablar con Diva y contarle lo que ha pasado.

2.- (Nada ocurre en este lugar sin que Diva lo sepa. No te delates aún. Habla con Täarom, parece realmente preocupado por ti y te ayudará a recordar) 
Confiésate en secreto a Täarom.

3.- (No te fies de nadie. Sal de ahí y ve a la dirección del papel) 
Busca a Jäak Vihyau.

martes, 3 de abril de 2012

Flor de Jade: Elige su Destino. Acto II Sangre


Acto II 

Sangre




No sé por qué, solo una idea se aloja en mi mente. Es la más descabellada. Es la más desesperada. Es una idea imposible… quizá por eso sea la única idea que funcione. Lo único que me perturba es por qué tengo la sensación de que va a funcionar. En las grietas de mi memoria parecen esconderse secretos. Son esos secretos los mismos que siembran todas mis dudas y todas mis certezas.

Recojo mis piernas amoratadas en un gesto de defensa. Mi rostro se arruga en una mueca de miedo visceral. Se rompe de terror y las lágrimas no tardan en surcar mis mejillas. Me pego todo lo que puedo a la pared para esconder mis manos fuera de sus grilletes.

—Por favor —suplico —, por favor. No más. No me hagáis más daño. Por favor…

Evito mirarla a la cara. Mi rostro se tuerce, se quiebra. Tiemblo, me acurruco, demuestro toda mi indefensión y debilidad. El hombre delgado ha terminado de afilar sus cuchillas y hace un gesto de aprobación que yo no veo, pero que intuyo. Los guardias se sienten confiados. Ella avanza lo suficiente para quedar a mi altura.

El cebo ha funcionado.
Es ahora cuando extrañamente mi respiración se calma. Dentro de mí hay una inexplicable serenidad. Mis pensamientos se vacían. Sin saber cómo, entro en un proceso mental tan focalizado que todo lo demás pierde sentido. Hay tal claridad que me asusta porque no parece pertenecerme. Algo surge de ella. Me hace ver una evidencia que me produce escalofríos: las fuerzas están desequilibradas, pero nadie imagina aún qué parte es la que tiene la ventaja. Yo sí lo sé.

Noto su proximidad y mi mente me alerta de que ha entrado en zona de peligro pero me invita a esperar solo unos segundos más. Percibo cómo los soldados también avanzan. Mi visión perimetral ya ha situado también al tipo de las cuchillas. Hay un orden perfecto y preciso en mis cálculos. Todo encaja como piezas de relojería. Soy la primera en sorprenderse ante ello.

Una mano suave acaricia mi mejilla. Hay una falsa dulzura en ese gesto…
—Pobre niña —casi susurra —esto va a dolerme a mi más que a ti.

Es entonces cuando la miro.
Mis ojos se cruzan con los suyos y en una décima de segundo compruebo que sus pupilas han descubierto el cambio en mi mirada. Veo cómo se dilatan con la sorpresa. Cómo, de haber tenido margen de tiempo suficiente, toda su expresión de seguridad y confianza se hubiese venido abajo.

—Ni lo dudes, zorra. 

Mis movimientos compiten en rapidez con la picadura de un áspid. Mis manos revelan su secreto tan veloces que nadie puede reaccionar más rápido. Apartan de un manotazo su mano de mi cara y apresan su cabeza.
Ni lo pienso.
No sé de dónde saco la sangre fría pero giro aquel cuello en un movimiento preciso y se hace añicos entre mis manos como si fuese de cristal. Aquella cabeza con el gesto congelado de sorpresa acaba mirando a su espalda. Ni aún entonces esos hombres armados son capaces de reaccionar a tiempo.

Recogí mis piernas para poder tener impulso de salto. He contenido hasta ahora todas las fuerzas que aún poseía y las libero de un solo golpe. Me propulso, aún con aquel cuerpo retorcido en mis manos y lo empujo con fuerza. En su trayectoria impacta con dos de aquellos hombres y les rompe toda reacción que no sea quitárselo de encima. Eso me proporciona un tiempo de ventaja imprescindible. Para entonces, mis ojos ya están presos en mi siguiente objetivo.
            El tipo del delantal está aún más desorientado. Ni siquiera miraba la escena, más pendiente del estado de sus filos que de una chica desnuda y amoratada encadenada a un camastro. Imagino que habitualmente sus víctimas no suelen ofrecer mucha más resistencia que pataleos inútiles y súplicas que nunca escucha.
No está preparado para esto.
No sabe reaccionar ante alguien que no tenga sus manos y sus pies firmemente atados. Por eso apenas hay lucha cuando mis manos atrapan sus muñecas y llevo su propio filo hasta su garganta donde se clava limpiamente hasta la empuñadura. Me muevo rápida sin soltarle. Giro hacia su espalda conforme aquella cuchilla destinada a mis carnes abre las suyas. La presión de sus dedos disminuye y pronto son los míos los que sostienen el puñal. Mi giro de posición acaba en un brusco movimiento que saca el filo de su garganta. Su yugular de abre como una vieja cañería de desagüe saturada por la riada. Una cascada de sangre se vomita desde el cuello alcanzando las paredes. Siento como su cuerpo laxo inicia su caída pero para entonces yo ya no estoy ahí.

Ruedo por el suelo para salir de la zona de proximidad. La fría y húmeda piedra me da la bienvenida mordiendo mi cuerpo dolorido. El contacto con cada protuberancia del empedrado es como una puñalada desesperada a la que no tengo tiempo de atender. Cuando vuelvo a la verticalidad estoy casi encima de su mesita desplegable y de su instrumental de interrogatorios.
Es ahora cuando percibo el primer movimiento en el resto de los presentes. Es ahora cuando parecen darse cuenta de la verdadera amenaza que represento para ellos. Un parpadeo y aquella indefensa chica de las cadenas tiene dos cadáveres en el suelo y está armada.
            La reacción de los hombres de la puerta es avanzar mientras llevan manos a sus armas. Eso me da unos dos o tres segundos de iniciativa: es un tiempo letal si sabes emplearlo. Los hombres a mi espalda aún necesitarán cinco o seis para apartar el cuerpo de la informadora, girar y tener listas sus armas.
            No sé cómo mi cerebro es capaz de precisar al milímetro esos pensamientos. No tengo ni idea de cómo consigo tener movimientos tan precisos y organizar de un modo tan calculado mis posibilidades, pero igual que un experto jugador de keppa va tres o cuatro movimientos por delante, mi mente me advierte que sólo voy a tener que enfrentarme a uno de ellos si consigo ser certera en mi siguiente jugada.

            Hay un ángulo imposible en juego.
Un escaso, casi imperceptible hueco que puede darme una ventaja aún mayor. En un instante de lucidez soy consciente de que el tiro es de una dificultad extrema y precisa habilidad de maestro. Es ahora o nunca porque ese hueco, esa fisura, ese ángulo va a desaparecer de inmediato.
            Actúo.
Mi muñeca lanza el arma que hasta ahora me proporcionaba la única defensa. Se escurre de mis dedos en giros letales. No tengo tiempo de comprobar si he lanzado con la precisión necesaria para mi golpe de efecto, pero un pequeño brillo en mi pensamiento me indica que el tiro ha sido perfecto. Mis manos ya se encaminan al cuero desplegado y pretenden sacar de sus fundas un par de punzones agudos.
El cuchillo viaja en espiral hacia sus víctimas. Su posición es perfecta. Su proximidad es una ventaja incontestable. El giro de la hoja desgarra el cuello del primero en un beso letal. Secciona carne lo suficiente como para ser una herida mortal. Las manos de aquel soldado están obligadas a soltar el arma y agarrar la brecha de la que se escapa su vida. Vivirá. Al menos unos minutos más que el resto, pero ha dejado de ser una amenaza. Peor suerte tiene el hombre tras él. El final del viaje de ese cuchillo es hundirse justo bajo su tráquea.

Mis manos se arman ahora con los afilados punzones. Enfilo al primer adversario capaz de ofrecer batalla mientras dos cuerpos se desploman tras de mí, al lado de la puerta. Alza su maza pesada pero en el tiempo que necesita para levantar su peso mi cuerpo ha entrado en su radio de acción. Soy como un escorpión que lanza su aguijón a una velocidad imposible para el ojo humano. Sus placas de cuero duro no son rival para un punzón afilado que se cuela entre ellas buscando un corazón que traspasar. Ya está herido de muerte cuando mi otro brazo lanza su picadura que le entra en ángulo por el hueco del oído hasta el cráneo.
Extraigo. Un cuerpo se derrumba ante mí. Me deja ver lo que hay a su espalda
…y ahí está el adversario, el único que dispone del tiempo y oportunidad para asestar un golpe antes que el mío.
Tampoco lo hace. La pelea vuelve a estar desequilibrada. No ha contado con un factor, con un aliado a mi causa: El miedo.
Apenas han pasado diez o doce segundos desde que viese a una chica maniatada en un camastro sorprender a todos revelándose libre. Quizá le ha dado tiempo de parpadear tres o cuatro veces. Solo ha tenido la oportunidad de encadenar uno o dos pensamientos primarios, casi instintivos. Ahora hay cinco cuerpos sobre el suelo y la responsable de sus muertes se halla frente a él, mirándole a los ojos. Y esa mirada es fría. Es la mirada impávida de la misma muerte. Por eso el terror le consume, le engarrota la mano, no le deja pensar y pierde su oportunidad.
Pero el áspid, el escorpión no juegan a regalar oportunidades. Me lanzo sobre él y mis punzones se ensañan con su cara. Es el único instante en el que pierdo la conciencia del tiempo y me invade una furia que no me permite mantener la frialdad hasta ahora. Sé que puedo permitírmelo. Sé que está pagando por todos la humillación y abusos que se han cometido conmigo.
Cuando mi rabia se consume tengo la sensación de regresar a mi cuerpo. Vuelve el temblor y la agitación a mi pecho.


Soy plenamente consciente de lo que ha sucedido en ese lugar y tal certeza me resulta imposible de asimilar en un golpe. Miro mis manos ensangrentadas y temblorosas que dejan caer los punzones. Doy dos pasos hacia atrás aterrada ante la visión de la cara desfigurada de mi último adversario. Tropiezo con un cuerpo a mi espalda que he olvidado que está allí. Pierdo el equilibrio y toda la escena se dibuja ante mis ojos. Es una escena terrible.
Seis cuerpos siembran la piedra, la inundan de sangre. Uno de ellos aún gorgotea y se mueve mientras el color de su cara palidece conforme vierte el fluido vital desde su garganta. Me mira con un horror inhumano en el rostro.
No puedo soportarlo y me derrumbo.
Caigo al suelo y quedo sentada con los ojos abiertos y temblando.
Esto es obra mía. Yo los he matado. Yo los he matado.
No puedo explicarme cómo he podido hacerlo. No tengo la menor idea de cómo he podido hacer lo que he hecho. Por un instante no sé quien soy. Me aferro el rostro. Desespero y apreso mis cabellos manchados de sangre.

Acto II Lya: "¿Quién soy?" by CHARRO


Un millar de imágenes y un catálogo de pensamientos colapsan mi mente. Es como si abriesen el grifo de mis recuerdos, aunque ninguno explica lo que ha pasado.
Chicas, baile. Una cama, sexo, sudor. Hombres. Muchos hombres pasan por esa cama. Rostros familiares que recuerdo. Sus nombres.
La Sirena Varada.
Soy Lya, prostituta en la ciudad de Las Bocas del Dar. La seducción y el sexo son mis herramientas de trabajo. La Sirena Varada es un prostíbulo de lujo. Nuestros clientes son poderosos. Tengo una gran reputación en lo que hago. A veces lo que hago es un poco más complejo e ilegal que cobrar por ofrecer placer, pero…
Nada explica cómo he llegado aquí ni cómo he sido capaz de matar a seis personas de esta manera, en apenas uno o dos minutos.
Estoy confundida. Me sobreviene una oleada de nauseas y vomito sobre el suelo en un acto reflejo.
Hay un solo segundo de paz tras ello. Un segundo que me invita a salir de allí y buscar las respuestas más tarde. Se llama instinto de supervivencia.
Tan rápido como mis manos temblorosas son capaces, desnudo a la agente de Ylos tratando de que no me impresione su cabeza vuelta hacia la espalda.

Sé que habrá más guardias en el exterior así que mi coartada debe ser lo bastante creíble como para impresionarles.
La Orden de Ylos tiene tal reputación que una soldadesca ramplona no se va a arriesgar a enfadar a una agente. Hay demasiado miedo y respeto. Sin embargo, llegados a este punto prefiero tener un as en la manga. Cuando acabo de vestirme vuelvo a agarrar el cuchillo. No tengo ninguna duda de quién me va a proporcionar el último regalo.


Salgo de la celda y cubro mi cabeza con la capucha de la capa del uniforme. Cuanto menos se me vea el rostro tanto mejor. El cuerpo me duele horrores y tengo que morderme la lengua para evitar quejarme. Eso me recuerda lo que llevo en la mano. Paso algunas galerías pero no tardo en encontrar la sala de guardia.
Un soldado más se sienta en una banqueta al pie de unas escaleras que ascienden y terminan en una puerta de madera. Frente a él hay otro en una mesa próxima. Respiro hondo. Mi actitud debe ser sólida. Lleno mis pulmones de aire y avanzo para delatarme.
Los hombres me miran al entrar en la estancia pero yo me dirijo con frialdad hacia la puerta. El de la banqueta se levanta. El de la mesa pregunta.

—¿Tan rápido?
—Mi trabajo aquí ha terminado. Abridme.
Por el momento no parecen sospechar nada. El de la banqueta trastea un manojo de llaves. El de la mesa sonríe con sarcasmo.
—¿Qué tal la gatita? No ha tardado en soltar la lengua, por lo que veo.
Giro levemente mi mirada. Juego con la tensión del silencio unos segundos. Voy hacia él de dos pasos tan firmes que percibo su miedo. Golpeo sobre la mesa tan fuerte como puedo. Le miro a los ojos. Sé que puede ver la sangre en mi cara oscurecida por el pulsar de sombras de las antorcha.
—No, no ha tardado en soltarla —le digo.
Levanto la mano de la mesa y sus ojos casi se salen al descubrir lo que he dejado sobre la madera. Se le hace un nudo en la garganta al descubrir una lengua amputada como regalo.
—¿Alguna pregunta más?  —Se levanta de un brinco instintivo y hunde la mirada.
—No, señora.
—Abre la maldita puerta. Este lugar huele a cerdo.
—Por supuesto, señora.

Algo dentro de mí disfruta sabiendo que ese tipo va a necesitar cambiarse de calzones. Ordena al acompañante que me abra y que me acompañe al exterior. Vuelvo a morderme para no delatar que cada paso me desata terribles dolores.
El fortín de las mazmorras es un edificio separado del resto, pero anexo a una gran mansión. Es de noche en el exterior pero la brisa fresca me resulta un bálsamo. Mi silencioso escolta me lleva hasta una verja que delimita el final del recinto y me deja en una calle grande. Se despide con escrupulosidad marcial pero yo no le devuelvo palabra.
Comienzo a alejarme manteniendo toda la dignidad de lo que represento. Tengo que hacer esfuerzos para no correr a pesar de mi dolor. Después de algunas calles de distancia encuentro un callejón lo suficientemente estrecho y sinuoso como para sentirme segura.
Allí el mundo se cae a mis pies. Allí derramo toda la tensión y todo mi miedo. Allí vuelvo a ser la mujer desesperada que despertó desnuda y encadenada a una cama.

Me siento un poco mejor después de eso. Con la claridad suficiente, al menos, de tratar de poner un poco de orden. No tengo muchas alternativas:
Podría regresar a la Sirena Varada. Se supone que es mi hogar. No consigo orientarme pero no creo tardar en encontrar el camino. Otra opción es pedir refugio en alguno de los templos o capillas. Allí podrían tratarme las heridas. Probablemente no hagan preguntas. El problema es que no ubico ninguno en las cercanías y podría andar a ciegas durante un buen rato. No es muy aconsejable caminar a ciegas y en mi estado por una ciudad como las Bocas.
Necesito pensar con frialdad…

Acto II Lya: "Sangre" by CHARRO














Opciones:


1.- (Vuelve a casa Lya. Allí seguro que pueden explicarte muchas cosas) 
Sirena Varada.

2.- (Desaparece por un tiempo, Lya, hasta que todo se aclare mejor que nadie sepa de ti). 
Asilo en un templo.

3.- (¿Por qué quedarse en el callejón no va a ser buena idea? Descansa un rato y decide más tarde. Llevas un uniforme de la Orden de Ylos. Nadie va a meterse contigo.) 
Quedarse y descansar un rato.